29 mar 2007

La Campana de Huesca

Cuenta la leyenda que, habiendo muerto el rey Alfonso I el Batallador sin heredero quedó el trono de Aragón en defecto y a su hermano Ramiro correspondía el derecho.
En mala hora, la noticia; pues, para tal empresa, hubo de abandonar el monasterio de San Ponce de Tomeras, entre cuyos muros se hallaba con buen acomodo.
Y en mala hora, el destino; que, habiendo partido hacia el cautiverio de ceñir corona, ya llegado a la ciudad, se encontró lejos de parar en júbilo.
Así fue que Ramiro sintió un gran peso: había de cargar con la mala disposición y el recelo de los nobles, y con menos honras que las esperadas por un rey.
La falta de obediencia le consumía el ánimo; y le ardió hasta el punto de quedar a merced de la confusión y la sin paciencia.
Le pesaba ya tanto el reino que envió un mensajero de su confianza a que pidiera consejo al abad de San Ponce, su maestro.
Llegado al destino el mensajero, le ordenó el abad acudir al huerto del monasterio.
-Tiende tus sentidos sobre lo que vas a ver -le dijo.
Y tomando un cuchillo, el abad comenzó a cortar las coles que más sobresalían.
Se volvió, luego, a mirar al mensajero:
-No habré de darte respuesta alguna; más, a tu vuelta, cuenta a Ramiro todo cuanto aquí has presenciado.
A su regreso, el mensajero relató lo visto al rey, quien no hubo de cavilar demasiado y de inmediato supo aprovechar el mensaje, dándolo al corazón por entendido.
Ramiro II, el Monje, anunció su intención de construir una campana tan grande que sería oída en todo el reino. Con tal pretexto atrajo a sus nobles, convocándolos a cortes, a palacio.
Así que fueron entrando, sin recelar los primeros, en la cámara, los esperaba un verdugo que iba cortando a cada uno la cabeza. Cuando el rey hubo contado hasta trece, en el suelo formó un círculo con doce de ellas; y apuntando a su centro mandó suspender del techo la última, la del tenido por más rebelde.
Y así que se llegaron el resto de los nobles, y estuvieron ya todos presentes, al fin les mostró Ramiro La Campana que anunciaría el destino de todo aquél que osara desobedecerle.




La Campana de Huesca. Óleo de José Casado del Alisal, 1880

5 comentarios:

Daniel Moscugat dijo...

Gracias por la leyenda, beya Hipatia, espero sea de provecho para el que sienta aludido.
Un beso moscugaético.

Hipatia dijo...

Gracias a vos, noble Lord, por la merced de vuestra visita y regalo de atenciones. Ha sido un placer facer equilibrios y usar en experimento tal castellano. En mis adentros, como vos barrunté lo que tan sabiamente apuntáis.

Anónimo dijo...

Muchas gracias por tu comentario, no sabes cuánto me alegro de que te gustara mi relato. Pásate siempre que quieras, yo haré lo mismo por aquí ^^

Un saludo.

Anónimo dijo...

Wow!
hace once años que estuve en Huesca por una beca en la Escuela Politécnica y en mi primer fin de semana libre escuché la historia de boca de un sacerdote de la iglesia de San Pedro (asi se llamaba si no me falla la memoria)y quedé fascinado. ha pasado tanto tiempo

Anónimo dijo...

Hola Hipatia,
me gustó esta nota especialemente esta nota cuando la leí, hace ya tiempo, pero mi vagancia galopante y otras dolencias, jeje, me impidieron decírtelo.
Tras la iniciativa Plataforma y la nota de Moscugat he comentado con Rubén la cuestión y suscribo sus palabras para ti.
Libro de Arena tiene una dinámica (la portada) que es vulnerable a lo que está pasando (yo no le hago mucho caso).
Bueno, yo navegaré hasta allá donde te alojes en busca de tus comentarios siempre provechosos.
Un abrazo sincero.
PD. disculpa si crees que este no es el medio para transmitirte esto, puedes borrarlo, o no aprobarlo, acabo de leer. Sin problema, un beso.
ah, soy miguel, la costumbre...