6 dic 2006

A propósito del amor

Hace unos días encontré un artículo sobre el enigma del amor. El autor hacía una llamada a la opinión -no era la única- en un intento por buscar definiciones. Citaba a Ortega y a Spinoza, entre otros.
Investigar sobre el amor es una empresa difícil, donde las opiniones se encuentran divididas. Por más que se quiera hablar, cada opinión incluye el riesgo de estropear el sabor que se desea conseguir del guiso lingüístico sobre el amor. Puede adornarse como se quiera; podrían añadirse todos los ingredientes oracionales que se encuentren; la receta nunca quedará completa, siempre faltarán elementos: palabras. Además, habrá que revolver entre las ideas para encontrar una que se acerque, a duras penas, a lo que se intuye.
Al aproximarnos al amor encontramos una nube inquieta que no se puede apresar, porque cambia constantemente de forma y solo conseguiremos que nos envuelva y nos invada.
El objeto de tan insistente búsqueda se encuentra en el interior del ser humano: sufre de "ansia" por tener el dominio sobre la realidad que le rodea y, cómo no, también ansía tenerlo sobre al amor.
El dominio sobre cualquier asunto de la realidad, parece alcanzarse cuando alguien encuentra una idea que coincide consigo mismo. Y entiendo que el articulista necesita esto: una idea sobre la realidad del amor que coincida con lo que intuye.

El amor es subyugante: aparece de pronto, cambia en el tiempo y, más tarde, se desvanece dejando atrás un rastro más o menos doloroso. Es un sentimiento que surge, aumenta, domina y nos deja a merced de la felicidad y el dolor. La voluntad no puede hacer mucho al respecto. Frente al amor solo podemos proteger nuestra vulnerabilidad; podemos abandonarnos a la ciega necesidad que nos empuja hacia él, a la disposición que presentamos los seres humanos o, por el contrario, protegernos, no sin dificultad, para evitar que nos infecte.

Para investigar la naturaleza del amor quizá habría que acudir a su origen, tal y como se hace con cualquier otro aspecto de la realidad. Por lo tanto, sería lógico indagar a fondo hasta dar con un origen claro, irrefutable. En toda exploración, además, es preciso encontrar un razonamiento deductivo que conduzca a un final satisfactorio, redondo, también irrefutable. No en vano se afirma que para analizar las cosas en profundidad hay que acudir a su origen. De poco sirve tratar los síntomas de una enfermedad sino no conocemos la causa que la produce. El amor no debería recibir un trato diferente.

El autor del artículo se apoya en los criterios de profetas, teólogos y filósofos. Incluye, además, su propia opinión, que resulta difusa porque, entre una definición y otra, intercala una duda que arrastra por cada una de las líneas de su exposición. Produce definiciones, las enlaza y las enmarca dentro de un gran interrogante, su propia duda. Pero no bucea en los orígenes del amor; tampoco menciona cómo ha ido aumentando la bola de nieve, a medida que el ser humano se volvía más y más complejo. Tan solo hace un gran esfuerzo con la idea general del amor y, en concreto, se centra en la idea del amor de la pareja en el seno del matrimonio.

El origen parece claro; el amor contribuyó favorablemente en el mantenimiento de la especie. Es el amor rudimentario, animal, estacional, efímero. Todos sabemos que el ser humano ha cambiado las cosas, aunque no su naturaleza; o por lo menos, no del todo. Con su forma especial de residir en el mundo, ha creado “hábitos”; entre esos hábitos se encuentran los “hábitos sentimentales”. No es “natural” –salvo raras excepciones en la naturaleza- que las parejas permanezcan unidas durante toda la vida. Entre los monos, desde luego, no lo es. Y el hombre no es otra cosa que un mono alterado genéticamente, una especie evolucionada capaz de analizar la realidad y de vincularla a sí mismo; es una cuestión de pura necesidad, de supervivencia. Y el amor, en todas sus manifestaciones, para el ser humano es una necesidad como otra cualquiera. No podía ser de otra manera.
Con la civilización han ido surgiendo los hábitos sentimentales, como han surgido otros muchos hábitos necesarios, que al hombre le son ya fundamentales para vivir.

