26 sept 2009

Sentarse en la Luna



Cuando nació su primera hija sabía poco de la vida. Es más, se podría decir que no sabía nada. El mundo le resultaba un lugar hostil, así, sin más. Al ver crecer a la niña, tan saludable y alegre, supo que no podía transmitirle su sentimiento pese a sentir la obligación de prevenirla ante el acecho de los múltiples peligros. Una tarea difícil: el mundo que ambas veían podía ser el mismo, aunque no lo era el modo de percibirlo.
La niña era todo audacia y la madre andaba envuelta entre miedos, esos miedos inexplicables adquiridos a través de las fuentes de ciertos tiempos. ¡Era tan joven! “...Una edad estupenda, preciosa, para ser madre...”, venían a decir algunos de los “ciertos tiempos”.
La joven madre, ingenuamente, al principio pensó que para la pequeña no existían causas de sufrimiento; realmente, de su primera infancia, apenas encontraba recuerdos felices entre sus recuerdos. En la soledad de sus pensamientos se confesaba: no sé..., no sé...
Pero la vida no aguarda y ante las múltiples dudas que le asaltaban optó por observar a su cachorro intentando intuir qué esperaba de ella. Era un trabajo que empezaba cada mañana y rodeaba la noche, es decir, constante. Las dos niñas jugaron siendo madre e hija, lo único que podían hacer aún sin saber, ajenas a las bondades de la civilización que ocultan la naturaleza y al desamparo que produce simplemente existir.

Los meses y los años pasaban veloces como gacelas. Las preguntas de la niña, y los pequeños problemas que recogía de su mundo, se complicaban; se multiplicaron. La joven madre sólo podía ofrecerle ilusiones y, en último caso, un candoroso comodín de esperanzas.
Uno de los sueños más divertidos que ideó fue ir a sentarse las dos en la Luna para observar los problemas que a veces atormentaban a la más pequeña, un ejercicio que mantuvieron durante muchos años, incluso cuando la niña ya había alcanzado la edad adulta. (Muchos años después, en 1994, Spielberg adoptó una imagen parecida como logotipo para su Factoría de Sueños).
Sentadas allí fuera la humanidad se transformaba en un hormiguero, y las hormigas tenían gracia: ¡mira!, por allí unas se pelean entre ellas por un insecto; por allá otras cortan unas hierbas largas hasta dejar una calva en el prado; pero, en otro sitio, en medio de la selva, algunas necesitaban poco, recogiendo lo justo para llevar consigo al hormiguero; ¡mira!, por allí la lluvia las hace moverse más deprisa... ¡Son unas bobas muy listas!, acababa diciendo la pequeña. Desde allí vista, la Tierra ¡era tan hermosa, tan consoladora, tan inspiradora! Mientras reían, la madre atesoraba motivos y la niña rompía con sus problemas, que decrecían hasta caer en sus bolsillos.
Sentadas en la Luna se dieron cuenta de que nada les pertenecía, que sólo eran propietarias del puñado de sueños que caben en una vida y cada sueño es una gran isla plagada por los misterios de la naturaleza.

12 comentarios:

Mariluz Arregui dijo...

Chapeau, Hipati,

me apunto esta noche a sentarme ahí mismo...

Fer dijo...

qué bonitas palabras. No tienen "marco", ¿te das cuenta?

Saludos, noble hipatía.

Scar dijo...

Fantastico Hipatia.
tus palabras an despertado algo en mi.
Eres genial...
nos veremos esta noche en la luna...
Kisses.

leo dijo...

Qué bonito, qué humano esto que cuentas. Supongo que a cualquier madre le gustaría librar a sus hijos del desamparo de existir. Cómo me gustaría poder sentarme en esa luna.
(Qué lugar más cálido es esta ventana tuya: me gusta mucho asomarme. Le restas hostilidad al mundo. Gracias)

isobel dijo...

que preciosidad

La Rata Paleolítica dijo...

Y que bonito el final.
Hojalá se extendiera la costumbre de sentarse en la Luna. Como sería el mundo, si todos los hicieramos un ratín todos los días, sólo un ratín?

Jesús.

TORO SALVAJE dijo...

Que bonitas ahí las dos.
Felizmente sentadas lejos de todo mal.
Me encanta.

Saludos.

Ana Tapadas dijo...

Texto tão belo que começo a crer que vieste de outro planeta! Lindo.
bj

Rubentxo dijo...

¡Joder! ¡Qué párrafo final!
¿Y a mí que últimamente todo me pone triste? Porque tu relato no es que sea exactamente triste... pero aún así se me han puesto los pelicos del brazo de punta...
¡Puto otoño, que me ablanda y me convierte en una nenaza!

Besos a capazos, Hipatia.

Mateo Bellido dijo...

Buenas, Hipatia.
De verdad que es hermosa y útil sentarse en esa butaca para sentir que la vida no nos va a doler demasiado, sobre todo, si podemos alejarnos de ella para verla en perspectiva.
Me gusta eso de ofrecer ilusiones y esperanzas. Si no fuera por el refugio de los sueños, que sería de nosotros.
Un abrazo.

PIZARR dijo...

Preciosa terapia vital esa de sentarse en la luna para ver pasar la vida desde afuera, desde lo alto, como si nada ni nadie pudiera dañarños.

No importa que al final se dieran cuenta de que nada les pertenecía, de que sólo eran propietarias del puñado de sueños que cabóan en cada una de sus vidas ¿ acaso es poco eso ?

Sigo creciendo y sigo soñando, cada día más... aunque cada sueño sea como dices una gran isla plagada por los misterios de la naturaleza. Porque también en los sueños intervienen factores ajenos a nuestra voluntad, por mucho que queramos crearlos a nuestro antojo.

Un beso desde el Mundo de los Sueños

un poco lo que m

Galatea dijo...

Yo quería coger la luna y meterla en una caja de zapatos para ti y al final fuiste tu quien me regaló la luna... GRACIAS

Te quiero