Cuando el ser humano cogió la primera piedra y la observó se encontró con un regalo más de los muchos que le entregaba la tierra; pero cuando se decidió a transformarla recogió el primer fruto que su mente le ofrecía, la imaginación, un puente que le conduciría al futuro. Empezaba a salir de la ignorancia y muchas lunas y muchos soles le estaban aguardando. Todavía no sabía que tenía reservado un asiento desde el que construiría el mundo por el que transitarían sus descendientes.
Cuando pienso en esto siento envidia de lo que fuimos, porque estábamos en armonía con la necesidad. La imaginación, una capacidad que permite la visualización de un invento, despertó en nosotros ofreciendo una solución a un problema real: sobrevivir. Así éramos.
El mundo se ha complicado mucho. Ahora cosechamos necesidades de coleccionista que no se corresponden con los problemas. A veces pienso que los fósiles somos nosotros. La imaginación deambula entre los límites casi exclusivos del arte, mientras las necesidades reales se cubren con ingenios. El arte fabrica interpretaciones individuales ajenas al peligro, a la escasez o a la urgencia; no pretendo quitar mérito al arte, pero no puedo olvidar que empezó en la Prehistoria, probablemente como una necesidad que cohesionaba la mentalidad de un grupo precisado de unidad o de una identidad con la que vincularse al territorio de supervivencia.
Recuerdo que en el colegio los profesores valoraban mucho la imaginación de los niños. Lo recuerdo más por mis hijas que por mí misma, aunque lo que ellas vivieron despertó nuevas reflexiones. Sus comentarios me sorprendían pues carecían de intención exploradora, o eso me parecía. Nunca mencionaron que el interés fuera descubrir o conocer sobre el modo de percibir humano, sino que se incidía en la reproducción infantil del modelo normativo al que se nos somete desde pequeños, con la pretensión de educar en la permanencia durante intervalos de tiempo medidos para crear una costumbre. Tal y como yo lo sentí, la disciplina preparaba para desarrollar la capacidad de soportar la monotonía.
En la guardería criticaban a mi hija, cuando tenía tres años, porque no se sometía a la actividad de la clase y le costaba estar sentada junto a los demás niños haciendo lo que a todos se pedía, dibujar. La pobrecilla era inquieta y curiosa y no duraba más de diez minutos; no se recreaba en su obra, se aburría y quería trepar para acceder a los objetos que no estaban a su alcance. Nos convocaron a menudo para advertirnos sobre la niña -es muy vaga, decían-, cuando ella sólo quería explorar el mundo que le rodeaba (como hacía en casa), investigando todo para después dar una utilidad muy suya a cuanto encontraba. De modo que cuando me hablaban de imaginación y me mostraban los dibujos inducidos de los demás niños, yo veía impotente que se los estaba intentando integrar a la fuerza en un colectivo lleno de normas con la pretensión de que la imaginación volara libremente. En el peregrinaje de guarderías y colegios, más o menos ésta fue la constante: el método crea un hábito para integrarse y provee de unas cuantas fórmulas para afrontar los problemas de un mundo en constante cambio. Curiosa paradoja.
Confieso que admiro a los niños, me gustan muchísimo, sobre todo cuando todavía no pesa sobre ellos la rutina y no han sido cargados con la responsabilidad. He encontrado más enseñanzas en su efímera libertad y en su frescura, que en las propias experiencias.
Cuando nos hacemos mayores y hay que improvisar solemos acudir a la experiencia, que es como la luz de una estrella lejana porque emite desde el pasado. Sin embargo, me gusta pensar que la imaginación es un privilegio de la mente, una respuesta especial que damos a los estímulos cambiantes, una gran luz nacida en el presente que ilumina los senderos del futuro.
Cuando pienso en esto siento envidia de lo que fuimos, porque estábamos en armonía con la necesidad. La imaginación, una capacidad que permite la visualización de un invento, despertó en nosotros ofreciendo una solución a un problema real: sobrevivir. Así éramos.
El mundo se ha complicado mucho. Ahora cosechamos necesidades de coleccionista que no se corresponden con los problemas. A veces pienso que los fósiles somos nosotros. La imaginación deambula entre los límites casi exclusivos del arte, mientras las necesidades reales se cubren con ingenios. El arte fabrica interpretaciones individuales ajenas al peligro, a la escasez o a la urgencia; no pretendo quitar mérito al arte, pero no puedo olvidar que empezó en la Prehistoria, probablemente como una necesidad que cohesionaba la mentalidad de un grupo precisado de unidad o de una identidad con la que vincularse al territorio de supervivencia.
Recuerdo que en el colegio los profesores valoraban mucho la imaginación de los niños. Lo recuerdo más por mis hijas que por mí misma, aunque lo que ellas vivieron despertó nuevas reflexiones. Sus comentarios me sorprendían pues carecían de intención exploradora, o eso me parecía. Nunca mencionaron que el interés fuera descubrir o conocer sobre el modo de percibir humano, sino que se incidía en la reproducción infantil del modelo normativo al que se nos somete desde pequeños, con la pretensión de educar en la permanencia durante intervalos de tiempo medidos para crear una costumbre. Tal y como yo lo sentí, la disciplina preparaba para desarrollar la capacidad de soportar la monotonía.
