En mala hora, la noticia; pues, para tal empresa, hubo de abandonar el monasterio de San Ponce de Tomeras, entre cuyos muros se hallaba con buen acomodo.
Y en mala hora, el destino; que, habiendo partido hacia el cautiverio de ceñir corona, ya llegado a la ciudad, se encontró lejos de parar en júbilo.
Así fue que Ramiro sintió un gran peso: había de cargar con la mala disposición y el recelo de los nobles, y con menos honras que las esperadas por un rey.
La falta de obediencia le consumía el ánimo; y le ardió hasta el punto de quedar a merced de la confusión y la sin paciencia.
Le pesaba ya tanto el reino que envió un mensajero de su confianza a que pidiera consejo al abad de San Ponce, su maestro.
Llegado al destino el mensajero, le ordenó el abad acudir al huerto del monasterio.
-Tiende tus sentidos sobre lo que vas a ver -le dijo.
Y tomando un cuchillo, el abad comenzó a cortar las coles que más sobresalían.
Se volvió, luego, a mirar al mensajero:
-No habré de darte respuesta alguna; más, a tu vuelta, cuenta a Ramiro todo cuanto aquí has presenciado.
A su regreso, el mensajero relató lo visto al rey, quien no hubo de cavilar demasiado y de inmediato supo aprovechar el mensaje, dándolo al corazón por entendido.
Ramiro II, el Monje, anunció su intención de construir una campana tan grande que sería oída en todo el reino. Con tal pretexto atrajo a sus nobles, convocándolos a cortes, a palacio.
Así que fueron entrando, sin recelar los primeros, en la cámara, los esperaba un verdugo que iba cortando a cada uno la cabeza. Cuando el rey hubo contado hasta trece, en el suelo formó un círculo con doce de ellas; y apuntando a su centro mandó suspender del techo la última, la del tenido por más rebelde.
Y así que se llegaron el resto de los nobles, y estuvieron ya todos presentes, al fin les mostró Ramiro La Campana que anunciaría el destino de todo aquél que osara desobedecerle.
La Campana de Huesca. Óleo de José Casado del Alisal, 1880