Hacía tiempo que no me asomaba a esta ventana. He estado muy atareada con los estudios... y con otros problemas que, de momento, no tienen fecha de caducidad como los exámenes.
En los pocos ratos que me han quedado libres durante estos meses -que han sido muy pocos- he estado bajo la
influencia y la meditación de las actividades que desarrollaba, tanto de los estudios como de los problemas. Resulta curioso observar cómo nuestro sistema mental va recolectando datos del enorme sembrado de la vida, los va incorporando a nuestra cotidianeidad y sin consentimiento. Esto, desde un punto de vista general, puede parecer maravilloso; pero no me lo parece tanto cuando aplico la lupa y pienso en ello desde las particularidades, ésas que van elaborando la joya de las experiencias de cada uno, donde cada repujado y filigrana que añadimos son una experiencia personal.
Vivimos en un mundo donde los individuos están bajo sospecha respecto a los poderes correspondientes: mientras los primeros tienen que justificar documentalmente cuanto afirman soñar, hacer o sentir, los segundos están exentos. Además, somos bombardeados a diario por un sin fin de opiniones inútiles y estúpidas que, de tanto de escuchar, acabamos por encontrar alguna “menos tonta”, ésta que nos acaba convenciendo y al final calificamos como “razonable”.
Decididamente, somos altamente influenciables, y peligrosos
Estoy pensando que no hay mucha exactitud en la expresión "somos un cúmulo de experiencias". Diría que somos un
cúmulo de influencias que se van filtrando en nuestro organismo, circulan por nuestras venas y se depositan en nuestra mente. Me abruma lo influenciables que somos, me asusta. Como digo muchas veces, desde que nacemos nos guían hacia los gustos, los pensamientos y los sentimientos, todos comunes y corrientes. Mientras se nos coloca este uniforme social y moral se nos dice que cada individuo es único e irrepetible.
A nivel cósmico todos los seres vivos somos iguales. Y en el planetario todos somos hermanos; pero cuando cojo la lupa, observo que esto último no se cumple. En la práctica hay categorías de seres vivos y también de seres humanos. La mentira y la incoherencia parecen presidir en el país de la vida.
Hace unos días leí un estudio que afirma que los niños que mienten tienen más posibilidades éxito. Ya sé, ya sé: la mentira y el engaño son la base de la supervivencia. Es cierto; la pesca y la caza son un engaño que nos proporcionan alimento. También seducir a otro con promesas falsas preserva la especie, o se consiguen otros propósitos. La naturaleza se sirve de todo y desde este punto de vista sus mecanismos son legítimos. Sin embargo, veo que se produce un choque cuando aparece el modo de razonar humano que, a pesar de elaborar el común acuerdo y las convenciones, como una especie de uniformación ambiental, se muestra opuesto a cumplir con sus preceptos, recurriendo a la mentira y al engaño sin que estén involucrados objetivos de supervivencia naturales. La justicia no es un fundamento natural sino un invento de la razón humana; por desgracia, el hacer humano apenas vela por ella.
Tengo amigos muy jóvenes y lo que más valoro en ellos es su desinformación: su desconocimiento, su inocencia; la genialidad que aportan al pensar el mundo sin la “experiencia”, es decir, sin la suficiente -todavía-
influencia del mundo. Alguno está a punto de entrar en la universidad y otros ya llevan dos o tres años; ahí están labrando los bancales de sus futuros, de los que recogerán la mayor parte de sus
influencias.
Adoro sus capacidades de asombro, sus modos de cuestionar el mundo y a sí mismos. Aunque, me entristece pensar en los riesgos que correrán cuando empiecen la travesía: temo que se les arrebate la identidad y queden prisioneros de esa “experiencia” que hoy llamo
influencia.
Sufro porque pueden quedar atrapados por el uniforme de la mentira y del sentido común, en el tiempo cuando una idea de entre muchas, la menos tonta, les parecerá razonable. Y esto lo digo por
experiencia. ;)