2 dic 2012

Tocar de oído





Hemos tenido telepatía, Paisano. Esta mañana me he levantado con la cabeza en las alturas, como repleta de nubes y claros, chubascos de granizo y alguna envoltura de luz... Repleta de lo que cae afuera y por dentro. Y me he dicho: por qué no escribir bajo el título "Tocar de oído". Todo lo demás irá surgiendo, como de un viejo manantial, ya muy sudado, es cierto; lo que no quiere decir, aunque parezca encajado, que esté dominado. No dominamos nada. Así de pobres somos. Por ello, hoy, voy e improviso; de esa manera como improvisa el pensamiento que no domino, y escribo desde ese lado que me encaja. Tocaré de oído.

 Estudio Historia, Paisano. Ya lo sabes. Y viajo en una nave. También lo sabes. Te preguntarás el porqué, o quizá no. Yo sí lo hago, a diario, a cada instante, hasta en los más escatológicos momentos del día, cuando coloco sobre mis rodillas una de las muchas revistas de historia que almaceno en el baño. Así de claro, de raro o de corriente; no importa. El Espacio y la Historia se unen: ambos son testigos de lo mismo. Y, aunque uno más viejo que la otra, me interesan las dos versiones. El que más me gusta es el relato en el que el Primero rodea a la Segunda y la fagocita.

Nunca me había gustado la Historia, o eso creía yo. Me resultaba aburrida, no me interesaba. Quizá desde mis años mozos, cuando iba al colegio y todo eso. Quizá no me fiaba de lo que me contaban aquellos libros mutilados. Yo no sabía que lo estaban. Pero oía hablar a mi padre sobre la dictadura en que vivíamos y su censura... sin mucho detalle delante de los niños, que sueltan todo lo que oyen, y a mi madre que suplicaba "por favor Pepe, que te va a oír alguien y vamos a tener un problema"... Y mi padre respondía, “¡que me oigan...!”. Algo raro y malo había en todo aquello y opté por no saber; y, aunque algo sí entendía, preferí hacerme pasar por otra. O quizá, simplemente, me aburría con ella, con la Historia; la encontraba poco humana, como poco humana debía de ser yo (y mi padre, todo hay que decirlo), que todavía estaba a medio hacer. El diccionario, muy útil ahora, lo reconozco, entonces estaba para otras cosas. La Historia -qué curioso- me arrojaba al silencio y, ahora, me parte el alma.

Bien. Hace algunos años decidí meter el hocico en los libros de mis hijas; los de la más pequeña me parecieron más atractivos. Y empecé con los Reyes Católicos (Catódicos, los llamábamos) y me atrapó Isabel; sí, me sorprendía mucho lo que leía de ella. Internet todavía no estaba muy allá y no era tan fácil como ahora encontrar todo; bueno, casi todo. Ya sabía, por haber oído alguna cosa, de las "hazañas" de Isabel de Castilla, pero me resultó peculiar que rechazase las ofertas de marido que se le hacían y quisiese elegir por sí misma a uno. Me gustó que, cuando se vieron Isabel y Fernando por primera vez, antes de los esponsales, se encerrasen para catarse mutuamente en un cuarto y no saliesen tras muchas horas de encuentro. Me pareció muy romántico, en su sentido más simple, muy humano; tanto me sorprendió la anécdota, que cuando mi hija Helena me dijo un día, "mamá, ¿tú te matricularías conmigo en la carrera de Historia?, de oficio le dije, sí, ... y aquí estoy: estudiando Historia por una cuestión de romanticismo, lo mismo que el Espacio. Porque, habrás de reconocerme, Paisano, que esta fiebre que tengo por el espacio es también una cuestión de Romanticismo, brotado de esa melancolía crónica que me induce a soñar constantemente.

Bien es verdad, que salir de la Prehistoria, donde he bebido con alegría y entusiasmo, y entrar en la Historia Antigua fue un poco traumático; no obstante, como a todo el mundo, me atraparon Diógenes de Sínope, Alejandro Magno, Pirro de Epiro, Julio César o Marco Aurelio, de los que me queda un sabor muy, muy concreto. De Diógenes y Alejandro, especialmente. No puedo decir lo mismo de lo que sigue, pues el entusiasmo va cambiando con los sucesos históricos y tengo que reconocer que me pongo de muy mala uva, muchas veces. Y tiene una explicación: me encariño y enseguida me afecta, lo vivo, amo lo que toco y me duele profundamente lo que acontece ahí, en la historia. Este año, puedes imaginar, Paisano, cómo me están haciendo sufrir los imperialismos; por ejemplo, prendería fuego a Gran Bretaña por lo que hizo a China. El curso pasado fueron las colonizaciones... Parece que una facultad selectiva me conduce a lo mismo: la cuestión de la libertad, que tiene inmensas raíces; al privilegio individual o colectivo que tenemos de dirigir nuestros actos y nuestro destino. Y no hablemos todavía sobre las consideraciones de la "verdad".

