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Al cruzar el pórtico me sacudió una voz hueca y artificial, que se incendiaba con los ecos en las expresiones “Caballeros del Mar” y “Señores del Mar”. El oficiante se refería así al hablar de los marineros, y no porque las expresiones fueran un capricho de su edad avanzada o un comodín en sus sermones. No. El sacerdote estaba tan emocionado que al pronunciar el nombre del difunto su voz se volvía frágil como el cristal. Cuando recordó la boda de Elías y el bautismo de su primer hijo, todo bajo la segura bendición de sus manos, la voz se le rasgó levemente, quizá porque le asaltó el pensamiento fugaz de que en el momento de administrar los sacramentos, por encargo de Dios hacía una promesa que ninguno de los dos podría cumplir.
No tomé asiento; me quedé cerca de la puerta y apartada a un lado, desde donde podía ver con cierta altura toda la iglesia. El sol castigaba los peldaños de la escalinata de entrada, pero no osaba pasar de allí; aunque, unos rayos fugitivos salpicaban manchas pálidas desde arriba sobre las cabezas de los fieles, que a mí se me antojaron como un lecho de piedras inertes de tan quietas que estaban. Cuando conseguí acomodar la vista a la penumbra pensé que en un día como este tanta luz es un pecado y del color de la piedra habría de ser solo el cielo.
Los recuerdos me sacudieron a mí también. Elías, alto y tímido, una criatura en exceso humana, venía sonriendo hacia mí y me miraba. Sonreía siempre; en el puerto, en las escaleras de la Cofradía, desde el puente del barco, en la Plaza, en la calle. Así lo recuerdo.
Hubo una pausa. Unos instantes después los fieles se pusieron de pie para cantar, rompiendo en el aire la Salve Marinera. Las voces se alzaron a un tiempo en un canto reflexivo y sereno, cuya intensidad las unía de modo impecable en un único cuerpo. Jamás había escuchado nada igual. Las lágrimas me cayeron a borbotones.
El paso de una nube errante convirtió momentáneamente en vivas las figuras humanas que antes me parecieron piedras, como si de la muerte hubiesen nacido flores espontáneas.
Fotografía de Galatea: Procesión. (Puerto de Santoña)
11 comentarios:
Hermoso Hipatia...
Besos glácticos
... dedicado a Ellos, que buscándose la vida en el Mar la perdieron...
Notaba el olor a salitre y gasoil al leerlo. Como impregnando cada línea; cada palabra.
Y volví a escuchar la Salve Marinera que me acompañó algunas tardes de mi infancia.
Qué bonito Hipatia.
Vaya vida tienen los pobres y qué poco valorada está. Enhorabuena por tu homenaje a sus vidas.
Un abrazo infinito.
Esta pobre terrícola quedó prendida en otras palabras...la fiebre se sabe no deja hilvanar ideas...mi padre solía llamarme maría marina marinera...y tu Salve, me lo devolvió, pensaba, sentía acoso como tú y tambien era hombre de de Ciencia.
abrazo klingoniano.
Imagino las sensaciones y las comparto... Saludos moscugaéticos.
Aunque tarde, me he dejado caer por tu texto y mentiría si no te digo que me ha producido escalofríos. Me ha recordado a mi familia isleña, que aunque no se dedicaron a la pesca, siempre estuvieron unidos a la mar, y frente a ella está su tumba...
Qué precioso texto... un besazo vulcaniano!
Hola Tanausú, ¡Qué alegria me da verte por aquí!
Se me ha estropeado lo de la música; estoy esperando a que la niña termine de estudiar un examen para que me la vuelva a poner; es preciosa.
Oye, muchas gracias por venir.
Un beso enorme, desde un púlsar (con saludo de mano (y dedos) vulcanianos).
Pocas cosas unen más que las desgracias. Por un momento todos quedamos impregnados de un sentimiento de hermanamiento en ellas.
Los marineros, quizás por la soledad del trabajo, quizás por la reflexión que provoca el horizonte de agua que lo circunscribe todo, quizás porque el destino de uno va ligado al de todos en el naufragio, tienen aún más arraigada esa hermandad.
Y, aún más, la tienen dignificada, con himnos y símbolos que resultan especialmente conmovedores, porque se necesita encontrar un consuelo que busque su transcendencia hasta rozar la heroicidad.
Pensando en ello me vienen a la memoria las palabras de Herodoto cuando describe la defensa de los lacedemonios del paso de las Termópilas: “ante los ojos del propio Jerjes, los soldados espartanos se sentaron despreocupados, peinando y repeinando sus cabellos, como si se tratara de una campaña que careciera de importancia. Jerjes preguntó por el significado de esos gestos. Cuando estos hombres van a perder la vida, antes quieren que sus cabezas estén bellas, le dijeron”
Un oficio muy duro. El roce con la muerte es diario. Está ahí, al acecho, perciben su aliento, y sin embargo, el riesgo no es compensado económicamente, como le compensa al torero o el piloto de fórmula uno.
Es muy triste enterrar a una persona demasiado joven, un día con demasiado sol. Yo pensé lo mismo en el funeral de mi padre: un pecado.
La foto es muy buena. He clicado para aumentarla, y poder apreciarla mejor. La música también. Deja un nudo en la garganta.
En fin, post emotivo. Explica mucho del mundo marinero
.
Es cierto. He tenido el privilegio de tratar y trabajar durante años con marineros y la verdad es que hay mucho que pensar y aprender sobre ellos. Tanto su alegría como su tristeza son contagiosas; son cosa de todos.
He visto desaparecer a unos cuantos, y algunos, como Elías, eran amigos míos; pero en todos los casos son muertes impactantes que dejan completamente desolado.
Gracias por vuestra visita.
Un beso galáctico.
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