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20 mar 2008

Saludos Estelares

Hago un descansito para asomarme por aquí.
Los exámenes me fueron muy bien.
Aprobé todo pese a los muchos nervios y a que la memoria ya no acompaña tanto como antaño.
En mi travesía he encontrado a un colega y no he podido resistirme a traer la fotografía.
Y ahora me vuelvo con los libros, apuntes, resúmenes y demás histerias.
Un saludo desde la Enterprise.Fotografía: Nasa

11 nov 2007

Asomarse al futuro

He marcado rumbo a las Pléyades y el viaje es largo y solitario. De modo que me he puesto a dar vueltas a las cosas de la Tierra y he acabado pensando en que el ser humano, a lo largo de su existencia, no ha hecho otra cosa que asomarse al futuro.
Cuando los padres posan la primera mirada cargada de amor sobre su hijo recién nacido, en sus mentes empiezan a surgir unos deseos de futuro que acunarán junto al niño, sueños que se irán formando con el tiempo hasta concretarse en la realidad. (Aunque, cuando los deseos de futuro se alejan de los sueños se convierten en proyectos reglados; éste es el futuro de catálogo, el que viene impuesto por la costumbre y que tanto me disgusta. Pero ésta es otra historia)

A mí me parece que el futuro está hecho de ideas flotantes y se teje con un humo capaz de cristalizar. Cuando pienso en esto me suelo acordar de las películas de ciencia ficción antiguas, porque en su devenir cronológico se fueron retratando épocas del futuro que ya hemos sobrepasado; y es curioso que el futuro puntual que estas películas representaban no ha coincidido con lo que hemos vivido hasta ahora. Por ejemplo: en las películas, mientras los ordenadores del tercer milenio eran auténticas patatas, los coches podían volar.
No pretendo restar mérito a la imaginación humana; al contrario, me parece que es uno de los mejores logros de la mente, después de que la inteligencia se asomase a nuestra frente. Pero creo que tenemos una forma de celebrar los acontecimientos un poco limitada, y distribuimos los méritos de los triunfos alcanzados de forma muy caprichosa.
Creo que asomarse al futuro es un impulso irrefrenable, es estar en el convencimiento de que “se es capaz de hacer algo” y comprobar que “se puede hacer”. Es toda una Aventura; precisamente, en esto he acabado pensando, sobre las aventuras en la rueda del tiempo.

Cuando hace muchísimo tiempo el primer ser humano salió de África, llevaba entre sus manos el futuro del mundo. Seguramente, el instinto de supervivencia le condujo tras las manadas de animales que le estaban sirviendo de alimento. Éste fue, sin duda, el Primer Gran Paso. Con el tiempo, este novato pionero se extendería por toda Eurasia. Atención al detalle: no sabía dónde se encontraba.

Mucho tiempo después, algunas patrullas de exploradores humanos se aventuraron por el estrecho de Bering y se extendieron de norte a sur por todo el continente americano. No es que sea un grandioso paso, pero algo es algo. Ojo al dato: tampoco sabían dónde se encontraban.

Después, Erik El Rojo llegó navegando hasta Groenlandia y, más tarde, su hijo, Leif Eriksson, hasta Canadá. Seguramente no identificaron el continente y no supieron dónde estaban.

Luego, Cristóbal Colón, buscando una nueva ruta hacia las Indias, llegó a un “continente nuevo” y redescubrió América, por pura casualidad. De modo que como Colón creyó que había llegado a Las Indias, en realidad, no sabía dónde estaba. Este ha sido, sorprendentemente, uno de los “logros” más celebrados; sin embargo, no considero que la campaña a ciegas de Colón fuese un paso tan grande, sobre todo teniendo en cuenta la anterior visita de los vikingos.
No obstante, una vez identificado el continente por Vespuccio y tras su conquista por lo europeos, hay que reconocer que el planeta pareció quedar a nuestro alcance.