En la guardería criticaban a mi hija, cuando tenía tres años, porque no se sometía a la actividad de la clase y le costaba estar sentada junto a los demás niños haciendo lo que a todos se pedía, dibujar. La pobrecilla era inquieta y curiosa y no duraba más de diez minutos; no se recreaba en su obra, se aburría y quería trepar para acceder a los objetos que no estaban a su alcance. Nos convocaron a menudo para advertirnos sobre la niña -es muy vaga, decían-, cuando ella sólo quería explorar el mundo que le rodeaba (como hacía en casa), investigando todo para después dar una utilidad muy suya a cuanto encontraba. De modo que cuando me hablaban de imaginación y me mostraban los dibujos inducidos de los demás niños, yo veía impotente que se los estaba intentando integrar a la fuerza en un colectivo lleno de normas con la pretensión de que la imaginación volara libremente. En el peregrinaje de guarderías y colegios, más o menos ésta fue la constante: el método crea un hábito para integrarse y provee de unas cuantas fórmulas para afrontar los problemas de un mundo en constante cambio. Curiosa paradoja.
Confieso que admiro a los niños, me gustan muchísimo, sobre todo cuando todavía no pesa sobre ellos la rutina y no han sido cargados con la responsabilidad. He encontrado más enseñanzas en su efímera libertad y en su frescura, que en las propias experiencias.
Cuando nos hacemos mayores y hay que improvisar solemos acudir a la experiencia, que es como la luz de una estrella lejana porque emite desde el pasado. Sin embargo, me gusta pensar que la imaginación es un privilegio de la mente, una respuesta especial que damos a los estímulos cambiantes, una gran luz nacida en el presente que ilumina los senderos del futuro.
Fotografía: Nasa
10 comentarios:
me gusta lo que cuentas de tu hija porque con la mía pasaba similar, nos decían que ella no era muy consciente de tener que estarse quieta haciendo el dibujo o lo que fuera, sino que se sentía libre para levantarse y coger el juguete que fuera cuando fuera, su profesora decía que mi niña era "un espíritu libre", y para mí eso es todo un orgullo
Lo más cómodo es tener a un niño, quieto haciendo lo que sea, pero que no "estorbe".
Si, yo también tengo un cuento de esos en casa, y con mis nietas, la historia se repite.
Cuando los niños, no teníam tantos juguetes como ahora, la imaginación funcionaba enseguida. Una caja de zapatos puede ser un millón de cosas. Y un disfraz, con cualquier ropa de la madre, la historia más insospechada.
Pero he descubierto también que el leer con ellos, abre la imaginación a ellos y a nosotros.
Paso ratos muy divertidos jugando a ser... Es algo impagable.
Pero claro, hay que estar ahí y acompañarles en ese viaje....
Un besito
Coincido. Enciendes con esta reflexión una llama sobre un tema que podría equivaler a cómo se cultiva una planta, si convirtiéndola en un vendible o dejándole crecer.
Pero cuanto dices, ¿no será aplicable en tanto en cuanto ocurre "aquí" (entre nubes de algodón)?
Me provocas ganas de hablar de ello.
A nadie hay que abrirle los ojos, más bien dejarle que los abra. Entonces se ve qué se le está mostrando. Y lo primero que ven, y huelen, y escuchan, y sienten y memorizan, y descomponen a su antojo los niños, es cuanto proviene del carácter y tono familiar con que se toma la vida.
Ay! Con los métodos de enseñanza hemos topado. Yo he tenido bastante suerte con mis hijos porque tanto en la guarde como en educación infantil han tenido profes con esa imaginación y curiosidad que se les debe permitir y fomentar a los nenes.
Un saludo, Hipatia.
Tratas aquí el tema, mi tema, la enseñanza. Yo prefiero decir el aprendizaje. Porque a los niños no les enseñamos, aprenden a pesar de los profes...Llama maestros o otro tipo de profes.
Desgraciadamente, el sistema educativo tiene mucho que mejorar. No es malo todo lo que hay, pero yo echo en falta una sociedad más comprometida con la educación. No puede ser que los padres vengan al cole a hablar con los tutores de las notas...que si mi hijo merece un notable, que si fulanito si lo tiene. Bueno no te canso, el tema da para más.
La imaginación es innata, pero las costumbres sociales más bien buscan anularla, en lugar de fomentarla. Me consta que las leyes educativas no dicen lo mismo, pero no todos les hacemos caso.
ESpero que ya tengas más tiempo para escribir y más descanso.
Un abrazo.
Hipatia, amiga:
bela perspectiva a do teu texto!
Parabéns pelos teus resultados, também.
O meu lado tem sido o outro: correcção de exames de acesso à Universidade. Trabalho árduo e stressante...de todas as formas nunca gostei de exames...
Beijinho
Un texto para reflexionar. Seguiré pasandome por aquí...
Excelente texto, llama a la reflexión que hace mucha falta que todos pongamos nuestro granito, y podamos ver que es mejor para los niños, gracias
Besos.
Cuantísimo me ha gustado lo que escribes hoy y cuanto me has recordado a pasajes de los colegios de mi hija.
Sin embargo y a pesar de las deficiencias del sistema educativo cuando los padres tenemos claro cual es nuestro objetivo, podemos hacer personas cuya imaginación no quede relegada al borreguismo.
Aunque ciertamente hay momentos en que ellos y nosotros lo pasemos mal.
Opino como tu que la imaginación es un privilegio, una manera distinta y diferente de ver el mundo y cuanto nos rodes, a como los demás la ven o dicen verla.
El mundo... mi mundo... sería muy diferente sin mi imaginación...
Un abrazo.
Coincido plenamente con tu escrito.
Pero también añado que los padres tenéis en vuestra mano "una llave" especial y única, e insustituible. Estoy segura de que la tuya funciona...muy bien :)
Ah, y suscribo tu último párrafo:
"Sin embargo, me gusta pensar que la imaginación es un privilegio de la mente, una respuesta especial que damos a los estímulos cambiantes, una gran luz nacida en el presente que ilumina los senderos del futuro."
Gracias Hipati, por estas luces que nos dejas
Un besazo!
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