Definimos como ignorancia la falta de sabiduría, es decir, no saber, carecer de conocimiento sobre algo concreto o sobre un todo. Y establecemos grados de ambas según varíe su relación de cantidad de la una con respecto a la otra, de modo que nos embarcamos en perseguir el conocimiento -que osadamente algunos se atreven a dotar de certidumbres- porque nos satisface o da lustre; aunque puede ocurrir que cierta obstinación por la sabiduría nos coloque ante el absurdo de pasar la vida huyendo de la ignorancia o, lo que es peor, ocultándola.
Hay quienes buscan la sabiduría dentro de sí, a través de caminos de disciplina para alcanzar cierto grado de espiritualidad; caminos e ideas que son cautivos del cuerpo, por lo que esas emociones idealizadas nunca abandonarán la materia que las genera... luego es un sueño, tan sueño como el mío de pilotar una nave espacial y recorrer otros mundos de ahí fuera para llegar tan lejos como me permita la imaginación; es decir, sigo aquí, en un extremo del centro de este estar dentro. Pero soñar es una maravilla y poder recordar los sueños es -al parecer- privilegio humano.
También hay quien califica a las creencias de conocimiento, y las codifica como principios incuestionables e inmutables.
Quizá hay un trozo de absurdo en todo ello, o de ignorancia. Hace mucho que el Filósofo que llora se dio cuenta de que el agua de este río que nos baña no es siempre la misma, que nada es permanente excepto el cambio y que nuestros juicios sólo tienen un valor relativo.
Hace un par de noches vi una película titulada "Pride". Cuando terminó, inmediatamente me vino a la cabeza una palabra: resistir. Y, naturalmente, se me desencadenó un torrente en la cabeza.
La vida del ser humano sometido a su propia cultura transcurre sumergida en principios que él mismo califica como las virtudes de su civilización. Ello ha conducido a la ocultación y represión sistemática de carencias para que sólo las virtudes queden iluminadas. Ante este panorama -pienso- a la ignorancia sólo le queda resistir. Luchar para vivir con dignidad es capacidad de resistencia. Y sobrevivir también es resistir. Como sucede en Pride, si nos califican de un modo atroz hagamos nuestro el insulto y que forme parte de nuestro lema: soy ignorante, y qué; la ignorancia también es virtud, aunque la coloquemos bajo las sombras del conocimiento.
Huir de la ignorancia es un modo de ocultarla con el propósito de que sólo aflore su otra virtud, la sabiduría, un término polisémico cuyo contenido es ya como la ropa interior, pues la misma sirve con cualquier traje y para toda circunstancia. Sin apenas darnos cuenta se ha instalado lo absurdo al caer prisioneros de las palabras; como tontos, nos hemos vuelto consumidores de conocimiento y a costa de la preciosa ignorancia. La civilización occidental ha multiplicado la aparición de gurús que encuentran vetas de sabiduría en cualquier parte, mientras los más prácticos, o más incrédulos, se abrazan a las terapias mentales o físicas. Parece que nos hacen sentir bien en este drama socializante.
Digo que la ignorancia es preciosa porque es el punto de partida hacia todas partes: tiene la eterna capacidad de movilizar la curiosidad y de poner en marcha un sinfín de interrogantes. Y digo preciosa porque dudar es asumir una porción de ignorancia -lo más sabio que podemos hacer- al abordar nuestro pequeño y frágil conocimiento del mundo en el que existimos, éste tan dramático también y tan plagado de lo que todavía no sabemos.
En definitiva, se trata de buscar la ignorancia, salir a su encuentro y hurgar en ella: tiene consecuencias.
Soñar nos hace sentir distintos cuando lo que somos está atado a lo que nos rodea. Y los antiguos "sabios" soñaron mucho. Me pregunto si es la sabiduría una forma de sumisión a la ignorancia, de modo análogo a como nos ocurre con las pasiones. Seguiré pensando en ello.