25 sept 2007

Dejarse Llevar

Esta tarde he estado saboreando viejas sensaciones de la mano de Leonard Cohen. ¡Malditos recuerdos! Siento una vez más que pertenezco a una generación difícil. No, difícil no es la palabra… Una generación, ¿única? –quizá tampoco es ésta la palabra-; una generación que, sin remedio, se ha convertido en vagabunda.
Tienen su atractivo los vagabundos, su aquél, porque junto a ellos parecen caminar codo con codo el descontento por la vida y los sueños.

No soy especialmente nostálgica; no me atraen en exceso los recuerdos. Creo que conozco a demasiados supervivientes de los recuerdos; se me antojan como moribundos deambulando por un cementerio de instantes gloriosos clausurados.
Al nacer nos empieza a envolver una tupida red de frágil memoria, que las agujas del tiempo van tejiendo. Los recuerdos son piezas ansiosas por vivir una segunda vida; los percibo como un legado que nos impone la vida, y, también, como revisiones con pretensiones de certeza y eternidad. Quizá los recuerdos no sean más que una condena disfrazada de aventura.

Los que nacimos en la década de los cincuenta somos como crujientes y quebradizos rollitos de primavera, rellenos con un desmenuzado popurrí de verduras frescas. Crecimos al lado de una esperanza consecuente con el descontento.

Simplificando mucho, somos un montón de hechos ordenados por fechas. El asunto se complica cuando invertimos en emociones; el sabor lo pone el sentimiento, afortunadamente, y esto es lo atractivo del asunto.
Quizá sin recuerdos no hay sensación de esperanza, y por ello en nuestro interior se cobijan unas cuantas interpretaciones infantiles, donde surgen todas las tentativas de vida aderezadas con bellísimos sueños.

La culpa de todo esto la tiene Leonard Cohen. Ayer bajé del árbol para ver un documental en el que le hacían un homenaje: I´m your Man. También me he acercado hasta la Isla de Wigh, para recuperar la dulce melancolía de los años 69 y 70. Of course, he pasado la tarde y la noche escuchándole. Y he sucumbido de nuevo a su música y su tristeza, a nuestra tristeza de antaño, cuando el joven pensamiento estaba dispuesto a luchar por las promesas vacías.






No puedo permanecer indiferente al atractivo de Leonard Cohen, aunque por su edad podría ser mi padre.
Me ha costado elegir una canción: todas me parecen la mejor. De modo que he seleccionado dos. La que he colgado aquí es Dance me to the End of Love.
La segunda os la recomiendo; la ha colgado La Navaja de Ockham en su blog. Se trata de una versión del Hallelujah de L. Cohen, interpretada por un grupo noruego en un festival benéfico. ¡Impresionante!

Abrazos muy otoñales.