24 ago 2009

Vivir con los ojos abiertos


A veces se me ocurren cosas, a partir de palabras normales. Y me sucede, muchas veces, realizando tareas corrientes como preparar un guiso, lavarme los dientes, coger caracoles o poner orden entre los papeles de mi mesa.
Hace unos días, por ejemplo, me ocurrió con la palabra meses, cuando alguien en medio de una conversación sin importancia dijo "los meses son cadáveres"; se me disparó la palabrería interna y empecé a pensar que, efectivamente, los meses son los cadáveres que va depositando el tiempo a su paso; las semanas, los miembros sobre los que se puede deducir la actividad cotidiana; los días, los rasgos que se van depositando; y a los instantes..., los impregnaré con sensaciones. Una tontería como otra cualquiera; si supiera componer poesía habría podido dotarla con el orden sensible que quizá merece.

Hoy me ha sucedido con las palabras tradición..., costumbre..., conservadurismo..., un tema recurrente, casi cotidiano, porque lo encuentro conversando, lo sugiere con frecuencia el tema central de alguna película o aparece dentro de un libro. El asunto me sorprende hasta en la cocina, cuando quiero variar una receta para experimentar nuevos sabores que la hagan más rica y sabrosa. Así, entre vapores, aromas, cacharros y con más ilusión que hambre, me digo lo de siempre: esto es como las soluciones que damos a nuestras necesidades, no son más que recetas para andar por la vida y, lo mejor de todo, se pueden modificar para hacer la vida más rica y sabrosa.

Reconozco que esto del vivir con los ojos abiertos me fascina, me proporciona un gran bienestar. Somos animales de costumbres, tradicionales en mayor o menor medida, quizá por aquello de mantener a toda costa lo que hasta ahora ha funcionado o parece que funciona. Pero, cuando pienso un poco más a fondo encuentro que lo tradicional, además de cómodo, nos mantiene controlados, unidos por una ideología común o un mismo próximo origen. Entonces veo que el individualismo, que nos hace únicos, acaba disuelto e inapreciable como una gota de vino en un vaso de agua.

No pasa un día sin que piense en algún momento en que el peldaño que hoy me sustenta, aunque todavía vigoroso y en buen uso, mañana estará caduco o peligrosamente desfasado, teniendo que reconsiderar cada vez que lo utilizo si debo otorgarle una breve prórroga o una fecha de caducidad. Esto me resulta inquietante a la par que apasionante. Me produce un especial placer cuestionar lo normal, todo esto o aquello que se dice o hace porque es el modo de pensar o de actuar.

Recuerdo que hace bastantes años, un pretendiente algo desalentado me dijo que yo no sería nunca de nadie. ¡Desde luego!, dije, reuniendo todas las dispersas ansias de libertad que tenía almacenadas aquí y allá, hasta ese momento. Interpreté la afirmación según mis conocimientos sobre el mundo: yo no tendría dueño y jamás me dejaría dominar por alguien.
La frase de mi amigo no la he olvidado nunca, como puede comprobarse, aunque, andando los años, lo que más me preocupó durante una época fue la idea de que nunca sería capaz de entregarme a nadie por completo.
Cuando más tarde tuve a mis hijas comprobé que esto no era cierto.

No obstante, el tiempo, igual que lo cura todo también muchas veces lo embrolla todo. Esa libertad por la que luchaba entonces ha cambiado de formato, ya que unas cosas han venido a simplificarse y otras se han ido complicando. La famosa libertad de antaño fue dejando de ser un requerimiento físico; a cambio fue perfilándose la necesidad de encontrar motivos para desmontar y volver a reconstruir las rutinas que someten al cuerpo y la mente. He comprendido que en cada operación hay que soltar lastre, como si la capacidad de mi buque fuera limitada.
Además, hoy sé que no seré de nadie, porque, ése nadie, también me incluye a mí.

Imagen:Google

13 ago 2009

Lluvia de Estrellas




Cuando planto una grano de maíz sé que de él saldrá una planta cuya imagen está forzada en mi mente. Una vez se ha desarrollado la planta, que me supera en altura, la observo detenidamente y curiosamente encuentro que difiere de otras de la misma especie.

Inevitablemente pienso en la semilla de la que ha brotado y, dicho sea de paso me invade un poderoso sentimiento de asombro por el proceso que califico interiormente como “mágico”, al observar el “milagro” me digo: ¡aquel pequeño grano guardaba toda esta información!

Anoche vi la lluvia de estrellas.

Los sueños me hacen mirar hacia el futuro, mientras los sentimientos me vuelven hacia el pasado. Recuerdo los libros que he leído este invierno y los percibo como semillas que han germinado en la tierra de mi frente: guardo un sentimiento indescriptible, un tanto melancólico, a veces -me atrevería a decir-, casi doloroso.

¿Vacaciones? El entusiasmo es una fuente de energía ilimitada que me aleja de las fronteras temporales. Soy un pequeño ser en un mundo agitado que siente lo que está haciendo como por vez primera. También soy futuro en un tranquilo mundo donde cada cosa que se vive es un descubrimiento.



Imagen: Google