Existen profesiones, cuyas actividades intentan reformar la conducta humana. Y La palabra “reforma”, re-formar, volver a formar, implica otra: víctimas.
Pondré un ejemplo ilustrativo de lo que es una víctima.
Imaginemos una cremallera abierta y, en medio, un sujeto que contempla sus dientes a derecha e izquierda. En uno de los lados se encuentra “lo que se espera de él” y en el otro “aquello en lo que se va a convertir”. Al cerrar la cremallera, el sujeto quedará entre dos futuros, perfectamente aprisionado e integrado entre sus dientes.
Así descrito, es como para salir corriendo. Puede que haya más lecturas y que, incluso, estas disciplinas sean el soporte de muchos para poder resistir este mundo hostil en el que nos encontramos inmersos.
Bajo mi punto de vista, - hablo por experiencia; una vez, uno de estos profesionales intentó enseñarme a disfrutar con el odio- la psicología actual expide una serie de recetas tipo, que solo son uniformes morales, abominables –muchas veces- y mecánicos patrones de comportamiento, sin parentesco con la ética.
Para afinar. En lo que al catálogo de soluciones de bienestar se refiere, con mucha frecuencia encontramos esto: “lo que muestra el catálogo es esto; y lo que usted pide no se fabrica, no existe”.
Y, habría que puntualizar: “todavía” no existe en “ese” catálogo, porque yo “lo” tengo desde hace tiempo. Esto último es la individualidad; otra facultad excepcional del ser humano que, además, nos hace únicos dentro de nuestra especie.
Por desgracia, los adelantados de pensamiento, en su tiempo, siempre han estado y están muy solos.
La única vez que he acudido a un psicólogo -la del disfrute con el odio-, no me pasaba nada extraño. Pero de alguna forma se me obligó a elegir: si acudía a la terapia, conservaría los privilegios de mi puesto de trabajo.
El “presunto problema” que me llevaba a estar en una terapia radicaba en cómo conciliar el conjunto de mis íntimas ideas con la enorme inercia de lo que tan alegremente se viene llamando “sentido común”. En pocas palabras: cómo conciliar lo que somos con lo que tenemos que hacer.
Víctor Hugo, en el siglo XIX, ya planteó este dilema en Los Miserables: el recto comisario Jarvert, al no poder conciliar las honestas inclinaciones su espíritu con la justicia institucionalizada a la que representaba, se quitó la vida.
Esto del Sentido Común, lejos de ser algo “bueno”, en realidad consiste en un “ajuste” que nos pone en sintonía con lo “conveniente”, con lo que está convenido. Por eso, siempre he sido muy precavida con las costumbres y con las cosas que decido creerme. Y al hablar de lo Conveniente, la siguiente pregunta que me hago es, “para quién”. Porque lo conveniente parece ya un concierto institucional, por qué no decirlo, cada vez más cercano al folklore, que se aleja de las íntimas aspiraciones de cada individuo.
Al cumplir lo conveniente se nos asegura un “aprobado general” que, en mi modesta opinión, nos instala en la mediocridad.
Dicho con palabras de Ortega: “el hombre ha heredado un sistema cultural y ha aprendido a usar unos modos mentales que no han nacido en el fondo de su propia autenticidad. El que recibe una idea tiende a ahorrarse la fatiga de repensarla y recrearla en sí mismo; esta recepción, que ahorra el esfuerzo de la creación, tiene la desventaja de invitar a una inercia vital”.
En la Historia queda patente el gran esfuerzo que el ser humano ha hecho y sigue haciendo para crear “uniformidades”: uniformidad religiosa, cultural y moral… es decir, de creencia, pensamiento y obra. Pero, la naturaleza (casi nadie cuenta con ella) sobrevive gracias el empeño que tiene la evolución en perseguir la diversidad, en continuar creando “nuevas formas” para permitir a la vida seguir abriendo caminos (materiales y abstractos).
Estoy convencida de que lo único que nos arrebata “el genio” que llevamos dentro es la educación uniformada, que nos ofrece una vida cómoda, más o menos sabrosa y en conserva, una vida embotellada con una fecha de caducidad tan lejana que se adentra ya en la frontera de la ciencia ficción.
Creo que los enunciados de la vida están expresados en un lenguaje que no siempre entendemos y tenemos que transformarlo en un lenguaje propio que nos permita comprenderlos.
Muchas veces me pregunto, qué valor encontró la Evolución en el pensamiento, para permitir progresar a la mente humana en algunas direcciones tan destructivas consigo misma.
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