1 dic 2006

Aprender es un Placer

“Dicen que estamos hechos de átomos que
provienen de las estrellas; al viajar hacia ellas
pienso que estoy volviendo a casa”. (Gattaca)

En el terreno de la enseñanza, sobre el que se ha derramado tinta a raudales, todavía quedan por dar las mejores lecciones.
La educación carece de ciencia, ya que constituye una de las mayores improvisaciones dentro de la estructura social. Y al igual que la civilización se deteriora con el uso, la estructura social degenera; por esto la educación adolece de un soporte lógico y consistente en el que sustentarse.
Cuando la educación se convirtió en oficio dejó de pertenecer al arte, se ausentó la pasión por enseñar. "La tinta con sangre entra", reza el refrán; nunca peor dicho. A la educación actual le falta el alma. Y a la de antaño.
El tiempo mana de una fuente inagotable, y los sucesos, la historia en realidad, se aglutinan en gruesos volúmenes que hay que memorizar. Y es precisamente la memoria la que nos tiende la trampa: la memoria no aclara nada, no permite que veamos cómo la historia se repite una y otra vez al paso de los años.
Cuando acabé el bachiller salté de gozo; lancé los libros por los aires y dije, ¡nunca más! Se acabaron las contorsiones verbales de la Lengua, las conclusiones matemáticas que se atascaban en mi garganta como un reseco trozo de pan. Y también las cuestiones históricas, apelmazadas por años de glorias y fracasos.
Tan solo la Física y las Ciencias Naturales perfilaban un horizonte de incógnitas al que cuando me acercaba, como cualquier horizonte se iba alejando. Todo era un gran misterio: había intuición, definición; pero, afortunadamente, la conclusión no aparecía por ninguna parte. En el entorno de la Física siempre había un misterio, una gran pasión y una puerta permanente abierta.
Sin embargo, muy a mi pesar, la educación de la época me fue embalsamando, y terminaron por adherirse a mi espíritu retales de vidas pasadas. Así, la Física y las Ciencias Naturales no pasaron de ser una frágil afición de infancia, como una leve afección de la que apenas queda un agradable recuerdo.
Si entonces estudiábamos por imitación, ahora, los niños lo hacen por obligación. Antes la educación atravesaba un estrecho desfiladero por el que nos obligaron a pasar los adultos empapados de “sentido común”.
Ahora las cosas han cambiado: el desfiladero no es tal, el paso es igual de aburrido, pero bajo la tutela del Estado.
Y fui creciendo hasta que logré ponerme el disfraz de adulto; entonces el mundo prometido empezó a parecerme una comedia costumbrista sobre la clase mercantil. La vida que nos había estado esperando, el futuro inevitable hacia el que habíamos sido empujados, en realidad, se dedicaba al comercio. Y, naturalmente, como ocurre frecuentemente en los negocios, existe el fracaso. Y tras un fracaso, la tragedia se cierne sobre nosotros, para dar paso al terror a abandonar los viejos códigos de honor. Más tarde estos códigos nos abandonan, gracias a un afortunado olvido.
Y cuando ya parece que todo está perdido, porque al mirar atrás se reconoce el tiempo desperdiciado, suena una risa estruendosa que nos muestra las auténticas lecciones de nuestra vida: dentro de un mundo que se ríe de nosotros aún nos queda la dignidad. Enhorabuena, aprendiz de humano; has encontrado el “mundo promedio”.
En este punto, con imagen de adulto y un legado de ignorancia aprendido de memoria, tenemos que abrir una brecha en el tiempo en la que encaje nuestra voluntad y por ende, nuestra existencia. Nuestra existencia; un fragmento de realidades que acoplará de algún modo en la Historia del mundo.
En cuestiones de enseñanza, no puedo mostrar más que escepticismo.
El ser humano es cambiante en el tiempo, se transforma, evoluciona. Por lo tanto, es difícil (o imposible) crear una técnica adaptada que satisfaga los procesos evolutivos de cada uno de los individuos. Si hablamos de técnica (o sistema), deberemos añadir, tres horas o tres días después de crearla, el calificativo “caduca”.
El paso del tiempo hace que lo que queda de nosotros caduque sin remedio; así es la evolución.
Al abordar el instante siguiente nos zambullimos de lleno en el futuro, y nuestras células, nuestros pensamientos, han cambiado.
La vida es una continua adición de unidades capaces de transformar el resultado final.
Es importante mantener el interés. Los niños, que son los aprendices, se muestran curiosos en todo momento de su desarrollo, mucho antes de su integración en el sistema “comercial”.
Conseguir que el interés arda es lo difícil. Y en el pensamiento científico se puede encontrar un buen combustible.
