23 mar 2007

La Ecuación del Silencio

El tren se detuvo en mitad de la pradera nívea. En el compartimiento, todos se miraron con asombro. Nadie pronunció una palabra. Como autómatas, empezaron a mirar por la ventana. Alguien liberó un suspiro.
Un par de minutos más tarde, las luces se apagaron. El cielo, entretanto, se explicaba raso, sin nubes; tan solo unos fríos rayos de luna lastimaban la nieve afuera.
Las ruedas se habían detenido sin aparente motivo. Y se sintió incómodo. Nadie pronunció una palabra. Los altavoces permanecieron mudos. El inmenso cuerpo de metal que los contenía dejó de chirriar.
Por primera vez en todo el viaje se preguntó qué hacía junto a cuatro desconocidos que no había visto nunca ni volvería a ver jamás con toda probabilidad. En unas horas, las presencias que le acompañaban en el vagón, ahora arropadas por sus secretos, serían pasto del incendio de su memoria y quedarían reducidas a cenizas de silencio en el recuerdo.
La inesperada parada y la falta de luz repentina empezaron tal vez a oscurecer ya su mente, y bajo la influencia de la presencia de los desconocidos quedó a merced de una ignorancia atroz.
Sus pensamientos se centraron en el impulso que le había traído hasta un vagón de tren. De entre toda su confusión flotaba una idea; una idea, que desde hacía meses giraba en su cabeza como una célula convectiva que cuando estaba nítida ascendía clara hasta la superficie, donde no conseguía instalarse pues perdía entusiasmo y se enfriaba, para volver a hundirse atraída por años de prejuicios y de inercia. La ciencia, que nunca había dejado de perseguirle; nunca había sido capaz de escapar a una simple ecuación; era un inútil para trasportar fuera del papel e idealizar uno solo de los conceptos que tan hábilmente manejaba en el laboratorio.
La ciencia ha encontrado un lenguaje que, a veces, no llega a filtrarse por los poros humanos.
Inició un viaje para atravesar un tiempo, que en tren resultaría más largo. En los cauces de los ríos, el agua arrastra materiales arrancados a su paso y va creando curvas con depósitos que cambian sus fisonomías y relatan una historia. La ciencia le involucraba una vez más. Porque, precisamente, en esto pensaba cuando decidió en qué medio viajaría; y eligió un sistema que le asegurase muchos días y suficientes curvas para atrapar las esencias que cambiarían el resto de su vida.

El tren hizo un intento de marcha. Un poco antes había vuelto la luz. Los compañeros de viaje se miraron con ojos somnolientos y mucha dificultad. Los elementos metálicos del vagón reanudaron sus lamentos. Los tirones violentos, envueltos con el ruido afilado de las ruedas sobre la vía, eran sinceros. Y el tren se movió.
Alguien dijo: ya era hora. Un hombre.
Otro, enfrente, respondió: lo importante es que avancemos.
Los demás asintieron con la cabeza.
Después, como de costumbre, silencio.

La nieve volvió a brincar de nuevo a lo largo del cristal, junto a los reflejos humanos inmóviles y débilmente iluminados.
Observó el avance de la nieve, animada con la luz azulada que escapaba por la ventana del vagón. Unos metros más allá, en la oscuridad, se adentraron sus años de silencio, que comenzaron a perderse. Todavía quedaba tiempo hasta el amanecer.

5 comentarios:

Daniel Moscugat dijo...

Apoteósica la narración... No puedo comentar nada más. Palabra de honor.
("En unas horas, las presencias que le acompañaban en el vagón, ahora arropadas por sus secretos, serían pasto del incendio de su memoria y quedarían reducidas a cenizas de silencio en su recuerdo."... Esta oración es digna del mejor Felipe Benítez Reyes.)
Saludos moscugaéticos.

Anónimo dijo...

El tren... una ecuación tan mítica desarrollada en el movimiento y en las distintas escenas del tiempo...
Magnífico relato Hipatia y con el transporte justo... a la medida.

Un abrazo...

Anónimo dijo...

Hola Hipatia,

Gracias por tu comentario en Cuadernos para... y por tu visión, la cual creo que es bastante acertada. No obstante, lo que más duele es que se haya dejado querer, sin parar a tiempo. Eso si, salir a todas partes para no estar solo. Eso creo que no es honesto y es lo que duele, porqué ahí no hay diferencia de edad. Hay comodidad.

En fin, una experiencia más, que de todo hay que aprender.

tu relato, como siempre muy interesante. Que dominio del lenguaje y que imaginación. Te tiene que gustar el mundo de la ciencia. A mi me cuesta más.

Gracias de nuevo y un beso.

Anónimo dijo...

Hola Hipatia

Mi dirección en blogger es: http://croniquesmataronines.blogspot.com/

Saludos
Marta

Hipatia dijo...

Gracias, Moscugat, Miguel y Marta por vuestra visita. Me siento acompañada.