18 nov 2007

Ponerse a Cubierto

Como de costumbre lo único que enturbia la apacible vida en el campo es la actividad humana.
El otoño, desde que ha entrado, se está mostrando benévolo. Este año los días nublados y las lluvias brillan por su ausencia. Pese al frío intenso de las horas que rodean la noche, aquéllas en las que domina el sol son una verdadera delicia.
Una se pasa la semana inmersa en sus obligaciones, y a duras penas consigue arrancar quince o veinte minutos a la sobremesa para tomar, al sol, un cafelito en los bancos del jardín. No pido más, aunque espero con ansia el fin de semana para caminar a mis anchas por la pequeña finca, leer en uno de sus rincones y disfrutar de la naturaleza. Y con las "nuevas bondades otoñales" no pesan tanto los años, no duele un solo hueso. Además, parece necesario acumular algo de sol en el cuerpo en previsión del invierno que llega. Mis mascotas -compañeros en casa y de planeta- también lo hacen, toman el sol todo lo que pueden. No sé si he contado alguna vez que tengo dos gatos -Galileo y el jovencísimo Plank- y una perrita, Luna.
Sin embargo, cuando llega el sábado empieza el calvario. Los sonidos amables y relajantes acariciados por el calorcito del sol, todo un ambiente bucólico, apacible y feliz, se deshace bruscamente al romperse el clima con un infernal disparo de escopeta. Las pobres aves migratorias que revoloteaban hace un instante, blanquísimas y brillantes, alzan el vuelo sin rumbo, a merced del terror. Una de ellas -una magnífica zancuda- ha caído lentamente, quedando en el aire unas cuantas plumas recién desprendidas que volaban como pétalos perdidos.
Los gatos han corrido a refugiarse en la casa; la perra, aullando de terror, en mi busca, mientras los llamo a todos para comprobar que no están heridos.
Otro disparo. Y otro más... y veo llover unos cuantos perdigones brillantes que, ya flojos, dan fe de su fallo.

Así ha transcurrido todo el fin de semana; un constante salir y entrar del refugio, bajo el fuego cruzado de un DEPORTE, que no es otra cosa que matar por diversión.
Mientras los cazadores disfrutan legalmente de su brutal afición, los míos y yo debemos ponernos a cubierto.

11 nov 2007

Asomarse al futuro

He marcado rumbo a las Pléyades y el viaje es largo y solitario. De modo que me he puesto a dar vueltas a las cosas de la Tierra y he acabado pensando en que el ser humano, a lo largo de su existencia, no ha hecho otra cosa que asomarse al futuro.
Cuando los padres posan la primera mirada cargada de amor sobre su hijo recién nacido, en sus mentes empiezan a surgir unos deseos de futuro que acunarán junto al niño, sueños que se irán formando con el tiempo hasta concretarse en la realidad. (Aunque, cuando los deseos de futuro se alejan de los sueños se convierten en proyectos reglados; éste es el futuro de catálogo, el que viene impuesto por la costumbre y que tanto me disgusta. Pero ésta es otra historia)

A mí me parece que el futuro está hecho de ideas flotantes y se teje con un humo capaz de cristalizar. Cuando pienso en esto me suelo acordar de las películas de ciencia ficción antiguas, porque en su devenir cronológico se fueron retratando épocas del futuro que ya hemos sobrepasado; y es curioso que el futuro puntual que estas películas representaban no ha coincidido con lo que hemos vivido hasta ahora. Por ejemplo: en las películas, mientras los ordenadores del tercer milenio eran auténticas patatas, los coches podían volar.
No pretendo restar mérito a la imaginación humana; al contrario, me parece que es uno de los mejores logros de la mente, después de que la inteligencia se asomase a nuestra frente. Pero creo que tenemos una forma de celebrar los acontecimientos un poco limitada, y distribuimos los méritos de los triunfos alcanzados de forma muy caprichosa.
Creo que asomarse al futuro es un impulso irrefrenable, es estar en el convencimiento de que “se es capaz de hacer algo” y comprobar que “se puede hacer”. Es toda una Aventura; precisamente, en esto he acabado pensando, sobre las aventuras en la rueda del tiempo.

Cuando hace muchísimo tiempo el primer ser humano salió de África, llevaba entre sus manos el futuro del mundo. Seguramente, el instinto de supervivencia le condujo tras las manadas de animales que le estaban sirviendo de alimento. Éste fue, sin duda, el Primer Gran Paso. Con el tiempo, este novato pionero se extendería por toda Eurasia. Atención al detalle: no sabía dónde se encontraba.

Mucho tiempo después, algunas patrullas de exploradores humanos se aventuraron por el estrecho de Bering y se extendieron de norte a sur por todo el continente americano. No es que sea un grandioso paso, pero algo es algo. Ojo al dato: tampoco sabían dónde se encontraban.

Después, Erik El Rojo llegó navegando hasta Groenlandia y, más tarde, su hijo, Leif Eriksson, hasta Canadá. Seguramente no identificaron el continente y no supieron dónde estaban.

Luego, Cristóbal Colón, buscando una nueva ruta hacia las Indias, llegó a un “continente nuevo” y redescubrió América, por pura casualidad. De modo que como Colón creyó que había llegado a Las Indias, en realidad, no sabía dónde estaba. Este ha sido, sorprendentemente, uno de los “logros” más celebrados; sin embargo, no considero que la campaña a ciegas de Colón fuese un paso tan grande, sobre todo teniendo en cuenta la anterior visita de los vikingos.
No obstante, una vez identificado el continente por Vespuccio y tras su conquista por lo europeos, hay que reconocer que el planeta pareció quedar a nuestro alcance.

El 20 de julio de 1969, Neil Armstrong, comandante del Módulo Lunar Apolo 11, se convirtió en el primer ser humano que pisó la Luna. ¡La Luna!: esencia de los dioses y responsable de gracias y desgracias. La gran inspiradora de poetas, científicos y otros soñadores. La Luna, el testigo mudo e imperturbable de nuestra existencia, gracias a la Ley de Newton quedaba a nuestro alcance. El ser humano se lanzó a una aventura, con el mayor desafío que le había dictado su imaginación. Y logró un sueño: salir de esta enorme y bellísima piedra para pisar otro territorio. Pero esta vez no había sido empujado por el instinto de supervivencia, o por una necesidad comercial; ahora sabía perfectamente hacia dónde se dirigía y por qué. En esta ocasión, el ser humano quiso demostrarse así mismo que podía conocer en persona a la protagonista de sus sueños ancestrales. Y cuando lo consiguió, desde allí observó por primera vez lo preciosa que es la Tierra. Y supo donde se encontraba. Por esto considero que es el paso más grande que ha dado la humanidad y lamento que no se celebre más. Fue un proyecto de futuro bonito e ingenioso, que nos abrió la puerta a un más allá diferente y nos alejaría definitivamente de las verdades incuestionables y de los mitos.

Pongo el warp 5, dejando a mi paso sobre esta preciosa roca un puñado de estelas con buenos deseos.

25 oct 2007

La mejor imagen del mundo: un sueño

Escribo estas líneas a pesar de que no sé qué va a suceder en el minuto siguiente.
Mientras espero a que mis ideas se desgranen voy buscando un término general que me deje satisfecha.
El mundo no me gusta y me gusta. Contradictorio. Unamuno dijo una vez que quien no se contradice… malo. Estoy de acuerdo: entre dos ideas opuestas se establece la duda. (¿O, quizá no?). Si se establece la duda es que ha habido observación, y después aparecen las preguntas, el pensamiento… algo de interés que decir.
¿Qué está sucediendo? ¡Allá hacia donde me vuelvo hay gresca! Existe una lucha continua y agotadora en, prácticamente, todos los ámbitos de la vida. El sistema tiene sus normas, sus leyes; pero no es perfecto. Y al incumplir las normas se multiplica su imperfección.

Me sereno mientras escribo.
El término general que esperaba desde que he empezado a escribir es ENTRAR.




Todos nos merecemos “entrar” en el mundo con paz y tranquilidad. ¿Tan difícil es concebir la idea de que la inteligencia y la sensibilidad no exhiben un color ni una apariencia determinados? A todos nos asiste la razón de nuestras libertades, y cuando ésta duele es porque ha intervenido una injusticia. La mejor definición de injusticia debería ser duele tener razón.
Es increíble. ¡¡¡Todavía hay quien calcula la humanidad de las personas por sus rasgos!!!
Tengo la impresión de que la historia se rescribe, porque se repite una y otra vez. Puede que la clase de mundo que hemos creado transcurra como una sinusoide que va fabricando ciclos, ciclos cerrados. Si hay una medida para todos los actos, el resultado de esta medida, desgraciadamente, muchas veces suele traducirse de esta forma: en tanto unos se exceden, otros están obligados a soportar.
Lo cierto es que estamos limitados, tanto que nuestra voluntad solo puede ejercer en las cosas pequeñas. Porque, ¿qué determina nuestra presencia o en qué afecta dentro del orden universal? En teoría podemos escoger la clase de existencia que deseamos llevar, aunque hay seres humanos que ven sacudirse su integridad, sabiéndose merecedores de una existencia digna.
Siendo conscientes de la insignificancia que representamos, es realmente sorprendente que todavía no se haya conseguido derrotar a la mísera creencia de la desigualdad, la abominable idea que conduce al racismo.
Me hubiera gustado saber cómo sería vivir en un mundo sin creencias, o sin las creencias de éste.
Hay motivos para la tristeza y, por ello, últimamente pienso que la mejor imagen del mundo es un sueño.

