No es que me fíe de la meteorología popular. Las témporas a mí no me dicen nada; para que esto suceda supongo que tendría que haber nacido aquí y bajo su influencia, pero no es el caso. Sin embargo sí me fío del ojo clínico de los marineros, cuando con una clavada de ojo en el horizonte del mar mueven la cabeza negativamente para decir que la cosa pinta mal. Tienen un olfato especial. No olvido, claro, que a veces solo está mal en el mar y en tierra hay un sol radiante. Ellos suelen hablar de “mala mar” para decir que hay mar de fondo, y muchas veces coincide el temporal de mar con lo que también azota en tierra.
La primavera, según las témporas de las que hablan por esta región, creo recordar que se iba a presentar revuelta y pasada por agua. Bien, reconozco que los lugareños han acertado.
Por cada día de sol que estamos teniendo, después los cielos se cobran el préstamo con niebla, lluvia o viento durante días. Aquí hace frío y todavía hay que tener puesta la calefacción; y en el sur, mientras tanto, están ya pasando calor.
Ayer, por ejemplo, no dejó de llover en todo el día. Para rematar la faena, además hubo torneo de rayos y truenos y no pude encender el ordenador en toda la tarde.
Pasé el día leyendo (qué otra cosa podía hacer). Para apagar el humo que me echaba la cabeza hice descansos en los que el único recurso era mirar por la ventana.
Desde la puerta de porche, le pedí a Galatea que hiciera esta fotografía:
Hay que reconocer que hasta cuando llueve el norte es maravilloso. El campo se cubre con una luz… no sé, entre gris y blanca; todo queda como embebido en un blanco roto. Es espectacular. Produce melancolía, sí, ya lo sé. No es un estado de ánimo alegre el que deja. Pero es una melancolía tan especial como especial es la luz reinante.
Aunque en la imagen no se ven las gotas, está lloviendo a cántaros, por eso está algo difuminada.
Estoy suspirando por el primer día de sol cuando, tras varios de lluvia, el cielo regresará con un azul intenso; el paisaje estará como recién lavado y vendrá soltando unos grados de color que ya no creeré terrenales.
Saludos desde la Enterprise.
Fotografía: Tarde Lluviosa en La Cambra. (Galatea)
15 comentarios:
Recuerdo la primera vez que una amiga gallega me habló de la morriña que sentía, no ya por su tierra, sino por el tiempo lluvioso y gris. Estaba en Oaxaca, en México. Allí siempre lucía el sol. Uno creería que es el paraíso. Pero no, curiosamente hay quienes necesitan de ese estado melancólico del que hablas.
Un saludo,
Joan
En los pueblos que han permanecido en un territorio durante siglos su cultura tradicional se ha amoldado necesariamente a las características de su hábitat. Su conocimiento se basa en la destilación de los errores cometidos y en el afianzamiento de los aciertos, constituyendo un corpus de sabiduría a largo plazo.
Resulta curioso que pocos pueblos centenarios sufran inundaciones en su casco antiguo y, en cambio, sus urbanizaciones y arrabales las padezcan de continuo. Como ejemplo paradigmático, cuando hace unos años cayeron lluvias torrenciales en la montaña de Montserrat, el monasterio antiguo no sufrió daños, pero las construcciones modernas adyacentes quedaron asoladas.
Leerte me ha hecho recordar un paseo con mi padre por el primer bosque frondoso, incluso con arroyos, que vi en mi vida. Le dije que ojalá en casa los montes fueran así, en los que el agua abundaba y ni siquiera hacía falta llevar cantimplora, en los que el verde de la hierba no dejaba respiro al color ocre y gris de la tierra. Mi padre, principal compañero de mi infancia, me contestó que seguramente él echaría de menos el ambiente seco de los montes de nuestra tierra, que echaría de menos las aliagas y el tomillo, los pinos con sus hojas secas y marrones cubriendo el suelo, que nuestros campos tenían una personalidad tan arraigada que seguramente formaría parte de la nuestra. Por mi parte, seguí pensando que me hubiese gustado tener toda aquella frondosidad cerca. Sin embargo, cuando años más tarde pisé el desierto por primera vez, volvió a mi mente aquella tarde, en la que mi padre reconoció estar ligado a la sequedad del paisaje de nuestra casa, y me sentí cerca de ella. La luz me resultó tan familiar que tuve que separarme del grupo con el que viajaba y sentarme sobre la arena. Sentí de nuevo aquella sensación de tristeza difusa, aparentemente sin causa, que me provocaba el atardecer solitario, sentado sobre la pedregosa colina a la que recurría en busca de no sé qué respuesta o consuelo. Allí sentado sobre la arena, viendo como aquella esfera se confundía entre las dunas y como las estrellas y la luna aparecían casi sin quererlo, las lágrimas comenzaron a brotar de forma sutil, casi como un bálsamo.
Saludos, Hipatia
Témporas...del latín tempus, usado en plural: témpora. hasta escuché hablar de las Cuatro témporas de la iglesia.
Si bien no hay estudios que avalen sus virtudes metereológicas, las personas sí les creen.
Todo lo que muestras hoy, es bello , melacólico como mi alma de madruga??
Saludos mientras sueño con el Capitán J Tiberius Kirk
La foto dice todo,me pasa lo mismo que vos contàs acà,esa melancolìa,que muchas veces acà creemos que es la morriña de los gallegos que emigraron a estos lares.Ese verde intenso en contraste con la lluvia y la grisura.Por un lado una darìa gracias a la vida y por otro lado se tirarìa a llorar,aunque las dos cosas no son incompatibles.UN beso
hasta cuando lluve esta tierra es bella. Gracias. Y será más bella si la gente que viene la aprecia como tú.