El 20 de julio de 1969, Neil Armstrong, comandante del Módulo Lunar Apolo 11, se convirtió en el primer ser humano que pisó la Luna. ¡La Luna!: esencia de los dioses y responsable de gracias y desgracias. La gran inspiradora de poetas, científicos y otros soñadores. La Luna, el testigo mudo e imperturbable de nuestra existencia, gracias a la Ley de Newton quedaba a nuestro alcance. El ser humano se lanzó a una aventura, con el mayor desafío que le había dictado su imaginación. Y logró un sueño: salir de esta enorme y bellísima piedra para pisar otro territorio. Pero esta vez no había sido empujado por el instinto de supervivencia, o por una necesidad comercial; ahora sabía perfectamente hacia dónde se dirigía y por qué. En esta ocasión, el ser humano quiso demostrarse así mismo que podía conocer en persona a la protagonista de sus sueños ancestrales. Y cuando lo consiguió, desde allí observó por primera vez lo preciosa que es la Tierra. Y supo donde se encontraba. Por esto considero que es el paso más grande que ha dado la humanidad y lamento que no se celebre más. Fue un proyecto de futuro bonito e ingenioso, que nos abrió la puerta a un más allá diferente y nos alejaría definitivamente de las verdades incuestionables y de los mitos.

Pongo el warp 5, dejando a mi paso sobre esta preciosa roca un puñado de estelas con buenos deseos.

25 sept 2007

Dejarse Llevar

Esta tarde he estado saboreando viejas sensaciones de la mano de Leonard Cohen. ¡Malditos recuerdos! Siento una vez más que pertenezco a una generación difícil. No, difícil no es la palabra… Una generación, ¿única? –quizá tampoco es ésta la palabra-; una generación que, sin remedio, se ha convertido en vagabunda.
Tienen su atractivo los vagabundos, su aquél, porque junto a ellos parecen caminar codo con codo el descontento por la vida y los sueños.

No soy especialmente nostálgica; no me atraen en exceso los recuerdos. Creo que conozco a demasiados supervivientes de los recuerdos; se me antojan como moribundos deambulando por un cementerio de instantes gloriosos clausurados.
Al nacer nos empieza a envolver una tupida red de frágil memoria, que las agujas del tiempo van tejiendo. Los recuerdos son piezas ansiosas por vivir una segunda vida; los percibo como un legado que nos impone la vida, y, también, como revisiones con pretensiones de certeza y eternidad. Quizá los recuerdos no sean más que una condena disfrazada de aventura.

Los que nacimos en la década de los cincuenta somos como crujientes y quebradizos rollitos de primavera, rellenos con un desmenuzado popurrí de verduras frescas. Crecimos al lado de una esperanza consecuente con el descontento.

Simplificando mucho, somos un montón de hechos ordenados por fechas. El asunto se complica cuando invertimos en emociones; el sabor lo pone el sentimiento, afortunadamente, y esto es lo atractivo del asunto.
Quizá sin recuerdos no hay sensación de esperanza, y por ello en nuestro interior se cobijan unas cuantas interpretaciones infantiles, donde surgen todas las tentativas de vida aderezadas con bellísimos sueños.

La culpa de todo esto la tiene Leonard Cohen. Ayer bajé del árbol para ver un documental en el que le hacían un homenaje: I´m your Man. También me he acercado hasta la Isla de Wigh, para recuperar la dulce melancolía de los años 69 y 70. Of course, he pasado la tarde y la noche escuchándole. Y he sucumbido de nuevo a su música y su tristeza, a nuestra tristeza de antaño, cuando el joven pensamiento estaba dispuesto a luchar por las promesas vacías.






No puedo permanecer indiferente al atractivo de Leonard Cohen, aunque por su edad podría ser mi padre.
Me ha costado elegir una canción: todas me parecen la mejor. De modo que he seleccionado dos. La que he colgado aquí es Dance me to the End of Love.
La segunda os la recomiendo; la ha colgado La Navaja de Ockham en su blog. Se trata de una versión del Hallelujah de L. Cohen, interpretada por un grupo noruego en un festival benéfico. ¡Impresionante!

Abrazos muy otoñales.

16 jul 2007

Vacaciones de Realidad

Queridos amigos:
Necesito tomarme unas vacaciones para reconfigurar mis circuitos.
Os dejo con Yusuf Islam (Cat Stevens).
Un abrazo desde la Enterprise.


