La nieve seguía cayendo lenta y silenciosa. Hacía horas que el camino había perdido su independencia, y parecía erguirse desde el final bajo el tupido bordado de copos blanquísimos.
Todo fue poner el pie en el suelo y salir volando para estrellarme contra él: ¿nevando sobre hielo?
Además de dolor, con el golpe percibí cómo se hundía un cimiento de libertad.
Gateando conseguí acercarme hasta el todo terreno y ponerme a cubierto. Ascendí despacio por la loma y se abrió el valle, todo manchado, por donde andaban meciéndose algunas cunas blancas.
Esta era la celebración del invierno que más deseaba: la nieve, un bien escaso en mi vida.
Entre el miedo y la seducción comencé a sentir también timidez… o humildad, más bien.
Puse la reductora y dejé que Newton rodara camino abajo. Ya en el asfalto encontré a Benito, que había resbalado e intentaba levantarse. No parecía alterado; los lugareños nunca parecen alterados; es como si la complejidad del mundo no fuese con ellos, como si del aire o desde suelo acudiesen sencillas todas las respuestas.
Su serenidad me apacigua, esa es la verdad.
-Hola, Beni. ¿Necesitas que te acerque hasta algún sitio?
- Bueno… Sí. Voy al convento… Si me deja en el cruce de La Fortaleza…
Benito se sacudió un poco y subió al coche; el primer silencio aumentó la distancia entre nuestros asientos. Pero la voz de Benito la tajó en el momento oportuno. ¡Bendita sencillez!
-Parece que hace bueno, jejá, jejá…
-Sííí. Nada más salir por la puerta de casa me he caído. ¡Menuda sentada me he dado!
-Jejeje… Es normal… Para el que no está acostumbrado…
-¿Sabes si durará mucho?
-¡Ay! Y, ¿quién sabe eso? Pero no creo. En la montaña… puede. Pero esto es la costa. Quién sabe eso…
El silencio tomó asiento nuevamente entre los dos.
Contagiada por su presencia, retomé la conversación.
-¿Madrugas mucho, Beni?
- ¡Huy, ya lo creo! Mire, me levanto a las cuatro y media o cinco de la mañana. Ordeño las vacas y las arreglo para que salgan al prao. Saco las cántaras hasta la parada del camión de la recogida. Arreglo la casa y preparo el desayuno de toda la familia; para cuando ellos se levantan ya está todo listo. Y ahora voy al tajo...
áhi, en el convento de monjas de La Fortaleza…
-¡Caramba, Beni! Te acostarás con las gallinas…
-¡¡¡Nooó señora!!!! ¡¡¡¡Yo me acuesto solo… y en mi cama!!!!
El bucolismo se me atragantó con un bloque de aire y saliva. Deseé con toda mis fuerzas que no añadiera nada más y que la distancia volviese a separarnos gracias al silencio. Aunque, no me sentía salvada. Cómo iba a salir de ésta si acababa de chocar la poesía contra la superficie del entendimiento.
La situación no dejaba de tener su encanto.
Miré a Benito por el espejo retrovisor: su alegre seguridad había sucumbido a la idea fatal del gallinero. Permanecía callado y mirando por la ventanilla, con los ojos verdes tan redondos como los de un niño.
Tenía que hacer algo para salvarle. Así que se me ocurrió lo más sincero: ofrecerle una explicación del dicho popular, que nos salvaría a los dos.
-Beni, bueno… es una “especie de refrán”. Cuando alguien madruga mucho tiene que acostarse temprano para dormir suficientes horas. Y como las gallinas, en cuanto se pone el sol se duermen… y en cuanto amanece se despiertan... En realidad lo hacen todos los pájaros excepto las lechuzas, los búhos… ¿Sabes? Es una forma de hablar, un dicho popular… No sé… ¿Me entiendes, Beni?
Desde el retrovisor le lancé una sonrisa suplicante.
-Sí, Sí, señora. Lo que usted quiera. ¡Pero yo me acuesto solo y EN MI CAMA!
Y se instaló otra vez un silencio extraño, del que ni él ni yo pudimos ya prescindir.
Entre la placidez con la que nevaba y la lentitud de la marcha, durante unos instantes dudé de la realidad, porque la sentí flotar en una burbuja de bondadosa quietud. Este es el efecto exacto que me produce la presencia de la nieve.
Benito bajó del coche en el cruce que llevaba al convento de La Fortaleza. Solo se oyó mi adiós sin respuesta. Entonces supe que a los humanos, como frutos de la tierra que somos, al margen del repertorio de ideas que hemos compuesto, nos queda el instinto del amor. Y empecé a reírme, presa de un ataque de cariño por Beni.