14 oct 2007

Algo se Mueve


"Mi mente tiene un objetivo máximo: suprimir las diferencias.
Mi último descubrimiento: la teoría del campo unitario.
Todas las ciencias se resumen a una sola fórmula.
En lenguaje sencillo diría:
Algo se mueve."
(Entrevista con Einstein,
de Giovanni Papini)

11 oct 2007

La Flaca

Eran las dos de la madrugada, Flaca.
Tus ojos crecieron primero, y se llovieron después, cuando viniste a decirme. Me vuelvo a casa.
La penumbra de la pieza se durmió en el aire.
Luego, un rumor, por tu insistencia: el corazón golpeaba en su fragua y los nervios te salpicaron la garganta. Como un trago mal dado.

Tu voz se arrugó, desapareció. El silencio ganó la batalla.

Regresabas a la tierra que te puso límites, que te robó la juventud. Por una rara fidelidad al destino.

Cada día, el sol se prodigaba. Flaca, llovían ascuas.
Todo el verano para conseguir tu pasaje. Heredaste una imagen: La Plata. Allá. Muy lejos.
La brisa, perezosa y caliente, no sacó de los aleros un solo pájaro que se hundiera en el vacío. Ni una mosca rendida por la abundancia.


Flaca, me pareció fruncido el tiempo. Porque todo vino rodado: los preparativos, el equipaje, los silencios, tus lágrimas, tu bondad, nuestra camaradería.
El futuro estalló de pronto en una inmensa tregua. De ternura.

Cuando te fuiste las veladas quedaron vacías, Flaca. Como los nidos en invierno.

3 oct 2007

No todo es oro...





La imagen que nos ha llegado de Albert Einstein, además de la de genio, es la de un hombre amable, pacifista y solidario. Pero no es oro todo lo que reluce.
A continuación voy a transcribir las condiciones que Albert impuso a su esposa Mileva, por escrito, en 1914, para continuar viviendo en el domicilio familiar.
He aquí una prueba de desamor, o de amor a sí mismo.


A. Debes asegurarte de:
1) que mi ropa, limpia y por lavar, se mantenga en buen orden y arreglada
2) que recibo mis tres comidas de manera regular en mi habitación
3) que mi habitación y despacho se mantienen siempre limpios, y, en particular, que mi mesa esté dispuesta siempre para mí.

B. Renuncias a todas las relaciones personales conmigo en tanto no sea absolutamente necesario mantenerlas por razones sociales. Específicamente debes renunciar:
1) a que me siente en casa contigo
2) a que salga o viaje contigo.

C. En tus relaciones conmigo debes aceptar explícitamente adherirte a los siguientes puntos:
1) no debes esperar de mí intimidad ni reprocharme en forma alguna
2) debes desistir inmediatamente de dirigirte a mí si te lo pido
3) debes abandonar inmediatamente mi habitación o despacho sin protestar si te lo pido.

D. Aceptas no menospreciarme ni de palabra ni de hecho delante de mis hijos.


Mileva Marić era matemática y fue la primera mujer de Albert Einstein. Compañera, colega y confidente tuvo tres hijos con él, de los cuales, el primero (una niña) nació antes de celebrarse el matrimonio; se cree que fue dada en adopción. Todavía se discute el grado de participación de Mileva en los descubrimientos de Einstein.



"Los Científicos También son Humanos"
de La Ciencia a Través de la Historia
Autor: José Manuel Sanchez Ron

25 sept 2007

Dejarse Llevar

Esta tarde he estado saboreando viejas sensaciones de la mano de Leonard Cohen. ¡Malditos recuerdos! Siento una vez más que pertenezco a una generación difícil. No, difícil no es la palabra… Una generación, ¿única? –quizá tampoco es ésta la palabra-; una generación que, sin remedio, se ha convertido en vagabunda.
Tienen su atractivo los vagabundos, su aquél, porque junto a ellos parecen caminar codo con codo el descontento por la vida y los sueños.

No soy especialmente nostálgica; no me atraen en exceso los recuerdos. Creo que conozco a demasiados supervivientes de los recuerdos; se me antojan como moribundos deambulando por un cementerio de instantes gloriosos clausurados.
Al nacer nos empieza a envolver una tupida red de frágil memoria, que las agujas del tiempo van tejiendo. Los recuerdos son piezas ansiosas por vivir una segunda vida; los percibo como un legado que nos impone la vida, y, también, como revisiones con pretensiones de certeza y eternidad. Quizá los recuerdos no sean más que una condena disfrazada de aventura.

Los que nacimos en la década de los cincuenta somos como crujientes y quebradizos rollitos de primavera, rellenos con un desmenuzado popurrí de verduras frescas. Crecimos al lado de una esperanza consecuente con el descontento.

Simplificando mucho, somos un montón de hechos ordenados por fechas. El asunto se complica cuando invertimos en emociones; el sabor lo pone el sentimiento, afortunadamente, y esto es lo atractivo del asunto.
Quizá sin recuerdos no hay sensación de esperanza, y por ello en nuestro interior se cobijan unas cuantas interpretaciones infantiles, donde surgen todas las tentativas de vida aderezadas con bellísimos sueños.

La culpa de todo esto la tiene Leonard Cohen. Ayer bajé del árbol para ver un documental en el que le hacían un homenaje: I´m your Man. También me he acercado hasta la Isla de Wigh, para recuperar la dulce melancolía de los años 69 y 70. Of course, he pasado la tarde y la noche escuchándole. Y he sucumbido de nuevo a su música y su tristeza, a nuestra tristeza de antaño, cuando el joven pensamiento estaba dispuesto a luchar por las promesas vacías.






No puedo permanecer indiferente al atractivo de Leonard Cohen, aunque por su edad podría ser mi padre.
Me ha costado elegir una canción: todas me parecen la mejor. De modo que he seleccionado dos. La que he colgado aquí es Dance me to the End of Love.
La segunda os la recomiendo; la ha colgado La Navaja de Ockham en su blog. Se trata de una versión del Hallelujah de L. Cohen, interpretada por un grupo noruego en un festival benéfico. ¡Impresionante!

Abrazos muy otoñales.

16 jul 2007

Vacaciones de Realidad

Queridos amigos:
Necesito tomarme unas vacaciones para reconfigurar mis circuitos.
Os dejo con Yusuf Islam (Cat Stevens).
Un abrazo desde la Enterprise.


6 jul 2007

Elefantes

Sobre los elefantes estuve ayer hablando a un amigo. Y, hoy, continuando con la lectura de Naturaleza Humana (que por cierto ya la estoy acabando) he encontrado que Mosterín habla de ciertas cualidades que hacen del elefante uno de los seres terrestres más especiales y entrañables. El autor se centra únicamente en su forma de reaccionar ante la muerte; frente a la muerte de un individuo toda la manada se preocupa y su actividad normal se ve transformada por su presencia. Lo que comenta en su libro lo hemos visto cientos de veces en los documentales, además de otros muchos comportamientos tan característicos que nos hacen calificarlos como un animal muy sentimental, solidario y de una nobleza extraordinaria.

Para mí, Elefantes, además de evocar a un simpático animal, cuyo enemigo más peligroso es el ser humano, es una Idea. Una Idea, cuya cristalización tuvo lugar cuando leí la novela Las Ríces del Cielo, que añadió una singular forma de percepcibir el mundo y que afectó definitivamente a mi vida: Elefantes.
Ya he hablado varias veces de Las Raíces del Cielo, aunque considero que son pocas si tengo en cuenta el inmenso favor que me hizo su lectura. Lo cierto es que si no hablo más es porque no quiero cansar. Soy consciente de que cada cual sintoniza sus frecuencias personales con las ideas que le convencen; es el modo de encontrar su virtud. Ortega diría al respecto que cuando alguien encuentra una idea que coincide consigo mismo la asume como verdad. (A esto de “verdad” le añadiría algún otro matiz, pero como generalidad la palabra me parece clara, me vale perfectamente.)

Sobre Las Raíces del Cielo oí hablar (en realidad, leí) por primera vez en una correspondencia publicada entre Änaís Nin y Henry Miller, hace ya más de dos décadas. Todo lo que se decían acerca de la intención del autor y sobre el libro era excelente. Por supuesto, me compré el libro; pero no fui capaz de avanzar en su lectura más allá de las cincuenta primeras páginas. Evidentemente, no estaba en sintonía con su virtud, quizá por falta de tiempo o, lo más probable, de madurez.

Es una novela con Elefantes. El autor fue un hombre que sintonizó con la virtud de estos magníficos seres, e imagino que por este motivo los eligió como protagonistas.
Romain Gary, desde luego, tenía Elefantes.

Contaré algo a grandes rasgos.

El protagonista, Morel, durante la Segunda Guerra Mundial cae prisionero junto a cuatro o cinco soldados más y es recluido en un campo de concentración. Para sobrevivir física y emocionalmente al horror, Morel y sus compañeros hacen “prácticas de libertad” disfrutando con la presencia de una simple mariposa que vuela delante de ellos.
Un soldado nazi, al percatarse de que se están tejiendo un nido de felicidad, caza la mariposa, la pisotea con su bota y fulmina el sueño de libertad que los distanciaba de la muerte. Con el fin de arruinar el ansia de libertad que mantine a los cinco soldados unidos y aún con ilusión, son confinados en un minúsculo recinto insalubre, sin apenas luz, sin jergones ni mantas y con escasos alimentos. Los carceleros acababan de asegurarles una agonía lenta que los conduciría a hasta el fin. Pero los prisioneros, para no sucumbir ante semejante suplicio, una vez más inician un ejercicio mental consistente en imaginar las siluetas de los elefantes, detenidas sobre una suave loma y recortadas sobre las rojizas luces del atardecer africano.
Con la imagen de los elefantes anclada en sus corazones, el sueño de libertad se convirtirá en su única realidad.
Al acabar la guerra, sólo uno de ellos no había podido soportar la tortura y acabó muriendo. Morel, una vez libre, se da cuenta de que está en deuda con los elefantes: les debe la vida. De modo que decide consagrar el resto de su existencia a defenderlos de las horribles matanzas a las que estaban siendo sometidos para comerciar con sus colmillos. Se instala en el corazón de África, donde el protagonista no atenderá a ninguna otra causa. Morel solo tiene Elefantes.

