16 sept 2013

Espíritu Farero

Muchas veces pienso que entramos en la vida siendo muy nosotros mismos, y salimos de ella del mismo modo. En medio de esos dos extremos se encierra nuestra vida, lo que consideramos “lo vivido”, un torrente de experiencias y conocimientos que aglutinamos con los pensamientos que surgen a nuestro paso. Así nos volcamos sobre el mundo, y lo construimos. Hasta aquí no hay nada nuevo, pues el ser humano no lo es; tan sólo intenta “renovarse” para sentirse nuevo, quizá para escapar de la normalidad cotidiana, huyendo de las angustias, como decía Ortega, “volviendo a la naturaleza”, al campo de donde surgió, a sus orígenes. Bueno; esto es algo que mencionan otros filósofos. Entre mis favoritas, la filósofa de lo invisible -María Zambrano- también lo reclama desde su punto de vista, cuando llama al sentir olvidado del ser humano que dormita en el instante anterior al surgimiento de los conceptos modernos que le manipulan. Me parece intenso, precioso: lo define, Razón Poética.

No puedo presumir de ser una persona segura de mí misma, dado que no considero que mis opiniones o mis formas de ver la vida sean las acertadas. Cuando decidí hacerme farera me empujaba la inseguridad y sólo buscaba paz para conducir mi vida. Para lograr que esa paz anidara, desde el primer día supe que eran indispensables sinceridad, cierto grado de soledad y unas pizcas de esa normalidad en la que nos educan para aplacar el miedo a lo completamente desconocido. No obstante, todos pretendemos conducirnos por unos principios que, a mi parecer, han de ser actualizados al modo en que se renueva y madura el ser humano que hace mundo.

El Faro implicó una filosofía de vida que imprimió carácter y se convirtió en una enfermedad incurable... de alejamiento, de naturalidad y sencillez, de sana anarquía en la forma de medir los tiempos, las ideas y las formas. El poso que dejó vivir allí fue el espíritu farero, que se había forjado construyendo un sueño al que había llegado por anhelo e intuición, y se plasmó en el proyecto de vida que ya forma parte de mi realidad; una realidad abierta a lo invisible que se esconde tras todo lo demás: la cegadora y descorazonadora normalidad cotidiana.

Este espíritu me ha ido guiando por un día a día donde cada jornada queda al dictado de estímulos particulares; es decir, cada día surge como algo nuevo, no como un lienzo en blanco, desde luego, pero siendo capaz de cambiar la dirección de mi cuadro tan solo por la mera re-interpretación de una humilde palabra. Y, entre todas las luchas por sobrevivir, ésta es una lucha más por la independencia personal dentro de este mundo edificado de dictados y mandatos que la historia nos está cediendo.







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