Muchas veces pienso que entramos en la
vida siendo muy nosotros mismos, y salimos de ella del mismo modo. En
medio de esos dos extremos se encierra nuestra vida, lo que
consideramos “lo vivido”, un torrente de experiencias y
conocimientos que aglutinamos con los pensamientos que surgen a
nuestro paso. Así nos volcamos sobre el mundo, y lo construimos.
Hasta aquí no hay nada nuevo, pues el ser humano no lo es; tan sólo
intenta “renovarse” para sentirse nuevo, quizá para escapar de
la normalidad cotidiana, huyendo de las angustias, como decía
Ortega, “volviendo a la naturaleza”, al campo de donde surgió, a
sus orígenes. Bueno; esto es algo que mencionan otros filósofos.
Entre mis favoritas, la filósofa de lo invisible -María
Zambrano- también lo reclama desde su punto de vista, cuando
llama al sentir olvidado del ser humano que dormita en el instante
anterior al surgimiento de los conceptos modernos que le manipulan.
Me parece intenso, precioso: lo define, Razón Poética.
No puedo presumir de ser una persona
segura de mí misma, dado que no considero que mis opiniones o mis
formas de ver la vida sean las acertadas. Cuando decidí hacerme farera me empujaba la inseguridad y sólo
buscaba paz para conducir mi vida. Para lograr que esa paz anidara,
desde el primer día supe que eran indispensables sinceridad, cierto
grado de soledad y unas pizcas de esa normalidad en la que nos educan
para aplacar el miedo a lo completamente desconocido. No obstante, todos pretendemos conducirnos por unos principios que, a mi parecer, han de ser actualizados al modo en que se renueva y madura el ser humano que hace mundo.
El Faro implicó una filosofía de
vida que imprimió carácter y se convirtió en una enfermedad
incurable... de alejamiento, de naturalidad y sencillez, de sana
anarquía en la forma de medir los tiempos, las ideas y las formas.
El poso que dejó vivir allí fue el espíritu farero, que se
había forjado construyendo un sueño al que había llegado por
anhelo e intuición, y se plasmó en el proyecto de vida que ya forma
parte de mi realidad; una realidad abierta a lo invisible que se
esconde tras todo lo demás: la cegadora y descorazonadora normalidad
cotidiana.
Este espíritu me ha ido guiando por un
día a día donde cada jornada queda al dictado de estímulos
particulares; es decir, cada día surge como algo nuevo, no como un
lienzo en blanco, desde luego, pero siendo capaz de cambiar la
dirección de mi cuadro tan solo por la mera re-interpretación de una humilde
palabra. Y, entre todas las luchas por sobrevivir, ésta es una lucha más por la independencia personal dentro de este mundo edificado de dictados y mandatos que la historia nos está cediendo.
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