(Nota: Gary en alguna de sus otras novelas hace un guiño intencionado a los Elefantes, nombrándolos fuera de su contexto normal.)


1 jul 2007

Costumbres del Corazón

Está muy delgado y tiene la piel amojamada. De aquélla fuerza suya tan solo queda un hilo de sudor en la memoria del pueblo. Ahora ya no habla con sus paisanos. Incluso parece que tampoco ve, excepto cuando hay una botella cerca que la olfatea con el corazón de lo tierno que la mira.
El tío Mon canturrea sin cesar y a ratos lloriquea de felicidad. Y así está él, ajeno al mundo y a sus horas, con una sonrisa a medias que le sirve tanto para reír como para llorar.
Está casado con la tía Carmen; pero no tienen hijos porque –a decir de todos- la tía nunca le ha dejado…
Una noche soñé que el tío Mon se subía al tejado para colocar unas tejas que un viento terrible había levantado, y que se caía; y al chocar contra el suelo se partía la crisma contra la piedra tallada del corral donde se sienta el abuelo. Dentro de mi sueño yo veneraba la piedra manchada de sangre, como si el tío hubiera dejado en esa mancha su eterna sonrisa. Y cuando veía al abuelo sentarse sufría porque pensaba que aplastaba el alma del tío Mon. Solo fue un sueño, aunque así supe lo mucho que le quería.

Todas las noches, cuando regresa del vía crucis de tabernas, camina despacio por el borde de la estrecha carretera, inclinado como un barco vencido por el viento. El cuerpo torcido del tío Mon sabe luchar contra la dificultad por la costumbre; cuando sus ojos aguados se encogen automáticamente al cruzarse con los faros de algún coche, que tiene que hacer un quiebro brusco para esquivarlo; entonces, sin pensar, levanta un brazo hasta la altura de la frente y entona un discurso. O cuando por una grieta del techo de nubes se escapa un rayo de luna, que el tío vuelve el sermón hacia ella, y la mira con ternura como si tuviese una cara amiga en un retrato, y se le queja por tomar los prados al asalto y dejarlos divididos con su afilada luz de metal. Después, se detiene sorprendido a escuchar el eco de sus palabras, convencido de que la voz está cayendo del cielo.

En cuanto la tía Carmen lo siente entrar en la casa, estalla de oficio hecha una furia y lo sacude con gritos y tortas. El pobre tío pide perdón de memoria, por el retraso, mientras sale entre balanceos o a gatas, por la curda y los golpes, a dormir al corral, con las pasiones amarradas por el vino; ahí fuera, con la voz empalagosa y las risas, continúa el discurso inspirado en su verdad y en la eternidad de la mente anestesiada.

Sus paisanos se le quedan mirando haciendo el gesto de no tiene remedio; aprietan los labios, levantan los hombros y se miran unos a otros sin decirlo. Todo el mundo en el pueblo lo mira y él no mira a nadie, aunque ningún cristiano le niega el vino al tío Mon.

30 jun 2007

Nuevo Hallazgo.

Queridos amigos y compañeros de blog, no puedo pasar por alto esta noticia:
"Los yacimientos prehistóricos de Atapuerca han vuelto a ofrecer un nuevo y extraordinario hallazgo. El yacimiento de la Cueva de la Sima del Elefante, en la Trinchera del Ferrocarril, había dado ya pruebas de un poblamiento humano de Europa de hace más de 1,2 millones de años. Por el momento se habían encontrado herramientas de sílex en un nivel muy antiguo de este yacimiento. Pero estas pruebas indirectas han sido confirmadas por el hallazgo de un diente fósil del homínido que fabricó estas herramientas. Con este sensacional hallazgo tenemos ya las pruebas científicas de la presencia humana en el continente europeo antes de un millón de años. Los primeros análisis nos permiten aventurar que se trata de un ancestro del Homo Antecessor, especie descubierta en el yacimiento de Gran Dolina, también en la Sierra de Atapuerca".


Os dejo el enlace a la página Fundación Atapuerca , por si estáis interesados en el tema.
Por mi parte, ¡estoy contentísima!
¿Quienes somos? ¿De dónde venimos? ¿Qué pintamos aquí? ¿Hacia dónde vamos?... ¿Nos estamos acercando?...

Un abrazo desde la Enterprise.

28 jun 2007

Sencilla Historia de Amor

Los peces y las estrellas

Isidro...

Carmina: un día se marchó.
Yo no comprendí. Quizá mi carácter dócil y manso la fue irritando. Poco a poco empezó a salir y faltar del hogar. Un día, ya no volvió.
Al principio anduve desconcertado y me invadió una angustia infinita. Pero después pensé que si la Carmina lo había querido así sería porque no se pudo hacer otra cosa.
La pequeña Andrea estaba conmigo, solo por eso me sentía contento. Me dediqué por entero a criar a la niña que crecía libremente, igual que me crié yo y también su abuelo, hermanada con cuanto descubría a su alrededor.
Muy pronto pude llevarla conmigo a la Roca. Le enseñé los manejos de la caña, a buscar carnada entre las pozas y a desenterrar lombrices bajo la hierba de los prados: se estaba muy atenta a todo. Luego, con la mañana bien entrada, íbamos a vender la pesca, haciendo el recorrido por las casonas. Andrea, a veces, se quedaba jugando con niños mientras yo me acercaba al mercado para vaciar del todo la cesta y comprarle algo de ropa. Muchas tardes caminábamos hasta la playa llevando ella el cesto de la ropa seca, cargándolo yo a la vuelta con la ropa recién lavada. Casi siempre descansábamos a la entrada del bosque, bajo los árboles; nos fabricábamos un colchón con helechos y hojas secas, y nos echábamos o nos apoyábamos contra un tronco, siempre mirando hacia el mar.
Las noches lunares, en plena primavera, salíamos a pasear por los prados; y era frecuente ver gruesas hebras de niebla reptando por el acantilado. Nos deteníamos a escuchar, en medio de las sombras, el ronroneo monótono de los motores de los barcos de pesca que pasaban frente a la costa; junto a ellos había un rastro de pequeñas luces, como estrellas caídas que hubieran quedado flotando sobre la negrura del agua.

Así transcurrió nuestra vida, sin empeños. Andrea creció mucho. Se convirtió en una moza preciosa; su piel y sus sentidos estaban hechos a los elementos del campo, y los ojos le azuleaban de tanto mar delante. Como yo, y como su abuelo, tenía un carácter sencillo.

Alrededor de Andrea raposeaban algunos mozos sin conseguir marearla. Con miedo esperaba yo el “momento”; porque tendría que llegar. Dentro de mí se movían y apretaban los recuerdos de la Carmina. Pobre de mí que se me encogía el corazón, porque en el mal recuerdo se me clavaba un oscuro presentimiento.
Andrea se casó. Mi yerno se instaló en nuestra casa; era bruto y resabiado, pero a pesar de ello se entendía de maravilla con mi hija. Una tarde en la que el cielo se había cargado con un raro añil, el yerno regresó borracho, violento, escupiendo toda la hiel de que era capaz aquél carácter. El bruto me detestaba. Yo soportaba y Andrea, sencilla y dócil, como su padre y como su abuelo, presenciaba y enmudecía.

Un día, cuando regresaba después de haber vendido el pescado, pasé delante de la casa como si ya no fuese mía. Y no entré nunca más. Pasé de largo, mientras reparaba en la fachada y en el tejado de la casa que hice para la Carmina. Caminé con ese paso monótono que da el hacer el mismo camino todos los días, a la misma hora. Me sentí viejo; se acercaban las horas de soledad, pero el alma es elástica y pronto se acostumbra.


Las Estrellas

Andrea...

Entre la maleza puedo distinguir su figura encorvada, alto, flaco, con la caña al hombro y la cesta de los peces. Le sigo hasta la Roca, y se sienta.
Todos los días, lo mismo. La figura encorvada e inmóvil, como una roca de no ser por que de vez en cuando se mueve para cambiar el aparejo.
Él me enseñó, como a él le enseñó su padre, a respirar este aliento, y a contar las estrellas del agua en las noches de luna.


Míralo, hijo; todas las mañanas lo encuentro a ahí, posado sobre la Roca, como una roca acurrucada y dormida a punto de despertarse. No hay pájaro o insecto que no conozca, a fuerza de verlos y mirarlos y dejarlos acercarse. Y sabe hablar con las luces y el viento.

26 jun 2007

Maravilloso Encuentro


He pasado una semana en Alicante. Ya era hora. Necesitaba ver el sol, días completos de sol. La ciudad estaba en fiestas; podéis imaginar, un caos: mascletás, petardos, bandas de música, barracas y ninots; lo normal en Hogueras de San Juan.
No hemos participado activamente en las fiestas, no nos atrae el bullicio. Sin embargo hemos aprovechado para ver cosas nuevas, como visitar en el MARQ una exposición sobre Mesopotamia traída desde el British Museum, el Oceanográfico de Valencia y el yacimiento arqueológico de los Baños de la Reina, donde se encuentran las ruinas de varios asentamientos sucesivos, pertenecientes a la Edad del Bronce, a los íberos y a los romanos. También nos acercamos hasta Santa Pola –Portus Ilicitanus- para ver unas ruinas y mosaicos romanos del siglo IV d. C.
Tengo fotografías de todo. Ya os iré contando.