El autor del artículo da un nombre a una clase de amor y habla del “amor entrañado”. Sobre él afirma que es un amor integrado en las entrañas, que crece en el seno del matrimonio. Sinceramente, creo que al amor entrañado no se le puede atribuir una pureza original porque, tal como lo veo yo, es una “clase de amor habitual” que se vierte sobre una necesidad social humana, la de las seguridades. El matrimonio es una creación cultural del hombre, que obliga a una convivencia y ofrece seguridad a la prole. Es un amor “forzado”, cautivo en una circunstancia artificial. Pese a tratarse de un amor “civilizado” no es menos bello ni menos intenso, aunque pasa a engrosar la larga lista de hábitos sentimentales y habría que analizarlo dentro de éstos.
Esta palabra, “seguridades”, es ya un eje importante de la vida del ser humano de hoy, porque necesita estar (o sentirse) “seguro” entre muchas cosas. Unos se conforman durante toda su vida con lo que han alcanzado a comprender y con todo aquello que han obtenido en un primer estadio. Otros, sin embargo, no estarán conformes y dudarán mucho, seguirán haciendo preguntas a la realidad que nos rodea, una y otra vez. Pero el factor común a ambos, es que todos necesitan algún tipo de seguridad, con respecto a cualquier cosa; todos necesitamos atrapar “algo”, para sentir que la vida merece la pena. En torno a ese algo construimos una creencia y así lo hacemos nuestro. Es una cuestión de “seguridades”. Necesitamos sentirnos seguros, al menos en una cosa, para poder seguir haciendo lo que nos viene en gana. Resulta paradójico que precisemos de una atadura para poder pensar o sentir que somos libres. Y el amor no está excluido; el hombre ha construido con él castillos inmensos, verdaderos mundos aparte: dogmas de fe, responsabilidades, esperanzas, cárceles… y, por supuesto, la necesidad y la seguridad… en fin, grandes obras. Parece ser que sin amor, el mundo actual perdería toda su cohesión.

Volviendo al artículo, el autor sitúa el “amor entrañado” dentro de una escena de infidelidad. Es de suponer que lo hace así para crear un contraste; describe una escena donde uno de sus personajes –ella- intenta describir a su amante el amor que siente por su marido. Esto induce a establecer una comparación con el amor que siente por su amante, quien no parece entender las explicaciones de ella.

Creo que no hace falta recurrir a una escena tan corriente. El amor “entrañado” en el matrimonio, bajo mi punto de vista, se compone de elementos que interaccionan entre sí, como la complicidad, necesidad, comodidad, seguridad, fatiga, aburrimiento, costumbre, apego, tranquilidad, cariño, dependencia… etc. El amor entrañado que se pretende descifrar, solo puede mantenerse satisfactoriamente si ambos miembros de la pareja tienen capacidad para sorprenderse mutuamente, con cierta asiduidad; es decir, cada uno conserva su individualidad (crecen con independencia) y se reúnen muy a menudo para compartir sus hallazgos.
Es cierto que estamos sujetos a requerimientos biológicos que pueden alterar “por encantamiento” el orden de cosas que se establece dentro del matrimonio. Estoy convencida de que esta clase de amor es prácticamente inmune a esas infecciones, no necesita de otras experiencias, porque mantiene muy atareada a la pareja con las que ya comparten mutuamente. La clave del éxito podría estar en esta frase: “no he encontrado nunca a nadie que me guste más que tú”. Y cuando esto sucede, no quiere decir que se haya dejado de explorar el mundo y solo “estás tú”, sino que quiere decir que, “tras muchos años compartidos, todavía eres inaccesible, aún tengo que luchar para que permanezcas a mi lado, tienes algún misterio guardado…y me tienes aquí, atado a ti”. Creo que lo dice todo.

El amor, en definitiva, es un sentimiento que cambia con el hombre, que evoluciona con él. Y por ello, no se puede apresar, no se puede comprimir con palabras; lo producimos, simplemente.
El amor tuvo un origen, surgió en bruto; y con el tiempo, en el interior humano, se ha ido puliendo y tallando como una preciosa gema, cuya complejidad le otorga un valor incalculable. Y por ello seguiremos derramando hermosas frases.
Aunque, nunca estaremos seguros de si se trata o no de un engaño, porque, a veces, acecha la sensación de que las múltiples caras del amor son disfraces que nuestra mente crea, para poder seguir reconciliándonos con las nuevas situaciones que nos prepara la existencia, y con los nuevos sentimientos que florecen al caminar a través de ella.

4 comentarios:

Marta Teixidó dijo...

Hola Moza

Acabo de leer tu ensayo y estoy de acuerdo en tu disertación, porqué habla del amor bajo una base analítica, por lo que no está exenta de cierta frialdad. Pero creo que debemos tener en cuenta el factor sentimiento; es decir la esencia más íntima del ser humano que a través del amor muestra su cara más agradable.