Sobre la Historia de España sé poco, porque ahí todavía no he pasado de la época antigua. Pero conservo algunos retales, unos de oídas, otros de leídas y otros vividos a medias. En cuanto entre en esas asignaturas podré recomponer el puzzle... miedo me da. Es cierto lo que dices, que "desconocer el pasado nos ha llevado a este presente"; y me atrevo a puntualizar, que ese desconocimiento del que hablas también nos priva del conocimiento como individuos. Si no hay interés por conocerse a uno mismo, ¿qué clase interés por el pasado histórico nos mueve? La historia está compuesta por pequeños restos de nosotros mismos, por pequeños rastros evolutivos que hemos ido dejando todo el tiempo. Los que sembraron la Historia nos han conducido hasta aquí, también somos ellos. Sus errores y aciertos, sus descubrimientos y avances están con nosotros, porque somos el mismo bicho que necesita, observa y busca, amenaza, que somete y mata, que lucha para sobrevivir y piensa en cómo hacerlo. Igual que el Espacio, que sembró lo suyo en este Planeta, todo son rastros, como miguitas de pan que son fáciles de ver pero no de conocer. Yo, que vivo en el futuro, así lo percibo; me es preciso llevar un buen equipaje histórico. Y me apasiona porque estoy añadiendo datos a mi conocimiento sobre la naturaleza humana; y más aún, intento asociarlos con lo que conozco.

A propósito de esto último, hay una cosa que me ha sorprendido siempre; puede que ya lo haya comentado alguna vez. Y es esa clase de muro o barrera que parecen tener muchas personas de no relacionar lo que saben con el mundo que les rodea. Lo he observado tanto en personas de ciencias como de letras; los conocimientos a un lado y las reflexiones a las que se pueden aplicar ésos por otro, y jamás se encuentran. Me parece incomprensible... con lo bonito, gratificante y lúcido que resulta el intento de asociar lo que se conoce con lo que se vive. Me atrevo a decir, que no asociar cosas es la forma de vivir fuera de la realidad. En ello, los dirigentes son expertos: sus hechos sí que son históricos. Pero, vayamos al sembrado individual..., qué trágica y triste resulta la ceguera humana. Y aquí, la misma relación: los políticos son nosotros y nosotros somos ellos; ¿por qué no habrían de actuar como individuos en colectivo público, si nosotros, como pueblo, no somos capaces de reflexionar como individuo? Si nosotros miramos de lejos lo que acontece en Siria, Palestina o África, ¿por qué no habría de mirar la casta de igual forma a su propio pueblo? No hay ninguna diferencia entre “ellos” y “nosotros”, por triste y descabellado que sea. Si el pueblo muere, no hay problema: en pos del equilibrio, otras masas llegan a llenar el vacío. Y por una simple cuestión de inercia, ellos -aunque, también son nosotros- son los mismos de siempre, herederos históricos del poder, igual que nosotros somos el pueblo histórico, el que sufre y paga sus monumentales errores. ¿Víctimas históricas? ¿Consentidores? Recordemos, somos ellos: están ahí, aunque nos pese, por nuestra causa.

Hablemos ahora de la Ley de Inercia para poder defendernos de nosotros mismos, seres estúpidos, dominados por la ignorancia propia e histórica.

 Imagen: de Darmok (uso libre)

5 comentarios:

erato dijo...

Cuánto tiempo sin leerte, farera. Me has regalado un momento dulce de esas reflexiones tuyas que añoraba. Gracias por tocar de oído.Un beso

G dijo...

Me ha gustado bastante la entrada. Siempre he creído que es injusto (comprensible pero injusto) calificar a los poderosos como seres egoístas y odiosos que desprecian o cosifican a los menos poderosos para utilizarlos de acuerdo a sus caprichos, porque aunque es cierto, es lo mismo que hace casi todo el mundo casi todo el rato. Si fuera a quejarme de un rasgo del ser humano, uno que me moleste de verdad, sería de su prácticamente nula capacidad para otorgar la importancia adecuada a las cosas.

Blau dijo...

Hola, acabo de encontrarte. En casa tengo una Hipatia, me acompaña en mis largas horas de soledad.

Te leo.

Carz dijo...

Creo que puedo no equivocarme cuando sugiero que fue telehipatía la causa de la contienda (contigo me gusta la contienda, como la dialéctica hegeliana, que cree crear la verdad con la depresión de dos mentiras contrapuestas que sigue una trayectoria perpendicular -ascendente o descendente-) lo que me impelió a hablarte de girasoles y de ciegos.

Sé que, a ciertos viejos, no les contradigo en su sesgada visión de la historia: los quiero demasiado.

Sé que ignoro todo lo demás. Salvo el tacto de unos ojos o el brillo de un cariño.

Y espero que no exista una ecuación diferencial que lo resuelva.

Ya sé que escribiendo soy un gilipollas, pero, en persona. sólo soy un imbécil.

Carz dijo...

Cuando estudiaba en Barcelona y conseguía reunir dos mil pesetas para ocio (entre dos y seis meses) me iba al KGB.

En una de esas contadas ocasiones fui a los retretes del "after" y, mientras meaba, leí :"la realidad es una ficción provocada por la falta de alcohol".

El alcohol confunde las sinapsis, las enmaraña...pero el alcohol -en la cabeza e hígado de von Neumann- creó ARPA net.

Era una explicación casi poética

Mañana me arrepentiré de lo escrito, pero hoy me reafirmo en lo ya pasado.

Si Penrose se retracta, no es mucho peor que me reafirme.