Además de pasar buenos ratos con la familia, compartimos unas tardes fantásticas con Epicuro.

Resultó muy emocionante el tan esperado encuentro con dos blogueros de Libro de Arena, Rubén y Miguel, en la Chocolatería Valor de El Campello, donde habíamos quedado.

Después de diez horas de viaje (con lluvia, para no variar), llegamos a Alicante a la seis de la tarde; lógicamente, había que descargar los equipajes y sacudirse el ambiente de cautiverio del coche. El aparcamiento en El Campello fue un problema; era sábado y el pueblo estaba atestado de coches: los nervios fueron en aumento. La furgoneta en la que íbamos es un armatoste difícil de acoplar en cualquier hueco. Tras varias y desesperantes vueltas, conseguimos aparcar.
Frente al Mediterráneo, sobre el cual yo había puesto a volar los ojos mientras nos acercábamos, está la chocolatería. Teníamos que localizarnos abriendonos paso entre una multitud de paseantes. La contraseña de reconocimiento era que uno de nosotros cojearía al irnos acercando al lugar de encuentro. Llegado el momento cada uno le decía al otro que cojeara pero ninguno estaba dispuesto a hacerlo. Sin saber muy bien cómo, el radar funcionó y nos reconocimos al instante: estábamos muy contentos, nerviosos y no podíamos dejar de hablar. Hicimos un intercambio de presentes. Libros, naturalmente; aunque los de ellos son unos libros muy especiales.
Es una situación muy curiosa. Esto de conocerse por Internet tiene una fama extraña, ¿verdad? Todo lo que diga sobre Rubén y Miguel es poco: son fantásticos y no puedo dejar de dar las gracias por haberlos conocido.

Al día siguiente volvimos a reunirnos y Epicuro nos llevó de excursión al monte de Busot, un lugar de pinos viejos cuyas copas se reúnen en las alturas, y al mirarlas se puede imaginar que hablan… o que sueñan con el pasado.



Excepto Galatea, que está haciendo la foto, aquí aparecemos todo el grupo de blogueros. De derecha a izquierda, Epicuro, Miguel, Orrorin, una servidora, Ockham y Rubén. Al fondo podéis ver la Suttle (lanzadera), que es la "furgo" que nos lleva y nos trae. El nombre viene de fábrica; de verdad, es pura coincidencia.

Nos pusimos de caminata y subimos hasta una peña desde la que se dominaba toda la Playa de San Juan y la Serra Grossa. Y a lo lejos, por la carretera de Madrid, entre unos bancos de bruma emergían las cimas de varios montes, una de las cuales parecía un volcán. Una maravilla de espectáculo. ¿Cómo he podido vivir aquí veinte años sin conocer este sitio?



En Alicante el campo encierra el aliento del pino y del romero; y en los jardines se turnan el jazmín y la madreselva para abrir en el aire sendas aromáticas por las calles, a cualquier hora de día.


Clavelinas silvestres.

A la vuelta solo he encontrado lluvia y frío.
Esta tarde os vistaré. Llevo mucho retraso.
Un abrazo desde la Enterprise.

15 jun 2007

Obsequio


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Las hortensias que cultivo en la Enterprise.






"Delicadeza: el tiempo que el gusano
espera en el umbral del vuelo"


Selección de Horas y Uvas.
Aguaclara (2007)



¡¡Feliz fin de semana!!


Fotografía: Galatea (enlace)
Poema: Jose Luis Vidal (enlace)

13 jun 2007

Ciencia Viva

No pude resistir la tentación. Entré en la librería, mientras esperaba no recuerdo qué, y allí estaba: Ciencia Viva. Reflexiones sobre la aventura intelectual de nuestro tiempo.
Por supuesto, de Jesús Mosterín
.

El libro está dividido en tres partes:
-Ciencia, Filosofía y Sociedad
-Biología
-Astronomía, Física y Matemáticas

La primera parte se centra en temas relacionados con las humanidades: arranca con el humanismo para continuar definiendo la racionalidad y los límites del conocimiento y la acción.
En la segunda encontramos cuestiones como qué es la vida, genoma humano y los dilemas de la bioética.
Y la tercera –me fascina- trata del estudio del Universo, la cosmología, la Física y la metafísica. Aborda cuestiones como la existencia de vida inteligente en otros planetas, codificación de textos, etc.

El prólogo, escrito por el autor, empieza así:

"Vivir bien es, entre otras cosas, vivir despierto, vivir con los ojos abiertos, darse cuenta de quiénes somos y dónde estamos, practicar la virtud de la lucidez. Vivir bien implica dar rienda suelta a nuestra curiosidad, asumir nuestra dimensión espiritual y participar en la aventura intelectual de nuestro tiempo. En efecto, a pesar de todos los horrores, nuestro tiempo es una época dorada del espíritu, una fiesta del conocimiento. Al menos desde el punto de vista intelectual, podemos considerarnos afortunados por el momento histórico que nos ha tocado vivir. "

Todavía no he acabado de leer La Naturaleza Humana. Me está gustando tanto que me da pena acabarlo demasiado pronto. Cuando un libro me gusta mucho lo raciono leyendo unas pocas páginas al día, para que su presencia continúe más tiempo a mi lado. Esto me sucedió con Las Raíces del Cielo, de Romain Gary; cada día atacaba unas pocas páginas, de modo que tardé ocho meses en leerlo y lo llevaba a todas partes. Cuando un autor me gusta tanto “me enamoro” de él. Con esta novela, Gary ganó el premio Goncourt. Más tarde volvió a ganarlo con La Vida ante Sí.
Me compré dos ejemplares de Las Raíces…; uno lo dejaba en casa y otro, de segunda mano y menor tamaño, una edición de 1958, lo llevaba siempre metido en el macuto y me acompañaba allá a donde fuese. Cuando acabé de leerlo continué sin poder separarme de él. De hecho lo sigo teniendo aquí, a mi lado, junto al teclado, en el estante de los diccionarios; así puedo ver el título y recordar que entre sus páginas habita un hombre que amó profundamente a la vida, la Naturaleza. Solo el título, Las Raíces del Cielo, dice muchísimo sobre la novela o el autor.

Ahora no me importa tanto acabar La Naturaleza Humana, puesto que tengo esperando otro prometedor bocado.
Dije que iría dejando una miguitas, pero hay tantas y todas tan sabrosas…

Un saludo desde la Enterprise.

10 jun 2007

La Redención de la Naturaleza


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Fotografía: Galatea


No me gusta leer noticias y nunca lo hago. Pero, por casualidad, he encontrado ésta:
Bush aborta el posible pacto para fijar límites a la emisión de gases de efecto invernadero.

Y, también, ésta otra:
Cientos de millones de personas se verán afectadas por el deshielo y la disminución de glaciares y cubiertas de nieve como consecuencia del cambio climático, según ha advertido el Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA) en un nuevo informe.

La Naturaleza se nos muere.

Huir de las noticias es muy difícil, porque de lo malo siempre te acabas enterando. Hoy me he desanimado y he empezado a pensar. No he conocido el mundo sin guerras, conflictos o problemas. Encima la Historia ilustra de lo lindo: entran unas ganas de dejar de leer… Pero no es posible, al menos para mí.
Nací el año en que se murió Einstein. Fui uno de esos cachorros con patas largas y pies grandes que no produjo cambios a su alrededor, exceptuando el volumen desalojado en el espacio y las consecuencias normales de su existencia. Lo recuerdo todo en color sepia: luz a ciento veinticinco voltios, televisión con transformador y con la casa de Pepito íaaa, íaaa, hoó, dentro. Casi todas las personas con las que hablo, que son de la misma quinta, tienen recuerdos en sepia, como yo. Una época fea y triste. Teníamos poco y nos conformábamos porque no había mucho más. No había otra cosa. Cuando al crecer fui comprendiendo un poco soñé con un futuro más luminoso y alegre. Estrenábamos la palabra libertad. El futuro consistió en abordar una transición personal que viajaba con más rapidez que el río que nos llevaba, el cual, a su vez, también estaba mutando. La situación, pese a la lucha y las esperanzas que lograba concebir, era agotadora, incómoda. Un día se desvanecieron las esperanzas. Así, de golpe. Tendría ya unos treinta y pico. Por primera vez presenciaba conscientemente desatarse una guerra, desde el principio. La Guerra del Golfo. No como antes, que cuando tenía conocimiento de ella llevaba tiempo el conflicto. La esperanza pasó entonces a ser un acto de fe, una plegaria, cualquier cosa, irreal. Dejé de usarla.
Ahora resulta que el planeta se está muriendo desde hace mucho tiempo. En definitiva, que no he tenido tiempo para apreciar las bondades del mundo. Si las ha habido han estado dispersas, han sido pequeñas o han permanecido ocultas por los desmanes humanos. A veces parece que vivir es como ascender por una duna; tras la dificultad, en la cima se cierne la gran amenaza: nos quedamos sin planeta, sin casa.
Coincidiendo con las manifestaciones del cambio climático, mi jardín ha experimentado un crecimiento espectacular, alarmante por lo rápido y raro. Me da pena. Porque, cada vez que lo miro me doy perfecta cuenta de lo que está sucediendo. He nacido en un mundo hostil e incómodo, donde me siento echando las últimas miradas; porque la belleza que hoy observo, quizá no volveré a verla nunca más. Al contemplar lo que queda siempre pido el mismo deseo: que la memoria me acompañe hasta el final.

