He visto la última de Woody Allen -tres veces- y en todas las ocasiones he salido entusiasmada. De este director sólo me gusta su cine de madurez, el de los últimos años. En “Si la cosa funciona” me encuentro al fin con un Allen que me convence porque coincide conmigo: su historia también es la mía. Me parece su mejor película; es demoledora, brillante, ¡genial!
A la salida capté al vuelo algún comentario sobre el filme: desfasado y superado.
Me quedé pensando en lo del “desfase”, más bien refunfuñando. Al llegar a casa hice lo que el protagonista del libro que estoy leyendo, usar el diccionario: “superar”, vencer, exceder.
Desde luego, cuando son las palabras las que se apoderan habría que volver a pensarlas, o definirlas de nuevo por lo que puedan esconder. Después concluí lo de siempre, que es imposible que las prendas del mundo nos queden como un guante a todos a la vez. La plasticidad de estar viva hizo el resto: el guión de “Si la cosa funciona”, escrito en los años setenta, tiene un trasfondo existencial que me resulta clásico e insuperable: nuestra pequeñez, nuestra debilidad y nuestra capacidad de comprensión. Somos seres desamparados, cada cual en su vía de extinción.
La película no me ha dejado indiferente. Le pone a uno al corriente de sí mismo y frente al universo: una situación que no cambia. A su modo o como puede, cada uno introduce y protagoniza una historia en la extraviada Patrulla humana. De aquí el desbarajuste; somos improvisadores de nosotros mismos. Nuestra existencia ha sido arrojada al regazo del azar, desde donde la vida nos sale al paso salpicando el camino con aciertos y errores, con casualidades y dudas.
Woody Allen ordeña la realidad, bien recurriendo a la física, bien desde el interior de las sorpresas, para descifrar los asuntos más comunes que nos tocan. Y cuando la felicidad es mordida por la lucidez se hace preciso ceder al consuelo de la amistad, la tierra mejor abonada para dejarse caer. Sobre la marcha, “intenta atrapar todo el amor posible”, dice; “y.... si la cosa funciona...”
A la salida capté al vuelo algún comentario sobre el filme: desfasado y superado.
Me quedé pensando en lo del “desfase”, más bien refunfuñando. Al llegar a casa hice lo que el protagonista del libro que estoy leyendo, usar el diccionario: “superar”, vencer, exceder.
Desde luego, cuando son las palabras las que se apoderan habría que volver a pensarlas, o definirlas de nuevo por lo que puedan esconder. Después concluí lo de siempre, que es imposible que las prendas del mundo nos queden como un guante a todos a la vez. La plasticidad de estar viva hizo el resto: el guión de “Si la cosa funciona”, escrito en los años setenta, tiene un trasfondo existencial que me resulta clásico e insuperable: nuestra pequeñez, nuestra debilidad y nuestra capacidad de comprensión. Somos seres desamparados, cada cual en su vía de extinción.
La película no me ha dejado indiferente. Le pone a uno al corriente de sí mismo y frente al universo: una situación que no cambia. A su modo o como puede, cada uno introduce y protagoniza una historia en la extraviada Patrulla humana. De aquí el desbarajuste; somos improvisadores de nosotros mismos. Nuestra existencia ha sido arrojada al regazo del azar, desde donde la vida nos sale al paso salpicando el camino con aciertos y errores, con casualidades y dudas.
Woody Allen ordeña la realidad, bien recurriendo a la física, bien desde el interior de las sorpresas, para descifrar los asuntos más comunes que nos tocan. Y cuando la felicidad es mordida por la lucidez se hace preciso ceder al consuelo de la amistad, la tierra mejor abonada para dejarse caer. Sobre la marcha, “intenta atrapar todo el amor posible”, dice; “y.... si la cosa funciona...”