Dos son los órganos imprescindibles para llevar a cabo una buena enseñanza: un excelente emisor y un simple receptor.
La educación, actualmente, establece unos parámetros intermedios que se acoplan a un grupo determinado del que se conoce estadísticamente el grado medio de atención, la inteligencia, la capacidad de adaptación, el desarrollo etc. Con arreglo a estos parámetros se actúa. De este grupo, algún individuo cuyo interés supere ese valor intermedio actuará por su cuenta, investigará y aprenderá más que los otros.
Bajo mi punto de vista la enseñanza no se orienta a potenciar el aprendizaje y la calidad de las enseñanzas, sino a evitar el fracaso.
En cualquier trabajo científico extraordinario queda plasmado que, de entre todos los que somos, solo unos pocos han ardido en el interés por la ciencia; gracias a ellos el trabajo actual progresa más rápido, porque es una prolongación del suyo.
La ciencia es fundamental porque nos ayuda a ordenar la conciencia, ella explica la Naturaleza y trata de interpretarla de un modo razonable.
La ciencia crea un lenguaje que otorga a los fenómenos naturales un modo de expresión en términos humanos.
Mi predilección por la Astronomía me lleva a resaltar el entusiasmo de los astrónomos de la antigüedad, que es verdaderamente contagioso. He observado que algunas de mis ideas acerca de la presencia de las cosas en el mundo, puedo llamarlas primeras (o primitivas) conclusiones de pensamiento, no eran nuevas; alguno de ellos ya las habían concebido en la antigüedad. Lejos de sentirme poco original o muy simple, este hecho ha venido a corroborar que el proceso de elaboración de tales ideas no ha cambiado demasiado. La verdad es que nada ha cambiado demasiado.
Mi falta de conocimientos puede asemejarse a los de la época, y el gran interés que me acerca a la Astronomía y a la Física, también. A mi favor se encuentra que entre los griegos y yo se han acumulado muchas observaciones, se ha añadido mucho y, por lo tanto, tengo acceso a los conocimientos almacenados; esto constituye una gran ventaja.
El interés despertó en mí de un modo muy parecido al que surgió en Grecia. En realidad empecé interesándome por la ecuación del mundo, centrándome en la presencia de la incógnita humana y el modo arbitrario en que parecía estar colocado todo lo demás. Yo también quise establecer un orden en el que encajaran las cosas. La filosofía se apoya en proyectos de clasificación y tiende a las conclusiones. Con arreglo a esto, imaginé una ecuación principal que se igualara a cero. El modelo parecía encajar y el cielo, emparentado con la religión, no formaba parte del mundo más que para permitir algún sueño de vez en cuando. Dado que mis ideas florecían en el mundo, porque estaban inspiradas en él, el procedimiento era de lo más razonable.
Casualmente, cayó en mis manos un antiguo libro de física, del bachiller; por supuesto, aquello era agua pasada y estancada. Ya no recordaba nada. Abrí al azar y encontré la ley de inercia de Newton. De pronto vi claro que aquello era filosofía; auténtica y pura filosofía. Había, allí, comas, puntos y comas, puntos y aparte, complementos directos, indirectos y circunstanciales; había Historia, había matemáticas, pero sobre todo, había soluciones para mi ecuación del mundo y la incógnita humana.
De repente había encontrado una de las claves que orientarían, en adelante, el interés (malformado y desperdigado) que arrastraba por las cosas desde la infancia.
Nunca me explicaron en el colegio, ni en ninguna otra parte, que el Lenguaje era necesario para la expresión y el desarrollo matemático. Ni que la Matemática es fundamental para demostrar la Física, quien a su vez explica la Naturaleza. Y tampoco, que la Filosofía es una interpretación poética (más o menos afortunada) de la Física; ni que la Historia lo memoriza todo, registrándolo con el Lenguaje.
Estudiar por parcelas fue uno de los procesos más largos y más aburridos de mi vida.
Por todo esto creo que en enseñanza es importante mostrar un objetivo, no basarse en conclusiones y permitir que los fenómenos de la vida que nos rodean se vayan adhiriendo a nuestra travesía. No importa demasiado el “para qué”; lo que importa verdaderamente es dejar al pensamiento desplegarse, sin estructuraciones elaboradas o complicadas. La inquietud es muy anárquica, tanto como el proceso de evolución.
Y ahí está esperándonos la desprestigiada ciencia. El Universo es una fábrica de sueños. Y pasear por las estrellas es recorrer la Historia de nuestro mundo.
“Allá afuera –dice Einstein- hay un gran mundo independiente de los hombres... accesible a la inspección y al pensamiento.”
Y Tales, que mide la pirámide con el pensamiento...

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