El escritor lituano, Romain Gary, (1914-1980) a través de su novela Las Raíces del Cielo denunció que “el cielo ha plantado en la Tierra unas raíces que nadie tiene derecho a arrancar.”
Y antes, el florentino, Giovanni Papini, (1881-1956) en la Redención de la Naturaleza escribió:
“La Naturaleza espera y gime esperando la imposible redención, la reconquista de la reluciente belleza del principio.
Esperan en aquella fúnebre paz los tallos floridos, esperan los manantiales polvorientos, esperan el fruto escarchado y el animal herido, esperan las minas de los cerros, los vedes caminos de los ríos, los áspides de los pedregales, las palomas asombradas, las vacas tumbadas en los establos, esperan todos los animales creados y humillados, los que han caído junto al hombre, por culpa del hombre, y que esperan del hombre reintegración y alivio.
La Naturaleza anhela y espera en esa sumisa estagnación su perdón y su triunfo”.

Ya sé que la escasez de sol produce melancolía. Pero llevamos ya varios días teniendo unas horas de sol. Quizá quede una dulce resaca. O quizá solo esté intentando consolarme de los malas noticias y los oscuros presagios echando la culpa a la ausencia de luz, porque se acostumbra la sangre al cortejo de su música.

6 jun 2007

Tras la Estela del Futuro.

“A la ciencia hay que ordeñarla, no temerla.
Los ecos del Big Bang retumban todavía en las partículas de que estamos hechos. Nuestra composición química es más afin a la cósmica que a la terrestre. Por el hidrógeno que llevamos dentro, somos hijos de la luz. Por los otros elementos, somos polvo de estrellas.

El microcosmos de nuestro cuerpo es el compendio de la historia del macrocosmos, como los clásicos no se cansaron de subrayar.
Platón pensaba que nuestra alma es un ángel caído; Aristóteles, que el cerebro es un refrigerador que enfría la sangre excesivamente caliente; Descartes, que la glándula pineal es el lugar imposible donde un alma etérea interacciona con un cuerpo burdamente mecánico. Tenemos que admirar su noble ambición cognitiva, pero no podemos comulgar con sus doctrinas fallidas.

El humanismo que necesitamos está aún por hacer.
Nuestro cerebro tiene el mismo número de neuronas que estrellas tiene nuestra galaxia, y a través de sus innumerables conexiones circula la savia de la información mediante procesos apenas descifrados, pero percibidos por dentro como conciencia. Nuestro cerebro es el lugar de la autoconciencia, el foco de las nuevas humanidades y el gran reto lanzado a la ciencia actual.”

Jesús Mosterín
“Ciencia y Humanidades”

31 may 2007

Horas y Uvas

Con tu espiga fugaz
a la niña de tus ojos

probando la virtud del hueso

-el aire lo estremece
con el don de la piel-

.

y estaba el río
y estaba el chopo
y estaba el cielo
y tú no estabas

.

la adelfa me mira:

el hoy de sus flores
húmedo y urgente

.

en tu playa mi harapo enamorado
y su mapa vehemente del tesoro

.

sobre un nido de muertos
tu cigüeña se posa

junto al huerto de cruces, corre el agua



CARPE DIEM

si desde tú me viera
acaso me amaría

me compadecería de mi cuerpo
sobreviviendo apenas, ignorante
y oprimido

lo halagaría con un beso
que lo entristecería por primera vez

y lo abandonaría
llorado y limpio entre tus brazos:

como un dolor
feliz dentro del aire



ANANKE

el sol pica tus pómulos,
que, maduros, repican en mis labios

vivir jamás descansa



MITO

la grieta donde nos amamos
huele a fuego cautivo

fuera, la procesión de sombras

.

un ave se te posa en la mirada,

y su canción, que te acongoja, es otra:
nostalgia de tu vuelo


José Luis Vidal (Enlace)


(Selección de “Horas y Uvas”. Editorial Agua Clara. 2007)

25 may 2007

Acostarse con las Gallinas.

La nieve seguía cayendo lenta y silenciosa. Hacía horas que el camino había perdido su independencia, y parecía erguirse desde el final bajo el tupido bordado de copos blanquísimos.
Todo fue poner el pie en el suelo y salir volando para estrellarme contra él: ¿nevando sobre hielo?
Además de dolor, con el golpe percibí cómo se hundía un cimiento de libertad.
Gateando conseguí acercarme hasta el todo terreno y ponerme a cubierto. Ascendí despacio por la loma y se abrió el valle, todo manchado, por donde andaban meciéndose algunas cunas blancas.
Esta era la celebración del invierno que más deseaba: la nieve, un bien escaso en mi vida.
Entre el miedo y la seducción comencé a sentir también timidez… o humildad, más bien.

Puse la reductora y dejé que Newton rodara camino abajo. Ya en el asfalto encontré a Benito, que había resbalado e intentaba levantarse. No parecía alterado; los lugareños nunca parecen alterados; es como si la complejidad del mundo no fuese con ellos, como si del aire o desde suelo acudiesen sencillas todas las respuestas.
Su serenidad me apacigua, esa es la verdad.

-Hola, Beni. ¿Necesitas que te acerque hasta algún sitio?
- Bueno… Sí. Voy al convento… Si me deja en el cruce de La Fortaleza…

Benito se sacudió un poco y subió al coche; el primer silencio aumentó la distancia entre nuestros asientos. Pero la voz de Benito la tajó en el momento oportuno. ¡Bendita sencillez!
-Parece que hace bueno, jejá, jejá…
-Sííí. Nada más salir por la puerta de casa me he caído. ¡Menuda sentada me he dado!
-Jejeje… Es normal… Para el que no está acostumbrado…

-¿Sabes si durará mucho?
-¡Ay! Y, ¿quién sabe eso? Pero no creo. En la montaña… puede. Pero esto es la costa. Quién sabe eso…

El silencio tomó asiento nuevamente entre los dos.

Contagiada por su presencia, retomé la conversación.
-¿Madrugas mucho, Beni?
- ¡Huy, ya lo creo! Mire, me levanto a las cuatro y media o cinco de la mañana. Ordeño las vacas y las arreglo para que salgan al prao. Saco las cántaras hasta la parada del camión de la recogida. Arreglo la casa y preparo el desayuno de toda la familia; para cuando ellos se levantan ya está todo listo. Y ahora voy al tajo... áhi, en el convento de monjas de La Fortaleza…

-¡Caramba, Beni! Te acostarás con las gallinas…
-¡¡¡Nooó señora!!!! ¡¡¡¡Yo me acuesto solo… y en mi cama!!!!

El bucolismo se me atragantó con un bloque de aire y saliva. Deseé con toda mis fuerzas que no añadiera nada más y que la distancia volviese a separarnos gracias al silencio. Aunque, no me sentía salvada. Cómo iba a salir de ésta si acababa de chocar la poesía contra la superficie del entendimiento.

La situación no dejaba de tener su encanto.

Miré a Benito por el espejo retrovisor: su alegre seguridad había sucumbido a la idea fatal del gallinero. Permanecía callado y mirando por la ventanilla, con los ojos verdes tan redondos como los de un niño.
Tenía que hacer algo para salvarle. Así que se me ocurrió lo más sincero: ofrecerle una explicación del dicho popular, que nos salvaría a los dos.

-Beni, bueno… es una “especie de refrán”. Cuando alguien madruga mucho tiene que acostarse temprano para dormir suficientes horas. Y como las gallinas, en cuanto se pone el sol se duermen… y en cuanto amanece se despiertan... En realidad lo hacen todos los pájaros excepto las lechuzas, los búhos… ¿Sabes? Es una forma de hablar, un dicho popular… No sé… ¿Me entiendes, Beni?

Desde el retrovisor le lancé una sonrisa suplicante.

-Sí, Sí, señora. Lo que usted quiera. ¡Pero yo me acuesto solo y EN MI CAMA!

Y se instaló otra vez un silencio extraño, del que ni él ni yo pudimos ya prescindir.

Entre la placidez con la que nevaba y la lentitud de la marcha, durante unos instantes dudé de la realidad, porque la sentí flotar en una burbuja de bondadosa quietud. Este es el efecto exacto que me produce la presencia de la nieve.

Benito bajó del coche en el cruce que llevaba al convento de La Fortaleza. Solo se oyó mi adiós sin respuesta. Entonces supe que a los humanos, como frutos de la tierra que somos, al margen del repertorio de ideas que hemos compuesto, nos queda el instinto del amor. Y empecé a reírme, presa de un ataque de cariño por Beni.

21 may 2007

Témporas

Mientras pienso en alguna miguita del libro de Mosterín para ir dejando un rastro por aquí, me voy a columpiar un poco con el asunto de Las Témporas. Esta palabra la oí por primera vez al llegar a esta región. Reconozco que es una cosa curiosa.

No es que me fíe de la meteorología popular. Las témporas a mí no me dicen nada; para que esto suceda supongo que tendría que haber nacido aquí y bajo su influencia, pero no es el caso. Sin embargo sí me fío del ojo clínico de los marineros, cuando con una clavada de ojo en el horizonte del mar mueven la cabeza negativamente para decir que la cosa pinta mal. Tienen un olfato especial. No olvido, claro, que a veces solo está mal en el mar y en tierra hay un sol radiante. Ellos suelen hablar de “mala mar” para decir que hay mar de fondo, y muchas veces coincide el temporal de mar con lo que también azota en tierra.

La primavera, según las témporas de las que hablan por esta región, creo recordar que se iba a presentar revuelta y pasada por agua. Bien, reconozco que los lugareños han acertado.
Por cada día de sol que estamos teniendo, después los cielos se cobran el préstamo con niebla, lluvia o viento durante días. Aquí hace frío y todavía hay que tener puesta la calefacción; y en el sur, mientras tanto, están ya pasando calor.