Sin embargo, a veces como fue en mi caso, de forma encandilada, el otro insinua aunque nunca confirma que tiene sentimientos hacia una, porqué esa es su forma de entender el amor, disfrazandolo de amistad. No lo entendí mal sino que "jugo" conmigo, mi soledad y mis sentimientos.

El tema da para mucho y creo que todos podemos hablar bajo nuestras própias experiencias, pero me gustaria reivindicar una "Amor de color de rosa", no por su cursileria, sino porque fomentaba el creer en alguien, y en luchar por conseguir ese amor. En la actualidad, hay demasiados substitutivos para el amor, que cuando biologicamente, aparece en su forma más rudimentaria, es fácil complacerle.

Creo que debe haber más romanticismo, más idealismo y eso es como buscar una aguja en un pajar. Pero hay que seguir creyendo en el AMOR. Es cierto que el dinero mueve el mundo y que el amor ha contribuido a la procreación de la espécie. Pero ahora que tal hecho está resuelto por la ciencia, no dejemos que el ser humano huya de sus sentimientos, pues en realidad, le han permitido su evolución.

Hasta la próxima.

Marta

Deyart dijo...

Homo Sapiens:¡Te encontré!
Soy Fran, de Palabras del Alma. El otro día cuando dejaste un comentario en mi blog, con este nuevo nombre, no te reconocí; pero leyendo el blog de Joseph, supe que eras tú. Y hoy vine a buscarte.
Tú sabes que me encanta como escribes.
Sobre este tema en particular quiero decirte que yo he estado buscando respuestas sobre lo que es el amor. El primer post de mi blog, es precisamente mi inquietud al respecto. Me enseñaron que el amor es una decisión, y desde hace mucho amo así. Estoy con mi marido por decisión, no por sentimientos ni emociones románticas. Me ata a él el compromiso que hicimos, y también pensar que mis niños serán más felices si tienen su papá al lado. Yo ya no siento que él sea un misterio, ni que guarde algo que quisiera descubrir. Es triste vivir así. Pero "mi mundo" lo exige.
Ayer, mis amigas me volvieron a decir lo mismo:El amor es una decisión, y yo les pregunté:¿ES el amor una decisión? ¿Y si decido no amar más?...
No sé, querida amiga, realmente no sé lo que es el amor. ¿Es más que decisión, es más que sentimientos, es más que necesidad, es más que deseo? Ojalá tuviera respuestas...sigo buscando.

Anónimo dijo...

Hola, soy Joseph.
Sobre el amor: Estando de acuerdo con tu reflexión, me quedan dos preguntas muy concretas:

¿Qué es lo que hace surgir el amor? No me sirve “lo producimos simplemente”, eso es una renuncia a encontrar la respuesta. “Cuestión de seguridades” me vale para el matrimonio, la pareja, pero no para el amor como sentimiento. El amor muchas veces nos arroja a un torrente de todo lo contrario, temores, dudas, sufrimientos, dolor. ¿Qué es lo que hace que una persona nos fascine, nos deje subyugados, y otra de no menor valía nos deje indiferentes? Yo apuntaría una línea que tu misma me dejaste sugerida en un escrito tuyo: venias a decir que cuando odiamos con demasiada intensidad ello es síntoma de que estamos contaminados por eso mismo. Sensu contrario, creo que algo similar ocurre cuando amamos: o bien buscamos la diferencia que nos complementa (queremos crecer), o bien nos deleitamos en la identidad que equivale a amarnos a nosotros mismos a través del otro. Supongo que ambas opciones no son incompatibles.

Y ¿cómo hacer para conservarlo? Ahí creo que dices muy en lo de crecer con independencia, conservar la individualidad para sorprenderse mutuamente. Sin embargo quisiera sugerirte que lo concretaras. ¿Hasta que punto independencia? Demasiada puede generar inseguridad, desvirtuando la finalidad de la pareja...

Perdona si te parezco impertinente, es que has tocado un tema apasionante pero muy difícil.
Un beso complicado.

Anónimo dijo...

Gracias a ti por entrar en mi página de libro de arena.
Sobre estos pensamientos filosóficos solo puedo decirte por ahora que para mi el amor es algo extraño, hasta que lo sientes profundamente en ti y desde ti, para así poder estar abierto a la verdadera posibilidad de amar sin tapujos ni condiciones a otro Homo Sapiens.
Un abrazo:

Sergio G.