6 jul 2007

Elefantes

Sobre los elefantes estuve ayer hablando a un amigo. Y, hoy, continuando con la lectura de Naturaleza Humana (que por cierto ya la estoy acabando) he encontrado que Mosterín habla de ciertas cualidades que hacen del elefante uno de los seres terrestres más especiales y entrañables. El autor se centra únicamente en su forma de reaccionar ante la muerte; frente a la muerte de un individuo toda la manada se preocupa y su actividad normal se ve transformada por su presencia. Lo que comenta en su libro lo hemos visto cientos de veces en los documentales, además de otros muchos comportamientos tan característicos que nos hacen calificarlos como un animal muy sentimental, solidario y de una nobleza extraordinaria.

Para mí, Elefantes, además de evocar a un simpático animal, cuyo enemigo más peligroso es el ser humano, es una Idea. Una Idea, cuya cristalización tuvo lugar cuando leí la novela Las Ríces del Cielo, que añadió una singular forma de percepcibir el mundo y que afectó definitivamente a mi vida: Elefantes.
Ya he hablado varias veces de Las Raíces del Cielo, aunque considero que son pocas si tengo en cuenta el inmenso favor que me hizo su lectura. Lo cierto es que si no hablo más es porque no quiero cansar. Soy consciente de que cada cual sintoniza sus frecuencias personales con las ideas que le convencen; es el modo de encontrar su virtud. Ortega diría al respecto que cuando alguien encuentra una idea que coincide consigo mismo la asume como verdad. (A esto de “verdad” le añadiría algún otro matiz, pero como generalidad la palabra me parece clara, me vale perfectamente.)

Sobre Las Raíces del Cielo oí hablar (en realidad, leí) por primera vez en una correspondencia publicada entre Änaís Nin y Henry Miller, hace ya más de dos décadas. Todo lo que se decían acerca de la intención del autor y sobre el libro era excelente. Por supuesto, me compré el libro; pero no fui capaz de avanzar en su lectura más allá de las cincuenta primeras páginas. Evidentemente, no estaba en sintonía con su virtud, quizá por falta de tiempo o, lo más probable, de madurez.

Es una novela con Elefantes. El autor fue un hombre que sintonizó con la virtud de estos magníficos seres, e imagino que por este motivo los eligió como protagonistas.
Romain Gary, desde luego, tenía Elefantes.

Contaré algo a grandes rasgos.

El protagonista, Morel, durante la Segunda Guerra Mundial cae prisionero junto a cuatro o cinco soldados más y es recluido en un campo de concentración. Para sobrevivir física y emocionalmente al horror, Morel y sus compañeros hacen “prácticas de libertad” disfrutando con la presencia de una simple mariposa que vuela delante de ellos.
Un soldado nazi, al percatarse de que se están tejiendo un nido de felicidad, caza la mariposa, la pisotea con su bota y fulmina el sueño de libertad que los distanciaba de la muerte. Con el fin de arruinar el ansia de libertad que mantine a los cinco soldados unidos y aún con ilusión, son confinados en un minúsculo recinto insalubre, sin apenas luz, sin jergones ni mantas y con escasos alimentos. Los carceleros acababan de asegurarles una agonía lenta que los conduciría a hasta el fin. Pero los prisioneros, para no sucumbir ante semejante suplicio, una vez más inician un ejercicio mental consistente en imaginar las siluetas de los elefantes, detenidas sobre una suave loma y recortadas sobre las rojizas luces del atardecer africano.
Con la imagen de los elefantes anclada en sus corazones, el sueño de libertad se convirtirá en su única realidad.
Al acabar la guerra, sólo uno de ellos no había podido soportar la tortura y acabó muriendo. Morel, una vez libre, se da cuenta de que está en deuda con los elefantes: les debe la vida. De modo que decide consagrar el resto de su existencia a defenderlos de las horribles matanzas a las que estaban siendo sometidos para comerciar con sus colmillos. Se instala en el corazón de África, donde el protagonista no atenderá a ninguna otra causa. Morel solo tiene Elefantes.

(Nota: Gary en alguna de sus otras novelas hace un guiño intencionado a los Elefantes, nombrándolos fuera de su contexto normal.)