13 dic 2009

Bajo el Peso de los Sueños



Tan enredada como estoy con los estudios, se me pasan los días sin saber en cuál vivo. No es que me preocupe, no, no me preocupa lo mas mínimo. Es más, si me apuran, diría que me gusta no saber en qué día vivo. Es lo más aproximado quizá a vivir en una nave espacial, donde las coordenadas terrestres carecen de sentido.
Sin embargo, esta madrugada ha ocurrido algo inesperado: ha llovido hielo. En efecto, el cielo escupía diminutos dientes -a estas alturas del mes, aquí ya los enseña-, unas blanquísimas bolitas de nieve-costa que rebotaban en la ventana del abuhardillado, y se acumulaban en una esquina del marco como un finísimo edredón desabrochado. Desconozco qué suerte de luz me permitía ver todo esto en la oscuridad.
Cada año intento contemplar este espectáculo con cierta novedad y con intención de no acostumbrarme a él. Verán, la nieve, para mí, siempre ha sido un lujo del que he disfrutado, la mayoría de las veces, en fotografías. Un lujo asociado a la Navidad. Y esto es lo que me ha mantenido hoy despierta hasta el amanecer. Navidad, qué época más extraña; cercana y distante, dependiendo del momento de la vida bajo el que se observe. Recuerdo cuando se produjo la ruptura; tenía trece años. Aquella Navidad fue diferente a todas las anteriores. Naturalmente que me sorprendió el cambio; aunque, no fui capaz de hablar de ello con nadie ni de explicarme a mí misma el motivo por el cual se producía. A partir de aquel momento nunca volvió a ser igual. La Navidad pasó a ser un contacto más, de los muchos que se tienen en el negocio de la vida, cuyo poder venía impuesto por múltiples intereses. Años más tarde comprendí que aquél momento era una bienvenida a otra de las muchas formas en que se manifiesta la desilusión. Y éste es, precisamente, el tema que me trae hoy aquí: la desilusión, un sentimiento que, en mi caso concreto, inspiró la melancolía de mi carácter y me formó como una exploradora de la vastedad del sentir. Por este motivo, un día, no tuve más remedio que sentarme en mi cama y ponerme a pensar: sentí que los humanos éramos hijos bastardos de los diferentes tiempos históricos, de la acumulación de decisiones convenientes de muchos otros y de sus intereses inmediatos. En aquel instante comprendí que los siglos de historia que nos preceden pueden convertirse en un pesado caparazón de costumbres y tradiciones que nos hacen caminar con paso de tortuga. Recuerdo que fue un día liberador; porque pensé que, pese a todos los obstáculos y al peso histórico que cargamos sobre nuestra espalda, lo único que me podría mostrar el rastro del futuro que anhelaba era soñar. Los sueños se crean o se desvanecen, pero nunca había oído pronunciar a nadie la frase, "vivir bajo el peso de los sueños"; y concluí que está posibilidad no existía.


Imágenes: Google imágenes.
La primera: Fondos de pantalla iphone.
La segunda: Fotonatura.org.