Aunque pueda parecer lo contrario soy propensa al optimismo. Vivo el día a día atenta y abierta a novedades; y en lugar de convocar esperanzas alimento sueños que, pensándolo bien, es casi lo mismo que cosechar lo primero, puesto que consiste en mantener la ilusión, la confianza o tener perspectivas.
Quizá tengo un modo particular de concebir “la Esperanza”, pues implica un gran deseo que, lo más seguro, no alcanzaré a ver porque la vida es limitada; así, cuando algo es casi imposible que suceda o todo parece perdido se recurre a ella. No soy amiga de la expresión "lo último que se pierde es la esperanza", ya que encuentro matices de resignación con situaciones que no dependen de nosotros. Por este motivo siempre hablo de Sueños. Los sueños suelen cumplirse casi siempre, si nos aplicamos en ellos. No obstante, no niego que una esperanza puede entrañar un sueño de que algo suceda acorde con un deseo.
Mi relato “Todos lo ayeres de hoy” está basado en una época de mi vida de hace veintisiete años. Es un retal muy valioso para mí, pues fue un momento crucial en el que decidí lo que iba a hacer el resto de mi vida. Creo que es buen motivo para tenerlo presente y lo hago sin esfuerzo y sin dolor.
En el relato vengo a decir que somos producto de lo que hemos ido siendo en el pasado que nos precede. Cada acontecimiento de la vida nos ha ido educando con nuestra asistencia y colaboración: familia, colegio, amigos, alegrías, sorpresas, fracasos, todos los acontecimientos diarios, hasta los más insignificantes, en los que inevitablemente hemos estado presentes, y nos han afectado directa o indirectamente. Nuestra actualidad es heredera de lo testigos que hemos sido en los acontecimientos y de nuestras actuaciones sobre ellos.
En los años ochenta caí en “desgracia” y me encontré en Madrid con una mano delante y otra detrás. Fue una época de transición política y de cambios sociales muy fuertes. De repente se producía una apertura bestial que empezaba a calar en las mentalidades. Antes del año 75 no se puede decir que la gente fuera feliz, aunque algunos o muchos así lo afirmasen. Pienso que la represión solo satisface a los brutos, a los necios y a los deshonestos. Los años que siguieron fueron lentos y unas mentes se abrieron con más rapidez que otras, no obstante, creo recordar que no hubo conflictos y la famosa transición, según se oye decir, fue ejemplar. En medio de esta “convulsión”, a los jóvenes se nos apremiaba a aceptar de una vez nuestras responsabilidades para afrontar el futuro, sin olvidar que yo soy mujer y esto todavía marcaba diferencias.
Ahora, cuando reflexiono sobre aquello, comprendo la dificultad que entraña protagonizar un cambio de esa magnitud, y que el privilegio quizá se halla en presenciarlo desde fuera. El tránsito fue muy duro y para muchos, como fue mi caso, significó el destierro. Mi histórica rebeldía al fin estaba recibiendo un castigo. Además tuve que afrontar un destierro dentro de mí misma y durante algún tiempo quedé a merced de la confusión y de la costumbre: mantenía ciertos hábitos, aunque sin el auxilio de las tradiciones. Llegué a creer que el estado de confusión en el que me encontrada sumida sería para siempre. Por aquella época no dominaba la incertidumbre y lo que más deseaba era que el mundo me resultase familiar. Pasé soledad y también hambre.
Los libros fueron mis mejores aliados y, en muchos casos, mi único alimento.
El Rastro. Era un refugio. Allí encontré muchas joyas de mi actual biblioteca. La anécdota del domingo que salí a caminar es verídica; pero la realidad es que lo hacía todos los domingos, incluso muchos días laborables alrededor de las cinco de la tarde.
Es cierto que aquel domingo, en un portalucho de mala muerte, esperaban apilados cientos de libros viejos, rotos o antiguos. Y también que me acerqué a la pila de los más amarillentos y estropeados y cogí uno al azar. Era un tratado de Física Elemental. En principio no me interesaba demasiado y no esperaba gran cosa de él. No obstante, la curiosidad por su formato me llevó a ojearlo y lo abrí por cualquier parte. Encontré una palabra que adquirió a partir de entonces un significado nuevo: Inercia. Ahí estaba la Primera Ley de Newton, que me hablaba de la capacidad de los cuerpos a permanecer en su estado de movimiento o de reposo, porque ofrecen una dificultad (resistencia), y al aplicarse una fuerza ese estado cambia.
Esta Ley me dio una clave fundamental, que ha sido útil para el resto de mi vida. Estaba sumida en un estado de inercia constante y tendría que hacer algo para cambiarlo. A partir de aquel instante todo fue diferente; creció mi afición por las disciplinas de ciencia, por la Física en concreto. Esta afición me proporcionó el aprobar una oposición que me permitió trabajar en lugares inspiradores e idílicos, donde mi carácter comenzó a reconfigurarse -a reeducarse- con nuevas concepciones sobre el mundo y sobre la naturaleza humana.
La Física me ha enseñado a soñar. Yo soñaba antes, pero a partir de Newton empecé a hacerlo de otra forma, con fundamento. La Física me condujo rápidamente a la Filosofía. En ambos campos encontré las posibilidades de un Cómo y un Porqué, respectivamente, que no tenían que ser definitivos o incuestionables. Mi trabajo me permitió dedicarme a ello. Gracias Newton.
Lo de la nave espacial es una idea que alimento desde pequeña, gracias a Kirk y al Sr. Spok. Puede que por la época arcaica en la que siento que me ha tocado vivir, y por la mentalidad que tengo, sueño con un futuro distinto al que parece orientarse este presente que vivimos. Bien es verdad que deseo (como todos) un mundo sin conflictos, sin intrigas y sin intereses particularistas. Sueño con un mundo en el que la cultura, el conocimiento, la ciencia y los beneficios de la técnica estén al alcance de todos los habitantes de este planeta; como afirma Eudald Carbonell, quizá entonces “podremos alcanzar la humanización plena de nuestra especie”. Esta idea es mi nave espacial, la Enterprise particular en la que navego por la vida, como uno más de esta gran Patrulla Perdida.
La fotografía me ha llegado por correo electrónico.