El gran maestro Sócrates aceptó la sentencia de muerte.
No se resistió. No huyó.
Estaba seguro de sí mismo, convencido de su doctrina.
En sus discursos instaba a todo aquél que le escuchase a encontrar dentro de sí la Verdad.
Y predicaba: “nadie hace el mal a sabiendas”.
Era una amenaza en la Polis.
Le condenó el miedo de los poderosos.
Rodeado de los discípulos que más le apreciaban
bebió dócilmente la cicuta y murió.
El gran profeta Jesús aceptó la sentencia de muerte.
Tampoco se resistió ni huyó.
También estaba seguro de sí mismo y convencido de su doctrina.
En sus predicaciones instaba a todo aquél que le escuchase a encontrar dentro de sí el Amor.
Era una amenaza.
Le condenó el miedo de los poderosos.
Rodeado de sus discípulos y de aquéllos que le apreciaban
bebió mansamente la hiel; y dijo:
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Después, murió.
29 nov 2006
Paralelismos Históricos
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