24 feb 2007

Un Hombre del Futuro.

Primavera de 1987.

En el pueblo vive un hombre al que puede verse todos los días por la carretera que sube hasta el faro. El hombre va a pie. Con ambas manos sujeta una motocicleta que camina junto a él. Es de estatura pequeña, de vestido regular tirando a desaliñado y algo sucio. Los ojos…, los ojos, grandes, redondos como los de un niño, y tristes. La piel curtida y el pelo negro. ¿La edad?... No sabría decir: imprecisa, indefinida; o infinita, como si llevase una eternidad en la Tierra.
Pero su semblante no es triste. Es sereno. El hombre parece tranquilo, está en paz.
Todos los días, el mismo recorrido. Al cabo de un tiempo de cruzarme con él –yo en el coche, él a pie- empezamos a saludarnos con una alzada mutua de barbilla: el saludo local, el saludo paisano. Todos lo hacen aquí.

Verano.

Pregunto a la de Tasiuco, una vecina:
-¿este hombre... ?
Y me responde:
- “es el que se pasó de listo”.
Mis ojos la interrogan. La vecina se encoge de hombros:
-“sí, era muy listo y se pasó; se ha quedado así para siempre”.
Después me cuenta esto y aquello de él. Pero no la escucho. Solo me queda la imagen del hombre, asociada a la frase “se pasó de listo”.
-¿Tuvo un accidente?
- No.
-¿Bebe?
-¡No!
-¿Sufre?
-¡No, por Dios!
- ¿Entonces?
- Nada. Se pasó de listo. No puedo decir más.
Intuyo lo que quiere decir, pero no consigo dominar la idea. Se pasó de listo.
Insisto:
-¿Superó la velocidad de la luz y se le dilató tanto el tiempo que se le detuvo?
-No te entiendo.
-Y, quizá, entonces, Elquesepasódelisto ¿quedó atrapado en un presente distinto al nuestro e inaccesible para los demás?
Me río con guasa. Y la de Tasiuco, que me sigue la broma:
-¿Es eso el futuro?
Vuelvo a reír:
-Puede ser…Pero, ¿habla con alguien?
-Pues, sí. Lo justo. Es un hombre normal. Vive dentro de su cabeza, a su manera… Buena gente. No sé. Se pasó de listo.
-Ya entiendo; es un hombre evolucionado, un hombre del futuro, todo consciencia…
-Pues… sí, ahora que lo dices… puede ser eso de la nicotinencia, fuma mucho, sí,pero como el hombre habla poco… Se llama Ramón. Se lo conoce por Moncho.

Seis años más tarde.

Las campanas de la iglesia tocan a muerto. Ha caído Moncho. Lo han encontrado en la cama. Muerte natural. Como había vivido, sin hacer ruido.
Un poema de su puño y letra:

“Cerca ya de la muerte
y con el cuerpo consumido,
nunca he conocido a nadie
que el más leve suspiro
o aliento divino, escuchase.
Dios nunca pensó en mí.”

Y un epitafio para su tumba:

“Señor, no te ocupaste de mí.
Ahora, ya no me haces falta”.

El cura habla de Moncho sin haberle conocido. No le importa el epitafio; dice lo que dice el pueblo. Le alaba. No hay lágrimas. No hay más palabras que las del cura.
En la lápida, bajo su nombre, aparece la palabra “jardinero”. Desde aquí se alcanza a ver la ría: está subiendo la marea. Y me digo: solo el mar le llora.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un relato maravilloso Hipatía. Es tanto lo que dice...

Seguro que el mar sí estaba a su lado y sabía qué sepasabadelisto... qué. Y tú, claro.

Daniel Moscugat dijo...

Muy bueno Hipatia, buen ritmo, cadencia de prosa poética. Moraleja infinita.
Beso moscugaético.