Había algo en mí que intrigaba al sacerdote.
Con estas palabras me abordó una tarde, al iniciar nuestro paseo:
- No sé adónde quiere llegar, doctor, se lo aseguro.
-Y yo no sé a qué se refiere, padre-, dije, un tanto intrigado.
-Pues a que cuánto más hablo con usted, menos le conozco-, respondió.
Aunque el cura ejercía con maestría, no obtenía resultados ya que el problema de la luna persistía y no tenía visos de arreglarse. Al menos yo no creía que la luna fuera una radio.
Por otro lado estaba mi soledad, que le preocupaba en exceso.
Quizá le dominaba una secreta intención de adoctrinarme, aunque nunca podré asegurarlo.
Con la llegada a Sucrelagua, yo había prescindido de casi todo. Mi familia era un accidente, algo anecdótico a estas alturas de mi vida. Y por parte de la civilización ya había tenido bastante. Si tenía que vivir al amparo de algo sería de la realidad de la Naturaleza.
El mundo está lleno de cosas que con su presencia nos ponen la Historia en bandeja. El hombre intenta dominar la vida relatando hechos; y puede que luego pretenda deducir o adivinar el paso siguiente, al modo del científico, que debe regresar sobre sus pasos en los cálculos para abordar los siguientes.
Pero la historia no depende solo de lo que cuentan los hombres. Sobre el tronco de un árbol centenario está escrito un fragmento de ella. Hay cuerpos celestes y otros muchos seres, que con su existencia la han inspirado. Y desde todos sus hijos fluye un tiempo que permanece unido, como si los instantes tuvieran polos opuestos que se atraen inevitablemente.
La Naturaleza está en todo y es transformación; es un ir constante; es eterno movimiento.
Pasear por las estrellas es caminar por la Historia.
Aquella tarde le dije a don Anselmo que la Historia es el Antiguo Testamento y el nuevo se va escribiendo día a día.
Y, al despedirnos, el cura me absolvió.
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1 comentario:
Le hubiese dicho lo mismo... Sí.
Abrazos de naturaleza galáctica :)
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