Ayer, por ejemplo, no dejó de llover en todo el día. Para rematar la faena, además hubo torneo de rayos y truenos y no pude encender el ordenador en toda la tarde.
Pasé el día leyendo (qué otra cosa podía hacer). Para apagar el humo que me echaba la cabeza hice descansos en los que el único recurso era mirar por la ventana.
Desde la puerta de porche, le pedí a Galatea que hiciera esta fotografía:





Hay que reconocer que hasta cuando llueve el norte es maravilloso. El campo se cubre con una luz… no sé, entre gris y blanca; todo queda como embebido en un blanco roto. Es espectacular. Produce melancolía, sí, ya lo sé. No es un estado de ánimo alegre el que deja. Pero es una melancolía tan especial como especial es la luz reinante.
Aunque en la imagen no se ven las gotas, está lloviendo a cántaros, por eso está algo difuminada.


Estoy suspirando por el primer día de sol cuando, tras varios de lluvia, el cielo regresará con un azul intenso; el paisaje estará como recién lavado y vendrá soltando unos grados de color que ya no creeré terrenales.


Saludos desde la Enterprise.

Fotografía: Tarde Lluviosa en La Cambra. (Galatea)

16 may 2007

¡Por fin!

Por fin, hoy, he conseguido tener un libro que estaba agotado desde hacía un par de meses.
El título: “La Naturaleza Humana”. De Jesús Mosterín.

No entraré en detalles de cómo supe de este autor ni que fue lo que me convenció para decidir comprar el libro. Sería una pesadez. Pero estoy tan entusiasmada que tengo que compartir esto. No me ha dado tiempo de leerlo, lógicamente, lo he traído hoy. Aunque no me separo de él.

Lo que sí he hecho ha sido almorzarme el prólogo, que es suyo.
Y he encontrado cosssaasss que ronronean en mi cabeza: presiento que mis neuronas ya le tienen afecto.

Por ejemplo, cuando dice:
“uno no sabe si lo que va a escribir va a servir para algo. A mí me gustaría que este libro sirviera para fomentar la virtud de la lucidez, que contribuyera a elevar nuestro nivel de autoconciencia de lo que somos y, por lo tanto, a sentar las bases para un discusión de los temas relacionados con la naturaleza humana que fuera serena, racional, objetiva y ayuna de prejuicios y tabúes."

¿Acaso no es un sueño precioso? Estas palabras, serena, racional, objetiva y ayuna… ayshhh... brillan como diamantes.

La portada del libro tiene este aspecto.



Cerca del final (del prólogo) comenta, “este libro se ha beneficiado de la lectura previa, competente y detallada…” de varias personas, de las cuales conozco a tres, más o menos, que por haber leído algo de lo que han escrito me ofrecen garantías.

Una de ellas es Eudald Carbonell –que me encanta-, el Codirector del Proyecto Atapuerca.

Aquí va una foto:


¿A que es atómico?



Voy a estar entretenida.
Quizá vaya dejando unas miguitas de lo que lea por aquí; aviso.
Hasta la próxima.

Saludos desde la Enterprise.

14 may 2007

Salve Marinera.


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Al cruzar el pórtico me sacudió una voz hueca y artificial, que se incendiaba con los ecos en las expresiones “Caballeros del Mar” y “Señores del Mar”. El oficiante se refería así al hablar de los marineros, y no porque las expresiones fueran un capricho de su edad avanzada o un comodín en sus sermones. No. El sacerdote estaba tan emocionado que al pronunciar el nombre del difunto su voz se volvía frágil como el cristal. Cuando recordó la boda de Elías y el bautismo de su primer hijo, todo bajo la segura bendición de sus manos, la voz se le rasgó levemente, quizá porque le asaltó el pensamiento fugaz de que en el momento de administrar los sacramentos, por encargo de Dios hacía una promesa que ninguno de los dos podría cumplir.
No tomé asiento; me quedé cerca de la puerta y apartada a un lado, desde donde podía ver con cierta altura toda la iglesia. El sol castigaba los peldaños de la escalinata de entrada, pero no osaba pasar de allí; aunque, unos rayos fugitivos salpicaban manchas pálidas desde arriba sobre las cabezas de los fieles, que a mí se me antojaron como un lecho de piedras inertes de tan quietas que estaban. Cuando conseguí acomodar la vista a la penumbra pensé que en un día como este tanta luz es un pecado y del color de la piedra habría de ser solo el cielo.
Los recuerdos me sacudieron a mí también. Elías, alto y tímido, una criatura en exceso humana, venía sonriendo hacia mí y me miraba. Sonreía siempre; en el puerto, en las escaleras de la Cofradía, desde el puente del barco, en la Plaza, en la calle. Así lo recuerdo.
Hubo una pausa. Unos instantes después los fieles se pusieron de pie para cantar, rompiendo en el aire la Salve Marinera. Las voces se alzaron a un tiempo en un canto reflexivo y sereno, cuya intensidad las unía de modo impecable en un único cuerpo. Jamás había escuchado nada igual. Las lágrimas me cayeron a borbotones.
El paso de una nube errante convirtió momentáneamente en vivas las figuras humanas que antes me parecieron piedras, como si de la muerte hubiesen nacido flores espontáneas.







Fotografía de Galatea: Procesión. (Puerto de Santoña)

10 may 2007

El modo de sentir

Entro de puntillas para opinar, con una meditación avalada por un poco de experiencia. Me apetece hablar del sentimiento, en concreto, del amor.
Allá donde me dirijo por la Web encuentro cosas sobre el amor, de lo más diversas. Y tengo la impresión de que todas las formas creadas para hablar y escribir sobre el amor son un modo de transitar a través de sus tesoros, mediante el necesario y delicado saqueo de los significados de la palabra. La verdad es que todos estos modos de usar las palabras contribuyen a mi propósito de caer más hondo en la reflexión.
No puedo evitar la idea de que cada opinión sobre el tema del amor está apoyada en el modo personal de experimentar el sentimiento. Tampoco puedo abandonarme al experimento de amar y dejarme arrastrar sin más: quiero comprender. Por ello tiendo a reducir el subjetivismo e intento buscar otros sembrados desde los que poder analizar su vinculación a la belleza y al desastre.
Entre todos los sentimientos que experimenta el ser humano al encontrarse en el mundo, el amor es uno de ellos: un tema atractivo por innumerables motivos.
Se nos ha enseñado a apreciar las cosas desde lo pequeño, a parcelar las situaciones para facilitar su dominio, con el pretexto de valorarlas y acceder a su comprensión. Tiene lógica: vivir es un experimento de laboratorio donde cada componente es un rey. Pero no se nos adiestra para analizar con rigor esos componentes de la vida por temor a que pierdan el encanto del misterio. Parece que solo interesa tener dominio a través de unas recetas o hábitos que son de utilidad para salvar las situaciones. Y, también, que sin misterio no hay entusiasmo, como si únicamente fuésemos seres propensos a la pasión y punto.

Me doy cuenta de que las circunstancias nos moldean; el mundo que nos rodea nos afecta provocándonos sentimientos y, por lo tanto, entran en la dimensión de la experiencia. El sentimiento es una respuesta del organismo, un modo de evaluar lo que percibe cuando entra en contacto con el entorno. Las percepciones placer/sufrimiento, atractivo/repulsión, bueno/malo, etc., son respuestas a lo real y están relacionadas con nuestra capacidad de conocer, de tal modo que hemos abierto una dimensión efectiva que se traduce en expresiones universales como, por ejemplo, el llanto ante el dolor.
El sentimiento nos arranca una forma de expresión universal –el miedo- y nos incita a un comportamiento -la huída-. Pero la realidad sólo nos promueve el sentimiento, no lo determina; porque tenemos voluntad, con ciertos límites, desde luego, de hacer y de cambiar el estado de las cosas. Es decir, podemos llevar la contraria al comportamiento que nos propone el sentimiento y controlarlo, dejando de huir ante la situación de miedo.

¿Es razonable sentir pánico ante una simple araña?
Nos han enseñado a colocar en una balanza la realidad aun lado, la emoción a otro y sopesar. Para responder a la pregunta, habrá que buscar una correspondencia entre la realidad y el sentimiento que ésta nos provoca, y ver si guardan una proporción exagerada o no. La conclusión parece clara: el sentimiento puede educarse y cabría hablar de los hábitos sentimentales, que es precisamente a donde quería llegar.

Ya en este punto -los hábitos sentimentales- me pregunto qué grado de pureza tiene el amor que siento por los demás y cuánto encierra de préstamo educativo. Porque, como todo el mundo, persigo sentir y comprender la naturaleza del amor ya sea fraterno, solidario, errático, romántico, etc.

Con la literatura y la poesía se ha conseguido liberar a las formas de su sola imagen y se las ha rescatado del silencio. El arte es una excelente manera de medir y ahondar en el asunto de las emociones; así que me pregunto cómo o qué siente en realidad el poeta cuando, tímidamente, solo intuyo que se deja mecer por el sentimiento hasta llegar a un cierto estado de intimidad donde incubar la realidad, que luego eclosionará en bellísimas metáforas.
Aunque no lo parezca, la operación de inspirarse es una acción vigorosa; no sólo es pensamiento lo que fluye sobre el papel: las palabras son un barco y el poeta el navegante que habrá de liberar las emociones que custodia el corazón.
¿Hay alguien que guarde algún otro secreto?


¡Ay, ay, ay, lo que da de sí navegar con la Enterprise!
Saludos inter galácticos.

4 may 2007

Agua y Sal

Quiero ser Mediterráneo.
Nunca he sabido lo que quería ser de mayor. Ni tan siquiera ahora, que soy mayor. Aunque, he sabido esperar como dicta la vida; la vida, el mejor fruto del mar, o el más valioso.