Un abrazo
En la fotografía, enfrente, entre cada pareja que forman los áboles grandes (leylandiis), a la izquierda hay un magnolio (lo planté con maceta para que no sufriera el cambio) de hoja caduca, que tiene una floración corta pero espectacular: las flores son de color púrpura y forman una copa alargada con los pétalos.
A la derecha, entre la otra pareja, hay una plataforma (mojada por la lluvia) que brilla; aquí suele haber un banco de madera al amor de la sombra que crea el arco de ramas (es casi como una cueva vegetal); ahí caen casi todos los libros que leo durante el verano. Ahora el banco está en zona protegida, porque el viento sur -aquí es huracanado- lo tumba y lo arrastra por el suelo.
Es verdad que la melancolía es un sentimiento que en cierto modo engancha. Estos climas, junto al incríble paisaje, consiguen que describamos unas ondas sentimentales, deliciosas, (y dignas de estudio, ¡ojo!).
Gracias por vuestra visita.
Besos desde el púlsar.
Añoro con demasiada frecuencia mi estancia en el norte, en Gijón. Prados inmensamente vivarachos, de un verde casi fluorescente cuando sale el sol, un tan más abúlico y bucólico cualdo el sol decide echarse a dormir entre el mullido algodón grisáceo de las nubes. El txirimiri que apenas sí se percibe impregnando esa alfombra como si las lágrimas de los ángeles quisieran bruñirla.
Añoro esos parajes ensoñados...
Nacido en la France, criado en el sur, y desarrollado por media geografía europea, esos paisajes son de las pocas que añoro desde aquí, desde el Sur.
Saludos moscugaéticos... y un par de besos.
Hola Hipatia:
¡¡¡Quien pudiera gozar de un paisaje tan bello y meláncolico, y no estar encerrada entre muros de hormigon, entre línias rectas, austeras, frias y distantes!!!
¡¡¡Qué hermosa fotografia!!!. ¡¡¡Cuando me gustaría poder desifrutar de un paisaje así!!!
La pondré como salvapantallas en mi ordenata, y cuando lo abra, pensaré que no es una fantasia, sino un lugar real de ensueño.
Como siempre, agradezco tus comentarios en Cròniques... Y has podido ver que voy muy atareada, pero este fin de semana me pondré al día. Y pienso escribir en Cuadernos para, a la par que voy a ir de visita por los coleguillas de blog.
Por cierto, recibí tu invitación para el "bodorrio". Quiero asistir via internet, así que ya me contarás como contacto para este maravilloso evento.
Un besote y sigue aportándonos la luz del paisaje cántabro, y la memoria de un entorno tan meláncolico como romantico.
Una tarde de lluvia cerrada, en casa, con un libro en la mano y la ventana que deja ver el paisaje... que bien!
No sé si es científico o no pero mis huesos y alguna cicatriz que me adorna el cuerpo señalan puntualmente los cambios de tiempo, y más cuando se acercan nevadas o temporales de viento.
Algo habrá de cierto en las témporas, no todo quizá, pero...
El norte es maravilloso, especialmente cuando llueve! Pero entiendo que desees ver el sol.
Te mando una ráfaga del calor mediterráneo. Hoy nos achicharramos casi, a 30 grados estamos.
Y también mi abrazo cálido
.
Paseaba por la blogosfera y encontré tu bonito blog, y me dejé llevar por la nostalgia de tu texto, un beso
Siempre es bueno tener un horizonte de mar para poder predecir muchos fenómenos. Estar en él aunque sea como deporte, aunque lleves una cascarita con una vela, te enseña a hablar con el viento, con las corrientes, con las nubes y claro, por qué no, con las estrelllas :) Y casi siempre aciertas; hay un rumor, un sonido, unas ondas, formas y olores. Color y textura que te advierten o simplemente te comunican o anuncian.
Y los jardines... jo, transmitiendo melancolía o arrebatando con la luz el éxtasis. Tambien soy del norte, pero del norte del sur... y es curioso, aunque sean sureños todos los nortes tienen algo en común.
Un beso Hipatia desde el Nautilus.
Por aquí (seguimos en el norte) la cuestión de las témporas siempre tiene actualidad. Cuando habla “el pastor del Gorbea” o un sacerdote del Monasterio de Arantzazu, experto en la materia, se hacen eco de sus predicciones hasta nuestros telediarios.
En mi casa siempre se habló de témporas, pero nunca me he preocupado de constatar su carácter “científico”. Lo cierto es que algo hay de cierto en esos cálculos, cuando la creencia pervive a través de los siglos. Como en los refranes. Esta misma mañana, en el trabajo, comentábamos el inestable mayo que venimos teniendo y les he recordado lo que tantas veces he oído en mi vida, y es que “cuando marzo mayea, mayo marcea”. Este año, así ha sido.
Un abrazo, Hipatia.
Hola Hipatia,que te parece esta respuesta a tu pregunta de la consciencia (a mi también me gusta ponerla con sc);
Que tal verla como una preparación para la supervivencia futura próxima,donde sea moneda corriente el amor, el verdadero amor, el que habita justamente en la consciencia.¿No sería entonces imprescindible y obraría como un factor decisivo de selección natural?.Saludos,Rober
Por un extraño error nací en el centro en lugar de en el Norte adonde se me va en sueños el corazón dormido o despierto.
Así que con todo el asfalto como bosque y el Manzanares como mar, me refugio en la sierra madrileña entre robles y leylands para meter una pequeña humedad dentro una mirada reseca.
El paseo que me he dado por tus páginas entre conocidos comentaristas me ha ayudado mucho.
Seguiré pasando.
Gracias por tu agradable visita.
Besos
Añoro el norte aunque viva en el este y por eso me acerco a tu bitácora.
Saludos.
Publicar un comentario