Un mar apresado por el color de las bondades,
peregrino sobre la arena, que en su esquina vence al tiempo.
Paciente, siempre ha estado ahí. Años atrás, en Rusiente, si algo andaba mal, si había problemas, buscaba su respiración sosegada.
Es cierto. Cuando lo necesitaba estaba ahí, esperándome con la mirada eterna desplegada.

Un alma salvaje
donde la paz convive con el imposible silencio.

Podía salir de casa o del instituto hecha una furia. Caminaba deprisa, demasiado deprisa.
Por las calles perpendiculares al puerto me cruzaba con la brisa tibia del Levante. Pasaba junto a la Plaza del Mar y me escabullía por detrás del Meliá. Antes de llegar al final del espigón, su influencia salada ya crujía en mis labios.

Un sembrado celeste
donde la Historia y la luz navegan despacio.
Sí, siempre me ha parecido que el mar respira. Y aprecio la diferencia; ahora vivo a orillas del Cantábrico y éste, sólo ruge.
Para mí que era como una arteria cálida, que latía y latía hasta entregarme el ajuar de mi alma.

Donde, raras veces, la nubes
forman un corro para verter en él sabios cuentos.
O un mercado en el que él vendía pensamientos absueltos, soledad adecuada y rutas lejanas. Y yo soñaba que todo lo compraba.

Quiero que el mar me aguarde,
y me obsequie con los destellos de su huerto.
Ahora que lo tengo lejos pienso que me dio la mejor de las lecciones al hacerme heredera de un sentimiento de convalecencia permanente.

Porque tiene una receta que solo él conoce;
y un oficio - crear la vida-, el más viejo del mundo.
Por eso, al despertar cada mañana, tomo el día por un extremo y agito las horas y las exprimo hasta la llegada de la noche, cuando curaré el cansancio de haber vivido intensamente.

Y porque de la lluvia es el cuerpo,
que se concentra en una sola raza.
Quiero ser Mediterráneo, su voz y con su ausencia.

Agua y sal en una pieza.



25 abr 2007

Desayuno con Glicinias

La niebla, esta mañana, daba un aspecto antiguo al paisaje; las nobles figuras del encinar asomaban indecisas de entre los misterios del suelo. Otros enseres flotaban también, sobresaliendo parcialmente sus relieves, como por un descuido de la misma sepultura.
Desde la ventana he contado, dos, tres, cuatro tejados rojizos de casas centenarias, en vigilia desde hacía ya unas horas, cuyas chimeneas contribuían a inflamar aún más la niebla. El rumor de la actividad de todas ellas ha venido a unirse a la primitiva ceremonia de la luz matinal.
El mar, no muy lejos, ha estado durmiendo toda la noche, regalando un reposo efímero. Y se presentía la playa, porque relucían los párpados blancos de las olas, cerrándose contra la orilla.
En la aventura de sentirse, he deseado que mi alma musite al invisible oído de mi cerebro lozanas palabras que inspiren imágenes indescriptibles: he amanecido con sed de música inédita y de acordes serenos.
Con las primeras brazadas del sol he salido fuera: la hierba estaba sembrada de rocío.
El desayuno, bajo la glicinia.


Fotografía de Galatea: Glicinias en la Terraza.

19 abr 2007

El Niño de Taung

En el año 1924, el joven científico Raymond Dart se abrochaba los botones de la camisa, con la mente apuntando hacia otra parte. Su mujer, Dora, le apremiaba: era el padrino de la boda que se celebraba en su casa y no podía dormirse.
El novio ya había llegado y la novia no tardaría en hacerlo. Pero el padrino continuaba en las nubes. Si lo que estaba pensando se confirmaba, su intuición alcanzaría de lleno en el centro de la diana.
Cultivando una pasión durante años, llegado el momento, se hace posible recoger una hermosa cosecha. Aunque, en esta ocasión, el corazón de Raymond había encontrado un atajo, gracias a la casualidad. Oyó la campana de la puerta principal. Se apresuró a colocarse la chaqueta y, sin dudar un instante, se precipitó escaleras abajo. Al llegar al recibidor se detuvo bruscamente ante dos horribles y voluminosas cajas de madera tosca y sin pintar. Dora no cesaba de dar vueltas. Al verlo paralizado ante las cajas le reprochó la pérdida de tiempo, tan escaso en aquel momento. Tenía que terminar de arreglarse para la ceremonia; de ninguna manera abriría las cajas.
Pero el científico llevaba semanas esperándolas y no podía resistirse. En cuanto su mujer desapareció se abalanzó sobre la primera. Como un fugitivo, volvió la mirada hacia todos los lados; realmente se sentía luchando contra todo. Levantó fácilmente la tapa y… se llevó una decepción. Agobiado por la excitación y por la inquietante falta de tiempo abrió la segunda caja. En su interior encontró, entre un grupo de enormes piedras, dos piezas de incalculable valor: la parte posterior de un cráneo y el molde de un pequeño cerebro, el cual encajaba perfectamente en la primera.
Sus informadores le habían sugerido que ambas piezas pertenecían a un simio corriente, un babuino. Sin embargo, Raymond, al ser informado sobre sus características albergó ciertas dudas. Tenía amplios conocimientos de anatomía; con el material delante se daba cuenta de que no era cierto. Sus sospechas se confirmaron. La reproducción que tenía ante sí era de mayor tamaño que el cerebro de un babuino; además, mostraba características humanas. Rompió en una sonora carcajada: otra casualidad había hecho que recibiera un tesoro, vestido de gala. Durante unos pocos segundos se sintió inmune a sí mismo: la eternidad estaba ante sus ojos, entre sus manos.
Unos tirones en la manga le hicieron volver a la realidad: la novia estaba esperándole.

El científico estaba absolutamente seguro de que se trataba de un antecesor muy primitivo de la humanidad y propuso un nombre para el ejemplar fósil: Australopithecus Africanus. Mientras que por la prensa fue bautizado como El Niño de Taung.
El informe que presentó Dart fue criticado inmediatamente. Se lo tachó de joven entusiasta y fue acusado de precipitación. Los paleo-antropólogos británicos afirmaron que los rasgos faciales infantiles son notablemente más suaves que los de un ejemplar adulto. Únicamente, se defendió la posibilidad de que se tratase de un fósil de gorila o chimpancé; pero en ningún caso se admitió que fuera un antepasado remoto del hombre.
Entre tanto, un magnífico fósil de Homo Erectus -El Hombre de Pekín- se llevaba todo el protagonismo.
La fama del Niño de Taung naufragó en el olvido. Raymond, desbordado por las críticas, abandonó definitivamente la búsqueda de fósiles.
Durante las dos décadas siguientes, en otro yacimiento africano, fueron apareciendo restos de otros ejemplares de Australopithecus Africanus, que rescataron al Niño de Taung del hundimiento. La comunidad científica se vio obligada a reconocer las certezas del trabajo de Raymond Dart; con ello recibió todo el reconocimiento que le había sido arrebatado hasta el momento.
El científico manifestó el alto precio que había pagado por su hallazgo, afirmando:
No es bueno ir por delante cuando se va a estar solo.


Raymond Dart: (1893-1988)


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15 abr 2007

La Propiedad del Destino

Una Visión de la Dinámica del Universo




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1

Con los gustos educados,
y domados ya los actos, por la costumbre,
camino a través del sentimiento,
buscando motivos que añadir al corazón.
Y mi corazón, culpable de inocencia,
se agita en su pulso, crece en otra orilla.
Y no caigo en la trampa:
es la Necedad, y no el amor,
quien me atormenta,
al advertir que una lágrima,
poco importa.

***

2

Con la imaginación desamparada,
y rendida ya la voluntad, a la diáspora,
navego a través de los sueños
buscando razones que nutran el entendimiento.
Y mi mente, culpable de rebeldía,
se aferra a su dueño, un lugar en lo cierto.
Y doy caza al farsante:
es la Bestia, y no un fracaso de la mente,
quien me causa daño,
al comprender que lo valioso,
apenas tiene precio.

***

3

Con los sentidos rendidos a la belleza,
y los instintos ya, criaturas talladas,
viajo a través del conocimiento
buscando la cordura que fecunde el futuro.
Y mi cuerpo, reo de vida,
reclama su aventura, una morada en otra existencia.
Y se detiene en la frontera:
es el Universo, y no otra promesa,
quien con su dictado me somete;
siente el cuerpo que, en lo esencial,
le es indiferente.

12 abr 2007

Nana de la Palabra Ausente.


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Las ideas se visten
con bellas palabras;
pero, ellas,
las palabras,
shhh...,
que no despierten;
aún están dormidas.
...
Las ideas sueñan
con dulces voces;
pero, ellas,
las voces,
shhh...,
que no despierten;
aún están dormidas.
...
Duermen las palabras,
donde las ideas han de crecer;
pero, ellas,
palabras, luces, voces,
shhh...,
que no despierten;
aún no están maduras.
...
Al sanar del sueño
saltarán las luces,
que traerán las voces
y las palabras,
a este lugar austero
colmado de ausencias.

5 abr 2007

Ercávica

Nacimiento de una pasión.

Todavía no había entrado el otoño y el sol caía enfurecido desde las primeras horas de la mañana. Las aguas azules del pantano contrastaban en color con la claridad excesiva de la tierra circundante. Resultaba alarmante la sequía.
Sobre el lejano lomo del montículo apenas se divisaban unos cipreses de corta edad. Lentamente, ascendimos por la carretera de tierra que subía hasta lo alto del cerro.
En la cima nos estaba esperando. Al vernos a lo lejos, el arqueólogo extendió los brazos. Se acercó sin prisa y su figura empezó a flamear bajo los efectos de la tierra caliente.
La pasión brillaba en sus ojos oscuros. Y el entusiasmo había ido esculpiendo su rostro año tras año. Era muy joven todavía.
Su garganta empezó a derramarse nada más encontrarse junto a nosotros, y continuaba haciéndolo con cada paso que dábamos. Cada minúscula piedra, cada centímetro de tierra, encerraban pacientemente un secreto que se nos iba desvelando con los acordes se su voz.
Vivía la arqueología. Escucharle me maravillaba; le veía aletear a nuestro lado con tanta alegría que no podía arrancarme la sonrisa de la cara.
De inmediato sentí que debajo de nuestros pies estaba latiendo un corazón de mil ochocientos años.
Habíamos recorrido solo un tercio de aquel sembrado arqueológico, cuando uno de los excavadores lanzó un aviso. Tenía una sorpresa preparada, que dependía de la casualidad. Nos acercamos hasta un lugar concreto y los excavadores se apartaron abriendo un círculo. El arqueólogo nos invitó a acercarnos.
Siguiendo sus instrucciones rasqué delicadamente con un dedo la zona que me indicó; la tierra se convertía en polvo con suma facilidad. Me entregó una brocha para que limpiase la superficie que acababa de destapar y apareció una cenefa de vivos colores.
-Tócala con suavidad –me dijo-.
Y, como si fuera el objeto más frágil y delicado del mundo, rocé el dibujo con las yemas de los dedos.
- Hace mil ochocientos años alguien de esta ciudad tocó esa pintura. Desde entonces, eres la primera persona en volverla a tocar.
Las palabras del arqueólogo me inundaron con un sentimiento desconocido hasta entonces. Advertí una contracción del tiempo; y en mi interior empezó a dilatarse una nueva percepción: me sentí enormemente humana.

Mi mano limpiando la cenefa.

Excavación arqueológica de la Ciudad de Ercávica.


Saludos desde la Enterprise

29 mar 2007

La Campana de Huesca

Cuenta la leyenda que, habiendo muerto el rey Alfonso I el Batallador sin heredero quedó el trono de Aragón en defecto y a su hermano Ramiro correspondía el derecho.
En mala hora, la noticia; pues, para tal empresa, hubo de abandonar el monasterio de San Ponce de Tomeras, entre cuyos muros se hallaba con buen acomodo.
Y en mala hora, el destino; que, habiendo partido hacia el cautiverio de ceñir corona, ya llegado a la ciudad, se encontró lejos de parar en júbilo.
Así fue que Ramiro sintió un gran peso: había de cargar con la mala disposición y el recelo de los nobles, y con menos honras que las esperadas por un rey.
La falta de obediencia le consumía el ánimo; y le ardió hasta el punto de quedar a merced de la confusión y la sin paciencia.
Le pesaba ya tanto el reino que envió un mensajero de su confianza a que pidiera consejo al abad de San Ponce, su maestro.
Llegado al destino el mensajero, le ordenó el abad acudir al huerto del monasterio.
-Tiende tus sentidos sobre lo que vas a ver -le dijo.
Y tomando un cuchillo, el abad comenzó a cortar las coles que más sobresalían.
Se volvió, luego, a mirar al mensajero:
-No habré de darte respuesta alguna; más, a tu vuelta, cuenta a Ramiro todo cuanto aquí has presenciado.
A su regreso, el mensajero relató lo visto al rey, quien no hubo de cavilar demasiado y de inmediato supo aprovechar el mensaje, dándolo al corazón por entendido.
Ramiro II, el Monje, anunció su intención de construir una campana tan grande que sería oída en todo el reino. Con tal pretexto atrajo a sus nobles, convocándolos a cortes, a palacio.
Así que fueron entrando, sin recelar los primeros, en la cámara, los esperaba un verdugo que iba cortando a cada uno la cabeza. Cuando el rey hubo contado hasta trece, en el suelo formó un círculo con doce de ellas; y apuntando a su centro mandó suspender del techo la última, la del tenido por más rebelde.
Y así que se llegaron el resto de los nobles, y estuvieron ya todos presentes, al fin les mostró Ramiro La Campana que anunciaría el destino de todo aquél que osara desobedecerle.




La Campana de Huesca. Óleo de José Casado del Alisal, 1880

28 mar 2007

Tu Secreto está en mi Sueño.

Le estuve observando días; un par de semanas quizá.
Desde el principio ya sentí que me hablaba, que me miraba cuando no le veía.
Yo hacía lo mismo.
Le hablaba sin saber si me entendía; le hablaba en silencio: él con su vida y yo con la mía.
Procurábamos ponernos cerca el uno del otro, pero sin exagerar: las situaciones venían rodadas, aunque procurábamos que rodaran a nuestro favor, sin forzarlas.
Soñamos con encontrarnos en soledad pero sin quererlo; para no mancillar el hechizo que nos había caído sin querer.
Sin querer, insisto.
Pero la tela del corazón se teje sola y no es nada fácil decirle, "¡para!, no sigas creciendo..."
... Y la dejamos crecer, con calma.
A mí de él, no sé, sus ojos quizá; o tal vez fuera que él tiraba de mí por lo bajo y yo me dejaba.
No sé como fue; pero ahí estaba él con sus ojos; y yo atada a ellos oyendo cómo me llamaba, de vez en cuando, por lo bajo.
Ahora sé que me oía, que me sentía.
Ignoraba lo que pensaba; imagino que lo mismo: no quería, pero tampoco huía.
Soñé que, un día, le diría:
¿sabrás guardar un secreto?
Y que él me miraría sorprendido y dudaría. Y, después, diría: "sí".
Y le pediría permiso, porque un beso es un acto de intimidad.
Le diría: un beso, ¿puedo?
Y él diría: "bueno". Y esperaría.
Yo le tocaría la cara con las manos, me acercaría y cerraríamos los ojos los dos para notarlo bien, sin extraños.
Y pondría mis labios sobre los suyos, y me movería un poco, pero no me iría, quedándome allí un rato.
Y me estaría besando con ternura, con delicadeza, con cariño, con gusto.
Después, nos miraríamos. Entonces, ya todo sería diferente: el tendría algo de mí, y yo de él.
Su beso pendería de mi garganta y bajaría derechito al corazón.
Él, lo mismo.
Un secreto,- me diría-.
Lo guardaré aquí,- le diría yo -.
Y nuestros ojos de mermelada se sellarían con otro beso.

Y cada año, el mismo día, recupero mi sueño; y pongo la mano sobre mi secreto y le beso con delicadeza.
Y él, lo mismo.

23 mar 2007

La Ecuación del Silencio

El tren se detuvo en mitad de la pradera nívea. En el compartimiento, todos se miraron con asombro. Nadie pronunció una palabra. Como autómatas, empezaron a mirar por la ventana. Alguien liberó un suspiro.
Un par de minutos más tarde, las luces se apagaron. El cielo, entretanto, se explicaba raso, sin nubes; tan solo unos fríos rayos de luna lastimaban la nieve afuera.
Las ruedas se habían detenido sin aparente motivo. Y se sintió incómodo. Nadie pronunció una palabra. Los altavoces permanecieron mudos. El inmenso cuerpo de metal que los contenía dejó de chirriar.
Por primera vez en todo el viaje se preguntó qué hacía junto a cuatro desconocidos que no había visto nunca ni volvería a ver jamás con toda probabilidad. En unas horas, las presencias que le acompañaban en el vagón, ahora arropadas por sus secretos, serían pasto del incendio de su memoria y quedarían reducidas a cenizas de silencio en el recuerdo.
La inesperada parada y la falta de luz repentina empezaron tal vez a oscurecer ya su mente, y bajo la influencia de la presencia de los desconocidos quedó a merced de una ignorancia atroz.
Sus pensamientos se centraron en el impulso que le había traído hasta un vagón de tren. De entre toda su confusión flotaba una idea; una idea, que desde hacía meses giraba en su cabeza como una célula convectiva que cuando estaba nítida ascendía clara hasta la superficie, donde no conseguía instalarse pues perdía entusiasmo y se enfriaba, para volver a hundirse atraída por años de prejuicios y de inercia. La ciencia, que nunca había dejado de perseguirle; nunca había sido capaz de escapar a una simple ecuación; era un inútil para trasportar fuera del papel e idealizar uno solo de los conceptos que tan hábilmente manejaba en el laboratorio.
La ciencia ha encontrado un lenguaje que, a veces, no llega a filtrarse por los poros humanos.
Inició un viaje para atravesar un tiempo, que en tren resultaría más largo. En los cauces de los ríos, el agua arrastra materiales arrancados a su paso y va creando curvas con depósitos que cambian sus fisonomías y relatan una historia. La ciencia le involucraba una vez más. Porque, precisamente, en esto pensaba cuando decidió en qué medio viajaría; y eligió un sistema que le asegurase muchos días y suficientes curvas para atrapar las esencias que cambiarían el resto de su vida.

El tren hizo un intento de marcha. Un poco antes había vuelto la luz. Los compañeros de viaje se miraron con ojos somnolientos y mucha dificultad. Los elementos metálicos del vagón reanudaron sus lamentos. Los tirones violentos, envueltos con el ruido afilado de las ruedas sobre la vía, eran sinceros. Y el tren se movió.
Alguien dijo: ya era hora. Un hombre.
Otro, enfrente, respondió: lo importante es que avancemos.
Los demás asintieron con la cabeza.
Después, como de costumbre, silencio.

La nieve volvió a brincar de nuevo a lo largo del cristal, junto a los reflejos humanos inmóviles y débilmente iluminados.
Observó el avance de la nieve, animada con la luz azulada que escapaba por la ventana del vagón. Unos metros más allá, en la oscuridad, se adentraron sus años de silencio, que comenzaron a perderse. Todavía quedaba tiempo hasta el amanecer.